Por: Miguel Molina Díaz
Comenzamos la semana con el pronunciamiento de la Iglesia Católica sobre el proyecto de Constitución que se someterá a referéndum el próximo 28 de septiembre. Por un momento pensé que la historia del Ecuador se quedo quieta en algún momento oscuro del siglo IXX o mucho antes, porque mientras miraba el vestuario lúgubre de los obispos, percibía en ellos un autoritarismo similar – o igual - al que prohibió la venta del libro Mercurial Eclesiástico al ambateño Montalvo. Y es que los voceros de la Iglesia se expresaban con una prepotencia igualita a la de los que, siglos atrás, defendían la Santa Inquisición y perseguían a Galileo. Talvez porque no han cambiado. Parecería que para ellos la mujer sigue siendo un simple órgano reproductor y esa es una verdad tan fundamentada como cuando decían que era pecado decir que la tierra es redonda. Ahora dicen que emprenderán una “gran catequesis” porque encuentran “incompatibilidades no negociables de esta Constitución con la fe católica” respecto al estatismo, al aborto y a la unión entre homosexuales. ¡Que cínico suena que nos hablen de estatismo los que pretenden que el Estado regule el cuerpo y la sexualidad de las mujeres! Encuentran ambigüedad en el texto respecto al derecho a la vida y al concepto de familia. Sin embargo el texto constitucional propuesto especifica en los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes: “El Estado reconocerá y garantizará la vida, incluido el cuidado y protección desde la concepción.” La supuesta Constitución abortista no es más que uno de los tantos pretextos utilizados por la derecha conservadora, en su ciega oposición al cambio. Pero lo más lamentable es que, sumergidos en sus miedos, intentan manipular la conciencia de los creyentes para conducirlos a un sufragio polarizado. Desconocen que la nueva Constitución no solo garantiza la vida biológica sino también vida con dignidad y bienestar. Con esto comprobamos que el Status Quo no solamente se articula con los partidos tradicionales, sino que su ingerencia social está en una difusión de miedos, temores y sobretodo de prejuicios por parte de los entes religiosos, incluso han tenido el atrevimiento de imponer sus estereotipos de familias y juzgar como anormales ha aquellas familias que no son compatibles con sus convicciones retrogradas. Seguramente este es el inicio de otra “guerra santa” que, como antes, tiene el descaro de usar su infraestructura religiosa para realizar su campaña política y en eso se incluye la Iglesia Evangélica. Se olvidaron de Eloy Alfaro y de su lucha por separar al estado de la iglesia, tampoco entendieron la intervención del padre Fernando Vega cuando esgrimía su voto laico en la asamblea constituyente a favor de la Constitución: “La Constitución no debe ser ni católica ni atea, debe ser democrática.”
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