Por: Miguel Molina Díaz
El autor ecuatoriano Pablo Palacios escribió refiriéndose a los acontecimientos político-sociales de su época, que “brilla sobre todos la eternamente nueva y eternamente vieja opinión pública.” Para él la opinión pública significaba “freno de gobernantes y único timón seguro para conducir con buen éxito la nave del Estado.” No quisiera entrar a refutar su pensamiento, más bien usarlo como referente para entender lo que está pasando en nuestro país. Las noticias que hemos recibido en los días pasados han estado dotadas de enormes dosis de temor e incertidumbre, porque episodios preocupantes han invadido la Asamblea del cambio. Renuncias, viudas negras y mutilaciones masoquistas han sido tema de todo noticiero. Se percibe una inmensa inseguridad en los ecuatorianos sobre el desenlace de toda esta parodia política. ¿Pero que hay detrás de todo esto? ¿Qué se esconde bajo el vestuario sombrío y lúgubre de asambleístas de oposición? ¿Cuál es el objetivo de auto-flagelarse en medio de las sesiones del pleno? Al parecer es un cadáver, uno que va agonizando desde aquel abril quiteño que los forajidos exigían que se vayan todos. Por eso el color negro de luto, que acompaña en su dolor a la moribunda partidocracia. Aquellos partidos que pugnaban por el control de las cortes y organismos de control han pactado – como en sus componendas de antaño – un acuerdo de supervivencia. A veces parecería que las minorías de oposición pretenden que Acuerdo País les pida perdón. Perdón por haberles arrasado en las elecciones presidenciales y en la consulta popular. Perdón por haber osado en terminar con el congreso que era su bastión. Y sobre todo perdón por haber tenido el atrevimiento de contar con amplia mayoría en una asamblea que a su vez, amenaza con desbaratar el sistema impuesto por los partidos tradicionales en la constitución del 98. Su último recurso de defensa es el boicot, con el cual apuntan a manipular la opinión pública. Ahora se visten de negro, saltan, gritan y arman berrinche en Ciudad Alfaro, como lo hacían en sus congresos. Nos dejan un sabor amargo por la fetidez que provoca recordar aquellas viejas prácticas demagógicas e inmaduras que se reproducen en el seno de la Constituyente. Confunden al pueblo en su intento de contagiar a toda la asamblea de sus escandalosos exabruptos. ¡Pero no señores de la oposición! No vestiremos de negro ahora, cuando una esperanza recorre la patria. Basta de seguir haciéndose las víctimas y basta de malgastar el nombre de Alberto Acosta para sus conspiraciones. Basta de coserse la boca y protagonizar tanto drama. ¡Basta de fraguar el fracaso de la Constitución de Montecristi! Pero por ventura del país, solo es la partidocracia estéril y desesperada que trata fallidamente de inyectar su desprestigio y descrédito a una Asamblea responsable y trabajadora, para ver si con tanta difamación influyen en: ¿qué dirá la opinión pública?
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