23 oct 2011

“Con mi corazón en Yambo”



Miguel Molina Díaz

Sin haber conocido en persona a la familia Restrepo siento que los conozco. Crecí en la década de los 90s en un país donde el apellido Restrepo sonaba, desde que yo era niño, como tragedia o consigna. Y con los años, los nombres de Santiago y Andrés, se volvieron símbolo.

Al cabo de algo más de dos décadas de su asesinato, mi vínculo con mi país, se resquebraja. Voy al cine, compro entradas para ver “Con mi corazón en Yambo” y no me cabe duda: la experiencia será desgarradora. Nunca conocí a los hermanos Restrepo pero, al ver el documental, siento que su historia es mi historia. Las crónicas de mi país y su brutalidad salvaje. Me comienza a doler mi nacionalidad.

Siento asco. Me repugna el poder abusivo y encubridor que los siguió matando a lo largo de estos años. Me indigna la traición de ex presidentes que no movieron un dedo, especialmente, aquel que prefería oír música clásica: siento pena por él. Y tengo la certeza de que el gran culpable, a pesar de su entierro de héroe, debe estar en algún lugar, despotricando contra María Fernanda Restrepo por hacernos recuperar la memoria. Su violencia, la prepotencia de sus palabras, la inseguridad encubierta por esa ferocidad animal y su complicidad con el asesinato, harán del ex dueño del país, un monstruo inolvidable.

En medio de la oscuridad, que es como concibo y denomino hoy al Ecuador, aparece Luz Helena Arizmendi. La veo golpear y ser empujada por las fuerzas del orden que mataron innumerables veces a sus hijos. La veo gritar contra el poder y combatir a los torturadores como una fiera. Deseo volver a sentirme ecuatoriano solo para estar orgulloso de ella, para tratar de ser como ella, para soñar en un país en el que todos somos como ella. Y como Pedro Restrepo. Ambos colombianos.

Quiero volver a sentirme ecuatoriano y recordar, como María Fernanda Restrepo, lo que con el asesinato de sus hermanos nos hicieron a todos. Y es como si el corazón del Ecuador también estuviese en el fondo del Yambo y no lo pudiéramos encontrar porque nos lo esconden. Santiago y Andrés son la conciencia de lo que ha sido y debe dejar de ser este país.

Y frente a esta revelación del horror policiaco me pregunto si ¿todavía somos humanos? ¿Si de alguna manera todos somos cómplices por no haber hecho nada? ¿Si es humano el que, en medio de su prepotencia irrespetuosa, pretende que su honor valga cuarenta veces más que la indemnización pagada por los desaparecidos? (No llore Sr. Presidente al ver el documental: resulta demasiado hipócrita.)

He visto el documental “Con mi corazón en Yambo”. Me propongo ir a la Plaza de la Independencia el próximo miércoles, tengo la esperanza de encontrar entre el poder, los transeúntes y los jubilados, algún rastro de mi país, de Yambo, de Luz Helena Arizmendi, de esta memoria sin conciencia.

18 oct 2011

¿Sabe usted, Luz Helena? Jorge Enrique Adoum


(La poesía de Adoum y el documental "Con mi corazón en Yambo" de María Fernanda Restrepo, se vuelven indispensables para seguir siendo humanos)
MMD

"la conocí golpeándose contra el silencio del poder en esa plaza a donde el
pueblo acude cada vez que necesita recordar que el monumento fue erigido a
su independencia y no a su servidumbre
y cada semana estaba usted allí sacudiendo la apatía del sistema hasta
cuando concluyó el plazo que les concedió el señor ministro de gobierno para
que ustedes preguntaran por sus hijos y su paradero en el agua
hasta cuando nuestros gritos contra la tortura como pus o caspa del sistema
molestaron al señor presidente en su trabajo incluso cuando dijo que eso "no
iba a devolverles la vida" sin entender que ustedes y nosotros estábamos
pidiendo que nos devolvieran su muerte
(el otro zapato un botón de la camisa los huesos de ambos)
y cuando yo tenía la impresión de que ya nada servía de nada ni las peticiones
con firmas ni las marchas de protesta ni las consignas pintadas en las paredes
(acaban de derribar la que frente a mi casa decía "pero Yambo no
desaparece"*)
y nada hacía maldiciendo carajeando contra la impotencia frente al imperio
policíaco
usted seguía haciendo algo algo cualquier cosa cada miércoles cada día a
cada hora
y cuando ya no podíamos acercarnos a la plaza cercada a varias cuadras a la
redonda
ocupada -como por un ejército extranjero que hubiera venido a derrotarnos en
nuestra guerra nuestra- por la misma policía que los mató a los dos y los siguió
matando
usted avanzaba reclamaba pedía exigía bajo las ventanas mismas del palacio
y cuando nos mordíamos el alma porque el gran culpable instalaba su trono en
una alcaldía y aún se atrevía a pontificar sobre el derecho a violar el derecho
pero nada decía del crimen cobarde el asesinato aleve callando encubridor y
cómplice
y el gran ejecutor que tenía un jeep a la puerta abierta de su cárcel huyó del
país
y ni el ministro de gobierno y policía ni la policía hicieron nada para que
regresara el general de policía
usted enarbolaba -bandera de mil colores bajo el sol- su esperanza de mujer
humana en la justicia de los humanos (¿eran humanos?)
usted enarbolaba -bandera sin color bajo la lluvia- su dolor de huérfana al revés
dos veces (demasiada orfandad en una sola madre)
llenando con él los intersticios de vacío entre las piedras o entre el aire y las
nubes
o entre nosotros mismos y el destino sin saber muy bien lo que significa
(y al perder la vida usted recuperó para nosotros el derecho elemental de cada
ciudadano
a volver a las puertas del palacio a recordar a voces a su inquilino que el
asesino sigue libre y los muchachos muertos)
usted se me acercó una mañana cuando todos los escogidos por la música
cantaban por los hermanos
en una afirmación de la vida o sea de la justicia exigiendo el castigo
y puesto que los jóvenes decían "todos somos restrepo" santiago y andrés eran
hijos de todos nosotros
usted y pedro eran en ese momento nosotros
y usted me dejó dos lágrimas en mi camisa como si me hubieran matado a mis
dos hijas
como recordándome con su humedad que sí puedo podemos hacer algo que sí
cabe esperar después de la desesperanza
por ejemplo recordar a los desaparecidos que un día no volvieron a su casa ni
a la vida
o ponerles como una chaqueta en los hombros su cadáver que andan
buscando entre otros muertos
que sí vale la pena escribir mil consignas contraseñas maldiciones firmar mil
denuncias condenas cartas manifiestos
gritar hasta enronquecernos el corazón
contra la desventurada teniente de policía que cobraba por haberlos visto
cobraba para verlos de nuevo cobraba para mentirlos vivos
contra el general de policía que anunció iba a ensuciar unas hojas de papel
escribiendo en su defensa un libro con las patas dentro de las botas
contra los que torturaron a ese muchacho hasta matarlo y mataron al que había
visto la tortura y así doblaron la muerte
contra el imbécil coronel de policía que dijo "por la desaparición o muerte de
dos mocosos no se debió armar tanto relajo y estar ahora con la misma
cantaleta"
y aunque todos ellos estén dentro o fuera de una cárcel de cinco estrellas
sí valió la pena luz helena por esos adolescentes puros
sí valió la pena luz helena insistir para que esos reos poco comunes puesto
que salvajes pasen a una cárcel común
particularmente ése que dijo hablando de los mocosos "ellos no fueron
personas relevantes como un presidente norteamericano o un cantante
mexicano para dar tanto revuelo al asunto"
ignorando el ignorante que la vida de un muchacho de un niño de un adulto
transeúntes por el país o calle de las lágrimas
cortada por la brutalidad del poder y su justicia
es para nosotros más importante que la de cualquier presidente o candidato
muerto en el cumplimiento de su ambición o de su destino
lo que valió la pena sobre todo luz helena
es habernos dado a todos la conciencia de que los derechos humanos son
sagrados
no una sigla ni una composición literaria ni un discurso oficial de sobremesa
sino algo en cuya defensa se muere y vale la pena morir porque es por los
demás por los otros nosotros
como murió consuelo benavides
como murieron santiago y andrés sin imaginar para qué iba a servir su muerte
luz helena
como murió usted tantas veces luz helena
y ¿sabe? es como si ahora su llanto hubiera vuelto a mojarme la camisa
recordándome lo poco que hice y hago y sigo sin hacer
por todos los que fueron y de golpe dejaron de ser a golpes
y por los que son como usted es y sigue siendo luz helena"

1994
De "Cementerio personal"
(A Luz Elena Arizmendi, madre de Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo)