Por: Miguel Molina Díaz
Cansancio, sueño y agotamiento fue la antesala para la aprobación del articulado final de la nueva Constitución. Era entre la noche del viernes 18 y la madrugada del sábado 19, cuando una emoción sin precedentes me desbordaba. Después de una maratónica sesión de 19 horas, donde se trataron alrededor de 105 reconsideraciones, llegó el momento esperado por tantos años y fue de tanta intensidad que incluso surgieron lágrimas en asambleístas como Rosana Alvarado quién, llena de alegría, decía que no pensaba que su generación lograría ser testigo de este cambio tan importante para la juventud. Debo confesar que yo también soñé con este momento como una utopía y es que hace dos años, en plena era de la troncha y componenda, parecía imposible que una Asamblea Constituyente se planteara como un ente cuestionador y transformador de la realidad vigente. Y fue durante aquella desvelada del fin de semana pasado que, con los ojos entre abiertos y cerrados, volví a soñar. Soñé con la nueva Constitución. ¡El nuevo Pacto Social! Soñé que se hacia realidad el mencionado Estado Constitucional de Derecho para que nuestra Constitución sea ese Gran Acuerdo entre todos los ciudadanos y ciudadanas de todos los sectores. Soñaba con actores políticos refrescantes y honestos que dejaron atrás las viejas prácticas y la demagogia. Ellos no se cosían la boca, ni aparecían en videos pretendiendo comprar los votos y las conciencias de sus colegas de mayoría. Soñé con el Poder Ciudadano; las autoridades de control no eran escogidas por el congreso de los manteles sino por la Función de Control Social. Por un momento, pasó por mi mente una radiografía de memoria que me recordaba la inestabilidad política del país en las últimas décadas. Y, entre muchas cosas, recordé una camioneta de la cual nadie podía bajarse; legisladores que se autoproclamaron psiquiatras, un coronel que junto al movimiento indígena protestaba en las calles; después, actores políticos que desconocieron la voluntad de los “forajidos” y que se repartieron el poder posteriormente a la caída del coronel. Así que para contrarrestar el circo polítiquero ecuatoriano, soñé con la muerte cruzada. Un sistema en el que, si el Presidente disuelve el Congreso, tendría que irse también, pero llamando a elecciones generales. Y si el Congreso destituye al Presidente, también haría lo mismo: eso obligaría a consensuar. Mis sueños no se limitaron a lo político institucional, sino que trascendieron a las grandes luchas sociales y soñé que nuestros hermanos migrantes eran reconocidos con derechos de carácter constitucional y que desde lejos veían la posibilidad de regresar a una patria reconstruida. Soñé con una nueva forma de mirar el desarrollo y la economía en torno a las necesidades de la persona y no del mercado. ¿Hasta cuándo la libertad será exclusiva para el mercado y el flujo de capitales? Soñé con partidos políticos democratizados, con elecciones internas y primarias, para nominar y elegir a sus directores y candidatos. ¡Ya no eran las empresas electorales de algunos caudillos! Soné al puro estilo de Martin Luther King Jr. en su discurso de Washington, tan revolucionario y rebelde, con que los jóvenes eran actores importantes de la sociedad y a pesar de tener voto solo facultativo todos lo ejercían y debatían jugándose por el país. El Status Quo fue tan devastador en el país que nos metió en la cabeza a los jóvenes que realmente somos personas de poca confianza, sin embargo el Código de la Niñez y de la Adolescencia nos permite trabajar desde los 15 años. ¡Podemos aportar con trabajo a la sociedad pero no nos quieren dejar votar y ponen en duda nuestra capacidad ética de ejercer el sufragio responsablemente! Por último, soñé con justicia, educación y salud gratuitas para no vivir en un país excluyente donde solo algunos nacen con suerte. Soñé, soñé y no paré de soñar; cuando desperté, la televisión seguía encendida y los asambleístas cantaban el Himno Nacional, con lo que me decían que estábamos construyendo juntos parte de mis sueños y anhelos en la Nueva Constitución, que he confirmado, sí nos cambiara la vida.
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