Miguel Molina Díaz
Poco
a poco, después de la salida del sol, la ciudad se va llenando de automóviles.
Su smog y su ruido enloquece la cotidianidad de las avenidas principales. Y es
que en Quito, cuando uno es conductor de un vehículo, no existe ni dios ni ley.
En el momento en que los conductores encienden los motores, termina la jurisdicción
de la Ley de Tránsito y de los reglamentos. Toda posibilidad de respeto entre
personas se extingue. Los transeúntes esperan impacientes, por largos minutos
frente a los pasos cebra pues allí, en donde los conductores tienen la
obligación de detenerse, es por donde pasan más rápido.
Una
de las más vivas manifestaciones del caos automovilístico es la falta de
respeto total al ciclista. El Municipio, en su afán por ofrecer alternativas a
la congestión vehicular, se ha dado el trabajo de pintar ciclovías en ciertas calles
que atraviesan la ciudad. En ellas se parquean complacidos los taxis y
vehículos privados que no alcanzan en la zona azul. A los ciclistas no se les
respeta ni en sus exclusivas vías.
El
Municipio, en su enceguecedor optimismo, piensa que pintando ciclovías en las
calles ha solucionado el problema de movilidad. ¡Qué equivocado está usted,
Alcalde Barrera! Hay mucho trabajo que hacer para que sus líneas pintadas
sirvan para proteger la vida de los ciclistas y garantizar su derecho a
transitar sin tener que esquivar automóviles parqueados o buses a toda
velocidad. ¡Necesitamos ciclovías efectivas y no pintadas!
La
autoridad pública tiene la obligación de garantizar la exclusividad de las
ciclorutas. En Quito los conductores se creen dueños de las calles. Señoras y
señores, de prepotencia colosal, creen que por transportarse en carros los
peatones y ciclistas les debemos pleitesía. Entre ellos mismos son incapaces de
cederse el paso, cada maniobra egoísta la celebran como triunfo deportivo. Por
eso, en Quito, mueren ciclistas y peatones. Es indispensable una nueva noción
de ciudad en la cual el respeto y la generosidad de quienes se transportan en
las calles sea la principal norma de convivencia.
*Publicado originalmente en Diario La Hora
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