28 may 2012

HITCHCOCK, SATYA Y LAS MUJERES EN EL SIGLO XXI



Miguel Molina Díaz

La obra del cineasta inglés, Alfred Hitchcock, constituye, sin lugar a dudas, uno de los pilares fundamentales sobre los cuales la humanidad ha construido su cine. Su huella esta presente a lo largo del siglo XX, por ejemplo, desde “El Inquilino”, que es una película muda de 1927, hasta “Psycho”, su más popular y exitoso rodaje, estrenado en 1960. Un tema trascendental para el llamado maestro del suspenso, a lo largo de su obra, fue la mujer.

Sus argumentos son irruptores: cuestionamientos al sistema jurídico, al orden político internacional y, sobre todo, al establishment de la sociedad, por decirlo de algún modo, occidental. Sin embargo, pese a la complejidad intelectual, estructural y argumentativa de sus historias, Hitchcock logra dominar las técnicas del cine comercial y por eso su éxito. Sus películas eran altamente consumidas por la audiencia y, además, elogiadas.

Vértigo, su obra maestra, aparecida en 1958 y protagonizada por James Steward y Kim Novak, probablemente es una de las películas más maravillosas del siglo XX. Scottie Ferguson (Steward), un detective retirado que padece acrofobia, es contratado por un antiguo conocido para vigilar a su esposa Madeleine (Novak), quién al parecer esta bajo la posesión de su bisabuela, Carlota Valdés, que la pretende conducir a un suicidio inminente. Después de seguirla por museos de arte y cementerios, Scottie salva la vida de Madeleine al intentar matarse cuando salta a la bahía de San Francisco. Al poco tiempo se enamoran, pero Scottie, a causa de su vértigo, no puede evitar el suicidio de Madeleine, que tiene lugar cuando salta de la cúspide de la torre en la Iglesia San Juan Bautista.

Después de recuperarse del trauma en un sanatorio, Scottie encuentra, caminando por la calle, a una mujer radicalmente similar a Madeleine. Al seguirla y abordarla, la extraña afirma llamarse Judy Barton y niega conocerlo. Tal vez motivado por la desesperación Scottie la invita a cenar e inician una relación afectiva, en la cual, su obsesión no superada le hará pedir a Judy que se vista y sea como fue Madeleine. Pero Madeleine y Judy eran la misma persona. El antiguo conocido que contrató a Scottie para que vigilara a Madeleine la había matado y utilizó a Judy, que tenía un gran parecido con su esposa, para que simule un suicidio.
La transferencia de la culpabilidad es, básicamente, el argumento de Vértigo. Hitchcock frecuentemente hace que sus películas sean para su audiencia una cuerda floja entre la culpabilidad y la inocencia. La pregunta clave es: ¿quién mató a Madeleine? O más bien dicho: ¿quién mata todos los días a las mujeres? La verdad, por cruda que sea, es que nosotros somos los asesinos. La sociedad que retrata Hitchcock –y la nuestra ¿no?- es una en la que el deseo falocéntrico ha construido las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas. Estamos frente a un proceso de siglos en que la mujer ha sido enajenada para cumplir el deseo del hombre, en cuanto a su apariencia, en cuanto a su forma de ser y expresarse, sus hábitos, sus aspiraciones. El deseo masculino (es decir el de la sociedad patriarcal) ha limitado a lo largo de la historia el dinamismo de la mujer, ¡hemos vetado sus aspiraciones profesionales y sociales! 

Hitchcock propone la liberación de la mujer. Demuestra lo aberrante que es para Judy, tener que vestirse y comportarse como Madeleine, a fin de complacer a Sctottie y merecer su amor. Las mujeres han fabricado su identidad en función de la presión de la sociedad patriarcal, ebria por sus prejuicios y enceguecida en la absurda certeza de sus dogmas. Repudiable, como los abusos denunciados por Hitchcock, es la inadmisión de la Acción de Protección por parte del Juzgado Cuarto de Garantías Penales, en el caso Satya. Deplorable es la decisión de un juez que aduciendo la existencia de “otras vías”, rehúsa la protección de un derecho constitucional. ¡Que falta les hace ver las películas de Hitchcock a los funcionarios del Registro Civil, a los administradores de justicia y, sobre todo, a los fanáticos religiosos que pretenden imponer su modelo arcaico de familia a toda la sociedad! El caso Satya nos recuerda la vigencia y actualidad de los argumentos hitchconianos, así como la necesidad de continuar la lucha por la liberación y la autonomía de la mujer. La lucha por conquistar en la esfera pública su derecho a la autodeterminación familiar y sexual, todavía no garantizada. De los abusos cometidos en el Caso Satya (como luz de muchos otros): ¡somos culpables todos! 

10 may 2012

Las Luces de Parra y Cardenal en América



Miguel Molina Díaz

Lo imagino feliz, fumando y lanzando el humo del cigarrillo mientras sonríe con la simple y llana certeza de haber tenido la razón. Me refiero a Roberto Bolaño, el escritor más importante de la literatura latinoamericana contemporánea, cuya monumental obra ha sido traducida ya a casi todos los idiomas posibles. Desde la estrella distante en donde habita, Bolaño debe estar complacido. “Todo se lo debo a Parra” había dicho muchos años atrás cuando sus libros comenzaron a relucir en el sombrío panorama literario del Post-boom.

En la última entrevista que ofreció antes de su muerte, Roberto Bolaño, al ser preguntado sobre las cosas que le conmueven respondió: “Me conmueven los jóvenes de hierro que leen a Cortázar y a Parra, tal como los leí yo y como intento seguir leyéndolos.” Su admiración por Parra fue obsesiva, tanto es así que la antipoesía fue un referente decisivo en los poemas del autor de los Detectives Salvajes. En uno de esos versos y una vez llegada la madurez, Bolaño intenta redescubrir quién había sido cuando tenía la edad de veinte y concluye: “Un lector de Cardenal y de Nicanor Parra”.

Bolaño debe estar contento: después de haber afirmado hasta el cansancio que Parra era el más grande poeta chileno “por encima de todos, incluidos Pablo Neruda y Vicente Huidobro y Gabriela Mistral” se le concedió, en este año, el Premio Cervantes, considerado el de mayor prestigio en lengua española. “Bolaño me puso en orbita de nuevo” confesó hace poco el creador de la antipoesía, quién no pudo asistir a la entrega de su premio debido a su avanzada edad de antipoeta (97 años). 

Bolaño debe estar muy satisfecho con este año 2012. No solo Parra fue homenajeado sino que Ernesto Cardenal, otro de los maestros que él amó, se convirtió hace pocos días en el ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En su libro de poemas, Los Perros Románticos, Bolaño describe un encuentro con su maestro Ernesto Cardenal: “Padre, en el Reino de los Cielos/ que es el comunismo,/ ¿tienen un sitio los homosexuales?/ Sí, dijo él./ ¿Y los masturbadores impenitentes?/ ¿Los esclavos del sexo?/ ¿Los bromistas del sexo?/ ¿Los sadomasoquistas, las putas, los fanáticos/ de los enemas,/ los que ya no pueden más, los que de verdad/ ya no pueden más?/ Y Cardenal dijo sí”.

Lo cierto es que poca falta les hacía a Parra y a Cardenal los premios en reconocimiento a la limpieza y genialidad de sus obras. Era América la que requería –¡con una urgencia desesperante!- desenterrar los nombres de dos de los más grandes poetas e intelectuales que parieron Chile y Nicaragua. Y fue Bolaño quién nos desafió a hacerlo, por ejemplo, cuando escribió “a caminar, entonces, latinoamericanos/ a caminar a caminar/ a buscar las pisadas extraviadas/de los poetas perdidos/ en el fango inmóvil/ a perdemos en la nada/ o en la rosa de la nada/ allí donde sólo se oyen las pisadas/ de Parra”. Al final volvimos a encontrar las pisadas de los poetas perdidos, que tanta falta nos hacían en las horas fastuosas y desoladas. Podremos volver a oír su voz (ojalá en su magnitud real) y ver brillar su luz. Las luces de Parra y Cardenal iluminando nuestro continente.

8 may 2012

CARTA ABIERTA AL PROFESOR CARLOS FREILE


Estimado Carlos

Para comenzar, quisiera manifestarle mi agradecimiento, en primer lugar por las puntualizaciones que realizara a mi columna “El Robo de la Hoguera Bárbara” publicada en Aula Magna en su No. 46 del 29 de enero y, en segundo lugar, a su posterior réplica con motivo de mi respuesta publicada en mi columna “Entre la Historia y la Diatriba” del No. 48 del 27 de Marzo. Considero que el agradecimiento, en este caso, no solo es oportuno sino justo por la atención inédita que por primera vez reciben mis columnas de parte de un catedrático de su autoridad académica.

Frente a su réplica, llamada Carta Abierta a la Comunidad USFQ, es mí deber confesar públicamente la sorpresa que me provocan sus líneas y el tono agresivo de su reacción. Quisiera que quede absolutamente claro que jamás fue mi intensión lesionar su “honor personal” y su “honradez como historiador”, como usted percibió equivocadamente. Tampoco encuentro –por más que he buscado en mis líneas- una imputación de mi parte de una “conducta inmoral” a su obra histórica, cuestión que me ha preocupado altamente pues lo último que podría hacer un estudiante de jurisprudencia como yo es emitir acusaciones sin ninguna fundamentación sobre la respetable obra de un historiador que enaltece con su trabajo el nombre de mi universidad. Si usted lo entendió de esa manera, siento mucho que haya sido así y le ofrezco disculpas publicas.

Por otro lado, en lo referente al contenido de mi análisis en la columna “Entre la Historia y la Diatriba” mantengo y defiendo cada una de las conclusiones que en ese espacio postulo. Bajo mi criterio, profesor Freile, la historia y sobre todo su interpretación constituye –como la mayoría de las ciencias sociales, a mucha honra- una construcción subjetiva a la que permanentemente nos aventuramos los humanos en nuestro afán por entender la realidad en que vivimos y el fenómeno de nuestra civilización (esa civilización que, como nos recuerda Vargas Llosa, nació cuando los homo sapiens decidieron contarse historias en las cavernas, desarrollando así el leguaje y dando vida a nuestra más fascinante creación: la ficción). En ese sentido, la crítica que realicé sobre su interpretación de los eventos que se inscriben dentro de la llamada Revolución Liberal Radical Ecuatoriana, cuyo máximo exponente es Alfaro Delgado, responden –así como a mi subjetividad- a mi convicción sobre los sucesos fundamentales que se llevaron a cabo en el país, integralmente y al rigor de políticas publicas primordiales, como resultado del alfarismo. De esos sucesos destaco, sobre todas las cosas, el establecimiento del Estado Laico que –nuevamente en base a mi pensamiento subjetivo- deja muy por detrás las obras de los gobiernos de Rocafuerte y sobre todo de García Moreno.

Mal podría yo pensar que mis afirmaciones constituyen verdades absolutas. De la misma manera me reservo el derecho a la duda sobre sus validas y legitimas afirmaciones, seguramente sustentadas en  documentos, en las puntualizaciones que usted realizó sobre mi análisis (jamás me imaginé que la calificación de “historiador documentalista” pudiera ser ofensiva y sigo sin entender cómo podría darse esto, sin embargo, si esa taxonomía le ofende también le ofrezco disculpas). Cabe, en este punto, aclarar que como estudiante no tengo nada en contra de los documentos históricos. Creo, eso sí y con convicción profunda, que la validez de narrar hechos históricos sustentándolos únicamente en documentos se enfrenta a la posibilidad e incertidumbre de otros documentos en que las afirmaciones históricas se podrían contradecir (es por eso que considero que más allá de las verdades absolutas en las que muchos historiadores creen, lo de fondo es la interpretación analítica de los hechos  y las construcciones teóricas  -y sus conclusiones- que a nivel intelectual pueden surgir de dichos análisis).

No fue mi intensión tampoco, en mi análisis sobre el centenario de la Hoguera Bárbara, negar los abusos y violaciones al derecho que pudieron darse en el gobierno de Alfaro y durante sus campañas (¡por favor, cómo podría defender lo indefendible!). Mi intensión concreta fue y es denunciar la expropiación de la figura de Alfaro –ahora, cien años después, indescifrable- por parte de la Revolución Ciudadana que la ha tomado como logotipo comercial de su marca, para vendernos su populismo, para justificar los abusos que cometen día a día y la desmedida corrupción de su administración. Si mi postura sirvió para mantener con usted un debate intelectual y –si es posible decirlo- académico, me siento muy orgulloso y considero saludable, no solo para la universidad, sino para la sociedad en general, la posibilidad de escarbar en los acontecimientos del pasado para entender el presente y asumir posiciones políticas orientadoras en la nación, por medio de discusiones y debates, eso le hace bien a la democracia, la creencia en verdades absolutas, por el contrario, la lesiona.

No pienso, profesor Freile, referirme a los ataques específicos que me hace en su Carta Abierta (el honor para mi, a diferencia de lo que el presidente de la República cree, no es algo que se adquiera exigiéndolo con vehemencia y pasión. La verdad, en mi caso particular, es un tema que no me interesa en lo más mínimo: ojalá nunca lo tenga, no en un país en que se lo exige con millonarias sentencias judiciales). Desde que decidí compartir mis escritos la crítica no es algo que me moleste, por el contrario, me anima y emociona. Sin embargo, lamento la mención a mis “mentores” hecha reiteradamente por usted en su carta, no porque no los tenga (la lista es infinita comenzando en el grandísimo Homero hasta llegar al más cosmológico de todos: Roberto Bolaño) sino porque una suposición de esa naturaleza constituye un no entendimiento –tal vez de todos nosotros- de las artes liberales como sistema metodológico de una universidad. Si un estudiante no puede emitir criticas y discrepar con un profesor, el espacio en donde eso acontezca es cualquier cosa, menos una universidad. En todo caso profesor Freile, liberó a mis profesores o “mentores” de cualquier responsabilidad en el marco de las lesiones que usted percibió de mi parte.

Más allá de todo le reitero mi agradecimiento por la atención que le dio a mis opiniones y aprovecho para recordar, a fin de no quedarme corto frente a su mención sobre la sentencia de Cicerón, las palabras de los gladiadores romanos antes de comenzar el combate: “Ave, Cesar, morituri te salutant”.

Saludos,

Miguel Molina Díaz

4 may 2012

“EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO”



Miguel Molina Díaz

Refiriéndose a la práctica del periodismo, en un discurso frente a la 52ª Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, Gabriel García Márquez expresaba: “Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo...” Nada más que la conclusión de uno de los grandes genios de América, sobre el oficio que –en el momento crucial de su vida- lo obligó a dejar el derecho para dedicarse, como reportero raso, a buscar noticias. Oportuno, por decir lo menos, resulta pensar en Gabo y su experiencia, sobre todo en este ocaso periodístico en que vivimos.

A lo largo de su discurso el Nobel de Literatura se queja. Le preocupa el estado del oficio que catapultó y consagró su vocación narrativa. Crítica la “reacción escolástica” que ha conllevado a la creación de escuelas en las que se llama al periodismo “ciencias de la comunicación o comunicación social.” Recuerda sus orígenes y los de los mejores periodistas del siglo XX: el resultado de un proceso, ante todo, empírico. Pero sobre todo, resalta la vocación ética y el compromiso social que debe primar en el periodista. Principios y nociones de responsabilidad que difícilmente se podrían aprender, en su totalidad práctica, al interior de las aulas de clase.

Pienso en García Márquez, precisamente ahora, cuando el periodismo enfrenta amenazas inconcebibles en una América moderna y democrática.  Desoladores fueron los días en que jueces –traidores del derecho- condenaron, en dos casos controversiales, a medios de comunicación y periodistas (accediendo, así, a las funestas pretensiones del poder enceguecido por la búsqueda del honor y la gloria). Entonces pienso en Hemingway, los días en que fue corresponsal de guerra, los textos que nacieron de sus coberturas en Europa, testificando el horror, la devastación, la decadencia… Pienso en Truman Capote, el surgimiento de su estética pura y metódica, concebida y lograda en largos años de redacción periodística hasta fundar con su novela A sangre fría el nuevo periodismo, considerado ahora un género literario.

Y, sobre todo, pienso en Juan Montalvo. Pienso mucho en Montalvo. Pionero en abordar los hechos importantes del país con vocación científica. Pionero en combatir al poder, mediocre y abusivo, desde la búsqueda de la veracidad. Certero, además, en concebir la libertad de escribir e informar. Y es triste vivir en ese mismo país en que nació Montalvo hace 180 años y comprobar que la mentalidad –y vocación ¿no?- de los políticos obsesionados por el poder y enceguecidos por las canonjías, sigue siendo la misma: consagran artimañas para aprobar leyes contra la libertad de prensa, información y expresión. Decretan que solo aquellos que obtienen el título de comunicadores podrán ejercer el periodismo: ¡Que falta les hace a los gestores de la falsa revolución leer al gran García Márquez! Piensan que, controlando los medios, más tiempo podrán enmarañarse al poder ridículo del que gozan, más tiempo podrán seguir viviendo y comiendo del poder absurdo que los enceguece. Piensan, los ahora poderosos, que el poder les durará toda la vida y con él podrán acallar las voces de los críticos. Pero desconocen lo fundamental: el periodismo no es simplemente una profesión. Es mucho más: un oficio, una vocación, una obsesión irrenunciable.

2 may 2012

Quito se desintegra y los ciclistas la salvan



Miguel Molina Díaz

La tarde del sábado fue perfecta para un paseo en bicicleta. A pesar del indescifrable clima, el aire era una invitación a la reconciliación con la ciudad y el valle. Cumbayá, a las afueras de Quito, ofrecía la posibilidad de un frio menos intenso y menos desolador. Pero llovería al fin y al cabo. ¿Y si llovía, qué? ¿En qué podían cambiar las cosas? Lo importante era subirse a la bicicleta y salir. Salir por las calles. Reconocer las largas calles de Cumbayá en el trayecto inofensivo ¿al cine?, ¿a visitar a la familia?, ¿a una amiga? Más no había la necesidad de motivos ni pretextos, el ciclismo puede ser un fin en si mismo si te atreves a soñar. Tal vez Salomé Reyes simplemente salió a montar en bicicleta sin ningún destino específico más allá de disfrutar de su pasión, como era su derecho.

A las tres de la tarde, informan los periódicos, Salomé Reyes se convirtió en la sexta ciclista en sufrir un accidente en lo que va del mes. Pero en el caso de Salomé el desenlace fue fatal: al día siguiente decenas de familiares y amigos acudieron a su sepelio. Un fin de semana, que pudo haber sido como cualquier otro, se convirtió en el fin ineludible de una joven victima del caos vehicular de Quito y sus alrededores.

El día lunes, a las siete de la mañana, los ciclistas se manifestaron en la Tribuna de los Shyris, todavía arrastrando el dolor por la ausencia de Salomé, y algunos de ellos, en la tarde, fueron recibidos por el tristemente celebre burgomaestre de Quito. La necesidad de políticas públicas para garantizar el derecho al ciclismo es evidente pero el tema, en cuanto a la municipalidad concierne, es mucho más complejo: el ciclismo debe ser considerado no simplemente uno de los deportes que podemos practicar los quiteños sino un medio de transporte sustentable como alternativa al colapso innegable del sistema de transportación público y privado de nuestra ciudad.

Después del mortal accidente el responsable se dio a la fuga, como ha sido común en los cientos de casos con los que nos hemos acostumbrado a vivir los ecuatorianos. Otro chofer del transporte público que recurre a la cobarde impunidad, ¡cómo si la vida de Salomé no hubiera valido nada! ¡Cómo si matar a una joven ciclista no significara nada! Y en respuesta al crimen el espíritu de cuerpo de los transportistas tiene el olor fétido de la prepotencia y el olvido. Después de todo, lo que les interesa a los señores choferes, es seguir trabajando para burlarse todos los días de los puntos de sus licencias y ser los reyes y amos de las calles, todopoderosos y brutales.

El anárquico sistema de transportación en Quito no solamente lesiona los intereses y derechos de los ciclistas, sino los pilares fundamentales sobre los que creímos podría estar cimentada esta ciudad. Pronto Quito olvidará a Salomé Reyes y nadie hablará de ciclistas muertos en las vías por la impericia de buseros, hasta que se repita la historia y el sistema de transporte cobre otra victima. Y nos lamentaremos por ellos un día o dos. Después, igual que a Salomé, los olvidaremos. A esto nos estamos acostumbrando los quiteños, cada vez más cómodos e impávidos, cada vez más privadamente feroces en nuestro desinterés -¿desprecio?- por el otro, por los derechos del otro, por el respeto al otro y por la vida del otro. Si no fuera por los ciclistas que indignados protestaron el lunes por la muerte de su compañera, el crudo peso de pensar que esta ciudad se está acostumbrando al horror hubiera sido, ciertamente, la atroz consecuencia de nuestra desintegración moral como ciudadanos capitalinos.

Espero, sin embargo, que tu muerte nos sirva de algo Salomé, nos salve de alguna manera, nos permita soñar con una ciudad en donde nadie vaya a repetir tu muerte. Espero que no hayas muerto en vano Salomé, te has ido de Quito –y del mundo ¿no?- sin saber que tu muerte nos podía ayudar de alguna forma, nos podía devolver nuestro derecho a reclamar el uso del espacio público, el esparcimiento y el deporte. Cae la noche en la Capital del Ecuador y a lo lejos veo la silueta de una ciclista pedaleando por las calles de mi ciudad, pedaleando por nuestras carreteras y conciencias, pedaleando…