5 may 2013

CRONICAS DE UN EXTERMINIO ANUNCIADO




Miguel Molina Díaz

Cuando Carolina López me habló de un posible exterminio de los pueblos en aislamiento voluntario, los Tagaeri y Taromenane, le reclamé porque me pareció una afirmación irresponsable e improbable. Pensé que de llegar a ocurrir semejante desgracia el Ecuador se vería en serios problemas con los organismos internacionales y que lo que había ocurrido era la masacre de una casa taromenane más no tenía que ver con un proceso de exterminio de ese conglomerado. Comprobar mi ingenuidad y equivocación es desgarrador en la medida en que tanto Tagaeris como Taromenanes probablemente están en la recta final de su ancestral vida. Yo, inmerso en mi occidental realidad de ciudad y tecnología, me equivoqué y Carolina tuvo toda la razón: están siendo exterminados.

Sin embargo, ese es un proceso que comenzó muchos años atrás. Durante el siglo XX, sobre todo en la primera mitad, ni siquiera estábamos seguros de quienes eran. Los llamábamos ‘aucas’ y los considerábamos de un salvajismo al estilo de la película Holocausto Caníbal. No fue sino hasta el descubrimiento del petróleo que nació el interés de explorar la selva y entablar relación con ellos, así descubrimos que su verdadero nombre era Huaoranis. El ingreso de las madereras y petroleras, desde entonces, causó un estado de guerra interna entre los clanes huaoranies que negociaban y recibían asistencia de las empresas.

Los legendarios guerreros de la selva poco a poco fueron cambiando su vestimenta, los materiales de construcción de sus casas, su forma de vida. También se convirtieron en chantajistas de las petroleras que por una botella de cola o, con suerte, por un costal de cemento entregan de pedazo en pedazo la selva milenaria. Ese fue el origen de los tagaeris. Taga, primo del líder huaorani Babe y uno de lo más valientes guerreros de la selva, abandonó su región para internarse, con los suyos, en sectores más profundos de la Amazonía, en donde podrían mantener sus tradiciones míticas y la paz con sus dioses. Se cree que Taga fue asesinado durante una expedición de una empresa petrolera, supuestamente, en complicidad con grupos huaoranis. Dos son las teorías sobre los tagaeris: que se siguieron internando en la selva amazónica, más allá de las fronteras de algo que otros salvajes llaman Ecuador. O que simplemente fueron exterminados. Lo cierto es que por muchos años no se ha tenido noticias suyas ni se los ha vuelto a ver.

La historia de los pueblos en aislamiento voluntario es fascinante para la literatura y los estudios antropológicos, pero para quienes con consciencia habitamos el siglo XXI, es devastadora. Catorce fueron las lanzas tagaeris que en 1987 se encontraron en el cuerpo de Monseñor Labaka. Su asesinato no hace sino corroborar las décadas del estado de guerra en que esos pueblos viven. Las masacres a los Taromenane, desde que inició el presente siglo, probablemente los tienen al borde del abismo. Parecería que el exterminio es inminente. Y el Estado brilla por su incapacidad. Los fiscales no acusan porque en el lugar de los hechos no se encuentran las cédulas de las personas pertenecientes a pueblos aislados que nunca han tenido contacto con la sociedad. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos pide información sobre el cumplimiento de las Medidas Cautelares emitidas en el 2006 para la protección de los pueblos ocultos. Pero el Ecuador, país infinitamente soberano y de vientos nuevos, no acata medidas cautelares de nadie, menos de la CIDH. 

Y ésta es una historia que se escribe paralelamente a nuestra vida occidental y materialista. Después iremos al cine, a las fiestas, los asambleístas cambiarán el mundo, el presidente comulgará con el Papa… todo mientras en la selva hay baños de sangre.  

*Publicado originalmente en Aula Magna

1 may 2013

Los Intelectuales del Poder




Miguel Molina Díaz

Esta semana apareció una entrevista al presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en la que, por fin, rompió el silencio. Aunque sus palabras hayan sido suaves, expresó su dolor frente al hecho de que Rafael Correa no responda a su carta. Una carta que explicaba y pedía auxilio al presidente porque la casa se cae en pedazos por falta de dinero.

De hecho, Raúl Pérez Torres aseguraba que no tienen para pagar luz, agua o teléfono y que los bomberos están por cerrar el Teatro Nacional por falta de condiciones de seguridad. Su dolor, sin embargo, parecería ser producto del engaño y la utilización maniquea que hizo y hace la Revolución Ciudadana de todos ellos. Y entonces es muy comprensible ese dolor, un dolor que nace del arrepentimiento, supongo.

Pero no es un dolor coherente. Si Benjamín Carrión estuviese vivo su dolor sería por descubrir la decadencia económica y, sobre todo, moral de la Casa de la Cultura. A Pérez Torres le duele que quién dijo ser su amigo, no le responda una carta, después de que en el pasado febrero él y los demás escritores revolucionarios firmaron un mediocre manifiesto de artistas e intelectuales en respaldo a la reelección de Rafael Correa.

Creo que un deber fundamental del intelectual y del artista es mantener y fomentar el sentido crítico. Su responsabilidad con la sociedad, si la asumen, es propiciar una inteligencia que permita analizar los trasfondos de las cosas, leer entre líneas, ver más allá de las verdades oficiales, incentivar la duda y la curiosidad. Ser, ante todo tipo de ejercicio autoritario del poder, disidentes.

El arte no puede perder su sentido de irreverencia e, incluso, de cuestionamiento al orden establecido. La Casa de la Cultura agoniza. Se acabó su monopolio sobre la cultura.

Raúl Pérez Torres cosecha lo que todos ellos han sembrado: un papel del intelectual sometido al poder, cercenados por los reglamentos de sus cargos en la burocracia estéril, limitados en su palabra por la lealtad al partido y cooptados por una prensa oficial que sólo hace propaganda y cortesía. 

*Publicado originalmente en La Hora