Miguel Molina Díaz
Era
el 6 de septiembre de 1979 cuando una delegación de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, llegó por primea vez a la Argentina. Fue la primera visita
in loco a ese Estado miembro de la
OEA. Durante toda la visita, que duró hasta el 20 de septiembre, se recibió
denuncias sobre violaciones de derechos humanos en el territorio argentino.
De
hecho, fueron precisamente esas sanguinarias dictaduras del Cono Sur y Centro
América las que motivaron el largo proceso de impulso y consolidación del
Sistema Interamericano de Derechos Humanos que llegó a su punto más alto con la
entrada en vigencia del Pacto de San José y la creación de la Corte
Interamericana. Pero el Pacto de San José no sería suscrito y ratificado por
los 35 miembros de la OEA, por tanto la competencia de la Corte no tutelaría a
todo el continente. Y ese es el sentido en el que vale la pena el análisis de la
importancia de la Comisión que, como organismo principal de la OEA, es el único
foro cuyo alcance para proteger los derechos humanos cubre a todos los
habitantes de este continente.
Al
gobierno ecuatoriano, del mismo modo que en el pasado ocurrió con Fujimori y
Pinochet, le molesta la intromisión de la Comisión. Le molesta, sobre todo, las
medidas cautelares que ese organismo emite en contra de los Estados ante una
amenaza real de violación de los derechos humanos de ciudadanos en casos
expresos. Esto a raíz de que la Comisión dictó ese tipo de medidas en contra
del Ecuador por la medieval sentencia que condenó a Emilio Palacio y los
directivos del Diario El Universo al pago de 40 millones de dólares y privación
de la libertad por 2 años. Incapaz ha sido el Ecuador de comprender el Sistema
Interamericano. Ni la libertad. Ni los derechos humanos. Arremete a esa misma
Comisión Interamericana que dictó medidas cautelares en contra de los Estados
Unidos por el caso de nuestro compatriota Nelson Serrano.
La
política internación del Ecuador es una historia plagada de contradicciones y
ridículos. De eso se dieron cuenta las Cancillerías del continente que, ante el
irracional discurso del presidente Correa, decidieron en Guayaquil abandonar a
la demagogia ecuatoriana y respaldar un proceso de reforma que apunte al
fortalecimiento del sistema. Así es como las inauditas pretensiones
Ecuatorianas quedaron aisladas. Tiene algo de razón el Ecuador, sin embargo, en
pedir que la nueva sede de la Comisión salga de Estados Unidos, no para evitar
la intromisión imperial (que es el peor de los pretextos que hasta ahora han
utilizado), sino por un tema logístico pues es un problema para las victimas
comparecer cuando existe el impedimento de la visa. Pero eso, tampoco entiende
ni entenderá el Canciller Patiño, incapaz de comprender el fracaso de sus
últimos viajes pidiendo apoyo y de la reunión de Guayaquil.
¿Por
qué, Canciller Patiño, no le pregunta a la familia de nuestra compatriota
Consuelo Benavides si es procedente debilitar a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, que condenó al Ecuador por haberla desaparecido? ¿Por qué también no
le pregunta al poeta Juan Gelman, que perdió a sus hijos en manos de la
dictadura de Videla? ¿A los torturados, a las violadas, a los huérfanos? ¿Incluso
a todos a quienes las medidas cautelares (que se deben cumplir por el simple
principio de Buena Fe) han salvado la vida?
La
Comisión y la Corte del Sistema Interamericano son las únicas instancias jurisdiccionales
en las que el gobierno de la Revolución Ciudadana no ha metido la mano. Son
tiempos difíciles, evidentemente. Pero estoy convencido de que al final de esta
fea y triste historia de payasos, esta batalla la ganará el Sistema de Derechos
Humanos y no los gobiernos populistas y autoritarios (que por más que duren,
tienen que terminarse algún día). Y sí, ese día llegará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario