7 oct 2012

MÁS ALLÁ DE MAHOMA




Miguel Molina Díaz

Las diferencias entre el occidente y los estados confesionales islámicos han cavado un pozo profundo y doloroso en el mundo que habitamos. Fueron, si es posible adjetivarlas, devastadoras las imágenes que desde Libia mostraban el cuerpo del embajador estadounidense, Christopher Stevens, extinto a consecuencia de la violencia desenfrenada. Y precisamente, el fosforo que encendió la furia del mundo árabe no es más que un lamentable tráiler de una película anti islamita que nadie ha visto.

El tráiler es posible encontrarlo en internet y es ciertamente irrespetuoso si hacemos el intento de verlo desde la perspectiva del musulmán practicante (aunque probablemente nuestra condición de occidentales nos impida verlo desde esa perspectiva). Este rodaje, dirigido por quién parece ser un pésimo director de cine, ha causado los estragos más feroces en las principales ciudades musulmanas y una cruda cacería de brujas en contra de las embajadas de las potencias occidentales.

En 1989 ya se podían adivinar síntomas sobre lo que sería el antagonismo cultural y religioso al que estamos asistiendo. Ese año el Ayatolá Rujola Jomeni condenaba a muerte y ofrecía recompensa por la cabeza del escritor de origen indio Salman Rushdie, como respuesta a su libro Los versos satánicos. En esta novela, entre otros acontecimientos de ficción, Mahoma recibe del arcángel Gabriel el permiso de aceptar un pacto con la sacerdotisa Hind, por el cual admite se que venere a tres dioses paganos como súbditos de Alá, el dios supremo.

El resultado de esta decisión es la desconfianza hacia Mahoma, incluso por parte de sus propios seguidores. Afligido el profeta recurre a la divinidad y descubre que la revelación que tuvo para aceptar el pacto no provino del arcángel Gabriel sino del demonio, que se hizo pasar por Gabriel. Este episodio, que al parecer cuestionó la integridad religiosa y monoteísta de venerado profeta del islam, fue considerado un delito de tal envergadura que su única sanción admisible podía ser la muerte.

Más de veinte años después la persecución al estilo de vida y al pensamiento de Occidente no se ejerce solamente desde los líderes teocráticos de esos Estados, sino es una exigencia de los miles de habitantes de esos países. Un llama de odio de ha encendido entre dos visiones del cosmos. Los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 no hicieron más que encender la mecha de una bomba que detonaría progresivamente e incrementando sus resultados caóticos.

El respeto a la práctica religiosa es indiscutiblemente un derecho humano. Pero el fanatismo dogmatico e incapaz de escuchar razones o tolerar formas de pensar divergentes no hace sino demostrar lo peor de nuestro género humano. Así como la discriminación miserable que sufrieron los musulmanes en Estados Unidos después del 11 de septiembre, las protestas trogloditas para que todo occidente sea fusilado por un tráiler son la corroboración del peligro al que la humanidad está expuesta. Al parecer no hemos aprendido de los errores históricos, del holocausto, de las luchas fratricidas.

Alguna vez conocí a un musulmán que se dedicó a hablar de la paz después de haber perdido a sus padres y hermanos por parte de los judíos que luchaban por la consolidación de su Estado en 1948. Su suprema muestra de perdón fue casarse con una mujer judía. Ahora quisiera recordar su nombre, llamarlo, pedirle un consejo, pero entre tanto caos encontrarlo ha sido imposible. 

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