Por: Miguel Molina Díaz
Después de 10 años, y por más increíble que parezca, se cumplió. La madrugada del martes, 8 de julio, la Agencia de Garantía de Depósitos inició la incautación de los bienes de la familia Isaías, en virtud de los 661 millones de dólares que los ex accionistas de Filanbanco debían al Estado. Y es que todavía es imposible olvidar el salvataje bancario de 1998, cuando el sistema financiero nacional colapsó por la irresponsabilidad de banqueros ambiciosos. El perjuicio a tantas familias ecuatorianas es uno de los capítulos más tristes de la historia del país y es algo que hasta hace poco, parecía que quedaría en la impunidad. Después de haber escuchado centenares de discursos cuya retórica manipulaba las esperanzas de miles de depositantes, teníamos la impresión de que todo estaba perdido y que en este país la justicia solo servía para los que podían comprarla. Sin lugar a duda, los hechos de la semana pasada no tienen referente en la historia y marcan un precedente que dignifica a muchos exclientes del desaparecido imperio financiero, incluyendo los que murieron al ver que su trabajo y los ahorros de toda una vida se perdieron. Y es que una elite (donde se incluyen políticos y empresarios) casi logra robarnos hasta las esperanzas, porque todo lo demás ciertamente ya nos lo había quitado. El más grande engaño de la historia del país causó, a finales de los 90, los daños más dolorosos y trágicos para la economía del ecuatoriano común. Para ese entonces, el Ecuador era una nación del caos y de los sueños rotos: números impactantes de ecuatorianos que se vieron forzados al éxodo y la clase política, que se suponía debía defender al pueblo, se convirtió en el más importante cómplice del atraco bancario. Un poco de memoria es urgente para recordar que la campaña del gobernante de ese tiempo fue financiado por banqueros y por ellos se jugó hasta las últimas cartas, llegando al punto de declarar el feriado bancario para proteger y salvaguardar los intereses de pocas familias. Dicen que la justicia tarda pero llega. Dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Dicen que no hay deuda que no se pague ni plazo que no se venza. Luego de 10 años de espera, por fin, se inicia un proceso para la posterior devolución de ahorros a los ex depositantes de Filanbanco, para la extradición de los atracadores, para que dejen de lucrar sobre su estafa y, sobre todo, para que tanta injusticia deje de estar en la impunidad. La negligencia y alcahuetería de la justicia y política durante una década causó la frustración, e incluso la muerte, de mucha gente. Hoy, recibimos los resultados de un proceso del cual formamos parte; un proceso de reivindicación nacional que comienza a cimentar las bases de un nuevo país donde los intereses de las grandes mayorías no sean perjudicados por las ambiciones de los banqueros corruptos y sus aliados que carecen de responsabilidad social y capital moral.
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