30 ago 2013

La Consulta por el Yasuní




Miguel Molina Díaz

No se imaginaron los ecologistas cuando la Constitución de Montecristi se aprobó que serían sus propios progenitores los primeros en violarla recurrentemente. La explotación de Yasuní ITT no solo está prohibida por nuestra Ley de Leyes, sino que al tenor de la misma constituiría delito de etnocidio: “Los territorios de los pueblos en aislamiento voluntario son de posesión ancestral irreductible e intangible, y en ellos estará vedada todo tipo de actividad extractiva. (…) La violación de estos derechos constituirá delito de etnocidio.” (Art. 57)

Recordarles las normas que ellos escribieron, desde hace mucho, se ha vuelto inútil. La realidad es desoladora: Correa manda en este país, más allá de las leyes. Creo, sin embargo, que existe un último resquicio de esperanza: la Consulta Popular. Desde que la Revolución Ciudadana esta en el poder hemos asistido a tres procesos de Consulta Popular. El primero convocó a la Asamblea Constituyente y el gobierno triunfó con más del 80%. El segundo, que fue la aprobación de la constitución, logró algo más del 60%. Y el tercero, de 10 preguntas, ganó con porcentajes mínimos e irrisorios.

Lo cierto es que la Revolución Ciudadana tiene miedo a perder. Por primera vez, sabe que puede perder. Que por más que gozan de recursos públicos ilimitados el triunfo no les está asegurado. Y ganar las elecciones presidenciales, como asegura el Mandatario, no significó la entrega de un cheque en blanco para tomar decisiones. ¡No! El único mecanismo que podría ser legítimo para explotar el Yasuní ITT sería decidirlo por medio de Consulta Popular.

Esta puede convocarse con la recolección de firmas válidas que sean el 5% del padrón electoral o, como dispone el art. 407 de la Constitución, podría ser convocada por la Asamblea Nacional. La Consulta Popular es la única esperanza posible para salvar la última fracción de nuestra selva que no ha sido destruida por el dinero y la ambición de poder. La Revolución Ciudadana nos enseñó a no tenerle miedo a los pronunciamiento populares: ¡el futuro del Yasuní se decidirá en Consulta!

* Publicado originalmente por Diario La Hora

22 ago 2013

Fallaste, Rafael



Miguel Molina Díaz
No, Rafael. No fue el mundo el que falló. Resultaba, indudablemente, interesante plantear en el debate global la posibilidad de que la Comunidad Internacional compensara económicamente al Ecuador por la decisión de mantener el petróleo bajo tierra y, a cambio, garantizar la preservación de una de las zonas con mayor diversidad ecológica del planeta. Sí, la idea sonaba bien. Pero estaba llena de mentiras. Y ustedes, los poderosos, no han hecho más que reforzar las mentiras a través de su arbitraria y colosal capacidad comunicativa. ¿Que el gobierno estaba comprometido con la salvación del Yasuní? ¡Mentira! Si el bloque 31, ubicado en el Parque Nacional Yasuní, desde hace rato que está siendo explotado por Petroamazonas.
Y no, Rafael. El mundo no falló. Tú fallaste. El mundo no podía comprometerse con una iniciativa propuesta por un gobierno que ha dado fehacientes muestras de no respetar sus compromisos. Ni siquiera con los Derechos Humanos. ¿U olvidas todo lo que has dicho de la Comisión Interamericana de DDHH? Esa a la cual el Ecuador le debe respeto (por decir lo menos) en virtud de tratados internacionales vigentes. No recuerdas, Rafael, que ofreciste donar los 80 millones de dólares que con una inaceptable sentencia judicial quisiste cobrar al Diario El Universo y a su ex director de opinión por las gravísimas injurias que dijiste te habían hecho. ¡Como si en las sabatinas no se afectara el honor de nadie! Tus declaraciones y exabruptos no hicieron más que desprestigiar y manchar la iniciativa. ¿Por qué debía el Yasuní ITT limpiar el dinero obtenido como resultado de una conducta autoritaria?
El mundo no falló. Ustedes fallaron. Y muy en el fondo creo que jamás tuvieron un compromiso real con la iniciativa. Como no lo tienen con la constitución y con los planteamientos originales de tu campaña. Olvidaste las decenas de veces que ustedes ofrecieron su palabra para asegurar que no te interesaba perennizarte en el poder y que la constitución no sería reformada para permitir la reelección indefinida. Y así, con esa misma palabra que dijiste que Pedro Delgado era economista, dices que el mundo falló. Ya lo sé, Rafael, no tienes que decirlo y menos decírtelo tú mismo interiormente: te incomoda reconocer tus errores.
Y no sé como pasarás a la historia. Aunque tú eres de los que piensa que la Historia (así con mayúscula) absolvió a Fidel Castro y le perdonó las ejecuciones extrajudiciales y los éxodos. Pero en verdad, no sé cómo pasarás a la historia. Si como el presidente que hizo de Quito la ciudad en la que el precio por protestar es la cárcel por terrorismo. O como el presidente que más dinero ha gastado en propaganda oficial. O al que más le molesta la libertad de expresión. No lo sé. Todo eso puede dejar de ser importante algún día. Pero pasarás a la historia como el presidente que condenó al último rincón de selva amazónica limpio y puro que nos quedaba a los ecuatorianos. Sí, Rafael, así será aunque te rehuses a escucharlo.
Y pasarán los años, Rafael. Y tú probablemente te jactes frente a tus nietos de todo lo que hiciste. Les dirás que jamás perdiste una elección y que la gente te recibía con lágrimas en los pueblos que visitabas. Y ellos se llenarán de orgullo. Como los nietos de Lenin y Stalin, probablemente. Pero la selva estará destruida, Rafael y eso no podrás olvidarlo pese a que seguramente eso sí ocultarás a tu descendencia. Pero hay verdades que son inocultables. Y las mentiras, Rafael, no por ser repetidas infinitamente, incluso por los medios oficiales, se convierten en verdades. No sé si la historia te absuelva ni me interesa saberlo. Pero un hombre de verdad no echa la culpa a los demás por sus decisiones. Y no, Rafael, no fue el mundo el que falló.
*Publicado originalmente en Diario La República

20 ago 2013

Los ciclistas de Quito




Miguel Molina Díaz

Poco a poco, después de la salida del sol, la ciudad se va llenando de automóviles. Su smog y su ruido enloquece la cotidianidad de las avenidas principales. Y es que en Quito, cuando uno es conductor de un vehículo, no existe ni dios ni ley. En el momento en que los conductores encienden los motores, termina la jurisdicción de la Ley de Tránsito y de los reglamentos. Toda posibilidad de respeto entre personas se extingue. Los transeúntes esperan impacientes, por largos minutos frente a los pasos cebra pues allí, en donde los conductores tienen la obligación de detenerse, es por donde pasan más rápido.

Una de las más vivas manifestaciones del caos automovilístico es la falta de respeto total al ciclista. El Municipio, en su afán por ofrecer alternativas a la congestión vehicular, se ha dado el trabajo de pintar ciclovías en ciertas calles que atraviesan la ciudad. En ellas se parquean complacidos los taxis y vehículos privados que no alcanzan en la zona azul. A los ciclistas no se les respeta ni en sus exclusivas vías.

El Municipio, en su enceguecedor optimismo, piensa que pintando ciclovías en las calles ha solucionado el problema de movilidad. ¡Qué equivocado está usted, Alcalde Barrera! Hay mucho trabajo que hacer para que sus líneas pintadas sirvan para proteger la vida de los ciclistas y garantizar su derecho a transitar sin tener que esquivar automóviles parqueados o buses a toda velocidad. ¡Necesitamos ciclovías efectivas y no pintadas!

La autoridad pública tiene la obligación de garantizar la exclusividad de las ciclorutas. En Quito los conductores se creen dueños de las calles. Señoras y señores, de prepotencia colosal, creen que por transportarse en carros los peatones y ciclistas les debemos pleitesía. Entre ellos mismos son incapaces de cederse el paso, cada maniobra egoísta la celebran como triunfo deportivo. Por eso, en Quito, mueren ciclistas y peatones. Es indispensable una nueva noción de ciudad en la cual el respeto y la generosidad de quienes se transportan en las calles sea la principal norma de convivencia.

*Publicado originalmente en Diario La Hora 

17 ago 2013

Roberto Bolaño: el último salvaje latinoamericano




Miguel Molina Díaz

Hay noches en que sueño que Roberto Bolaño me habla. Nos rodea una profunda neblina y Roberto Bolaño no tiene frío. Sus lentes no se empañan. Su voz es aguda, punzante, vibra dentro de mis oídos. Hay noches en que Roberto Bolaño viene a Quito y me define qué es la poesía. Pero al día siguiente, al abrir los ojos, no lo recuerdo y debo esperar otra vez su generosidad, su aparecimiento en otro sueño, para comprender el secreto que todo poeta latinoamericano debe saber. Sus confesiones siempre tienen que ver con una apuesta por el valor, un valor de Samurái, de prostitutas tristes y felices, de escritores que creen en el silencio.

No exagero si digo que la literatura de Roberto Bolaño me cambió la vida. Y no soy el único al que la prosa poética de Bolaño ha desequilibrado, enfermado, llevado hasta los límites del desenfreno. Leerlo es como caminar hacia la locura con la absoluta conciencia de que al final del camino esta la muerte. Hoy se cumplen 10 años de su desaparición física. Si yo hubiese nacido 10 años antes,  es decir en 1982 y no en 1992, probablemente alcanzaría a escribirle una carta larga, larguísima, como la que él escribió a Di Benedetto, y en ella le diría cuanto lo admiraba, cuanto lo quería, cuan responsable es de mi valor y de mi incursión en el maldito camino de la literatura.

Recuerdo la tarde en que acabe 2666. Era uno de los últimos días de diciembre del año 2011. No habían transcurrido sino 10 noches desde que comencé a leer la novela de 1121 páginas. Fue una navidad extraña. Me despertaba en la mañana para leerlo, al medio día suspendía por pocos minutos la lectura para comer y luego seguía leyéndolo hasta la noche. E incluso en la noche no detenía mi lectura sino hasta que ya no era posible mantener los ojos abiertos. Una tarde, de pronto, la novela se acabó. Se me acabó. Y fue uno de los momentos más desoladores de mi vida. No podía creer ni podía aceptar que Bolaño se me había acabado. Repasé nuevamente las páginas finales y se me acabó una y otra vez y la desolación era igual. Pero no era una desolación desolada sino una radiante y terrible. Si hubiera muerto esa tarde, lo hubiera hecho con una sonrisa de plenitud absoluta.

No sé si Bolaño pudo, en sus últimos días, imaginarse lo que había hecho. Desconozco si estaba consciente de que por su culpa ser poeta latinoamericano, o pretender serlo, volvería a tener sentido y tener valor. Volvería a ser un camino desconocido y afrodisiaco e inevitable. No sé si Bolaño entendía la magnitud y trascendencia de su obra, ahora traducida a todos los idiomas occidentales e incluso al chino. No me imagino si Bolaño sabía que tendría lectores obsesivos, desquiciados y malsanos en los rincones menos probables de la Tierra. Y es que su voz poética, porque todo lo que escribía era poesía, es de una fuerza, una honestidad, una vibración, que sea como sea es un abismo y una oportunidad.

Si hace diez años hubiera alcanzado a escribirle una carta, de un fanatismo radical y desesperado, probablemente Bolaño no me hubiera leído. Tenía cosas más importantes que hacer, como acabar de escribir 2666 o como leer a Nicanor Parra. Era un detective salvaje, más lo segundo que lo primero. Un detective que 10 años después de su muerte todavía rompe corazones. “Estoy enamorada de Bolaño”, me confesó Eloisa Reece hace pocos días, después de leer ‘Amuleto’ y cuando comenzaba a leer ‘Los Detectives Salvajes’. Había pasado horas en internet observando sus documentales y entrevistas y se enamoró. Así, perdidamente. Adolescente y locamente. Cuando lo supe me sentí bien por mi maestro y por Eloisa, por una historia de amor llena de audacia que desafiará, sin duda, los inútiles límites que impone la muerte y el paso del tiempo.

A veces sueño que Roberto Bolaño esta vivo. Sueño que gana el Nobel y lo manda a la mierda. A veces sueño que me visita y que llora, que ya no puede más, que ama todavía a Edna Lieberman, su fantasma. Sueño que me relata sus noches felices en el D.F. Sus noche felices con Lupe, la putita de las piernas de leopardo. Sus noches valientes recorriendo en bus el continente, soñando con llegar a Chile y en su sueño evita con un poema fulminante y explosivo el golpe de Estado a Salvador Allende. A veces sueño que Roberto Bolaño atraviesa la atmosfera y desde el sitial más alto del mundo, reconstruye con palabras a América Latina. A veces sueño que Roberto Bolaño reescribe la historia continental y la llena de su valor. Y siempre, en mis sueños, Bolaño hace la revolución por medio de su poesía infrarealista. Cuando me despierto dejo de escuchar la voz de Arturo Belano y encuentro bajo mi almohada sus libros. Vivo o muerto, Bolaño siempre esta presente en América Latina.