30 jun 2012

ECUADOR 451 °F



Miguel Molina Díaz

Ray Bradbury fue uno de los escritores estadounidenses más emblemáticos que el siglo XX brindó a la humanidad. Su novela mayor fue Fahrenheit 451, publicada en 1953, todavía bajo la influencia que el horror de la Segunda Guerra Mundial le causó a Bradbury. Un tema central se aborda en la novela: la hoguera de los libros. El gobierno autoritario y sectario, del país en donde la obra tiene lugar, adoptó la política de estado de quemar todos los libros para precautelar su arquetipo de felicidad. Una felicidad que no es posible ni compatible con los libros porque estos, a criterio de ese régimen, fomentan el pensamiento, es decir, el disentimiento. La sociedad tenía que avanzar, estaban en un proceso de cambio histórico y radical que no podía admitir ningún tipo de cuestionamiento. Los ciudadanos tenían el deber moral y civil de rendir en sus respectivas labores, lejos de los libros que solamente sirven para hacer sentir mal a la gente y confundir.

Los bomberos, a quienes se les encarga la labor revolucionaria de quemar los libros, acuden a la casa de una anciana por una denuncia y se ven obligados e incendiar todo el edificio. La mujer había hecho de su casa una biblioteca y eso, a la lucidez de la razón y el ideal gubernamental, era lo más parecido a una amenaza contra la seguridad nacional. Los bomberos no tuvieron que prender el fuego; lo hizo la misma anciana al preferir morir y arder con sus libros antes que vivir en la felicidad –o sea en la ignorancia- en la que se estaba sumergiendo al país.

Eso es lo que Bradbury edifica en Fahrenheit 451: el horror en su máxima manifestación. Los pocos que se salvan del pretexto oficial, los hombres libro, huyen por los bosques con la consigna de releer y releer los textos que les queda para, algún día, transmitirlos de forma oral. Cuando el país vuelva a ser un lugar posible y no meticulosamente planeado por un gobierno que utiliza medios macabros para sus propósitos mesiánicos. Algún día los libros volverán, confían los disidentes, cuando vuelvan a ser el motor del mundo.
Bradbury murió a sus 91 años el 5 de junio del presente. Precisamente cuando en Montecristi las máximas autoridades del Estado ascendían al GENERAL Eloy Alfaro al rango de General del Ejercito. Me pregunto si esas máximas autoridades del Estado habrán oído hablar de Bradbury. Habrán leído por lo menos un cuento de Bradbury. Me preguntó (en el caso improbable de que hayan sabido quién era Bradbury) si por su nacionalidad imperialista las autoridades del Estado, lo habrán descartado de sus lecturas. Ellos, que en sus lecturas de cabecera tienen a Mao, probablemente no sufrieron la muerte de Bradbury, ni les importó en lo más mínimo.

Y es que hay temas más importantes que un escritor y sus libros. Por ejemplo, la disposición por la cual ningún Ministro de Estado puede otorgar entrevistas a medios de comunicación privados. Después de algo más de 5 años de gobierno y de nefastos juicios a periodistas ¡por fin! el régimen descubre la forma con la que podrán impedir que los bolsillos de los medios privados se enriquezcan. Por supuesto que la propaganda millonaria que la Revolución Ciudadana contrata con los medios privados nada tiene que ver con ese enriquecimiento. Sino las caras de los ministros, que son lo que más deseamos ver al comenzar el día. Nada se compara con escuchar los pronunciamientos lúcidos de los Ministros y Ministras, sin ellos no volveremos a ver ni oír medios de comunicación privados. No tiene caso.

La Revolución tiene que continuar, esta en marcha, avanza. Ahora hay que acabar con los medios privados y el parcializado Sistema Interamericano de Derechos Humanos, ese que sirve solo a los intereses corporativos del imperio para controlar a su patio trasero latinoamericano. ¿De qué libertad de expresión nos hablan si eso es lo único que la Revolución Ciudadana ha garantizado hasta en su último resquicio? Ahora tenemos que acabar con estos periodistas anti-revolucionarios y culpables de la larga y oscura noche en la que ha vivido nuestra nación. Mañana serán los libros. Pronto, ojalá, ardan todos los libros del país. Que en los patios de las universidades se quemen las bibliotecas. Esa misma policía que protagonizó el 30-S debe reivindicarse quemando los libros. No debe quedar ni uno solo, no hace falta, todo lo que tenemos que saber lo aprendemos en las cadenas sabatinas y con la propaganda oficial. Si ha de quedar algún libro que sea “Ecuador: de Banana Republic a la No República” de Rafael Correa, pero nunca “El Gran Hermano” de Calderón y Zurita, ese deberá desaparecer por siempre de la faz de la Tierra.

* Diario La República

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