30 mar 2013

Una conversación con la mejor amiga de Karina del Pozo




Miguel Molina Díaz

Eran alrededor de las 8h30pm del miércoles 20 de febrero cuando L recibió una llamada de Milton del Pozo en la que le preguntaba si sabía donde estaba su hermana Karina. L, A y Karina fueron mejores amigas más o menos desde que las tres tenían trece años. Eran siempre las tres. Desde entonces son innumerables las experiencias que vivieron juntas. Momentos duros, durísimos. Momentos de indescriptible alegría. Y sobre todo momentos de confidencia. Además de la familia de Karina fueron precisamente L y A las que con más dedicación se entregaron a su búsqueda en los días posteriores a su desaparición.

Para L, Karina era una persona a quién los fuertes golpes de la vida le habían enseñado a madurar y a ser fuerte. “Ella no se dejaba ver la cara”, comenta. “Nos gustaba bastante salir”, dice L al evocar los momentos agradables que compartió con Karina. El circulo cercano de ambas eran “los amigos del barrio”, que desde pequeños se encontraban para jugar básquet. Además, cuenta que Karina “era muy guapa, nunca tuvo problema para conseguir trabajo de modelo”. Su amiga la recuerda como una chica absolutamente normal. Es su intento por armar con sus recuerdos la vida de su mejor amiga, como un rompecabezas.

En la Roldós, en Calderón, en las universidades de Quito. En todos los lugares posibles pusieron la foto de Karina durante los largos días de su búsqueda. “Mucha gente le quería a Kari” comenta L al reflexionar sobre todas las personas que contribuyeron a buscarla. “Supongo que esos imbéciles pensaron que porque es huérfana nadie iba a hacer nada y se equivocaron”, dice con una mezcla de orgullo y dolor L. “Si no la hubiéramos encontrado, seguiría buscándola” y rememora la ocasión en que años atrás se dijeron que como amigas estarían juntas hasta la muerte y piensa: “hasta mucho después de eso, Kari, porque no voy a parar”.

Muchos de los periódicos sacaron que Cecilia R. era su mejor amiga, pero a penas la conocía desde un mes atrás del día fatal. Fue Cecilia la que le pidió a Karina, alrededor de las 7pm del 19 de febrero, que le acompañará al departamento de JP. Allí ya estaba N. En este punto las versiones se confunden pero en algún momento llegaron S, P y S. La última vez que vieron a P, recuerda L, fue cuando tenían 13 años. A S lo conocían por amigos comunes. “P siempre le tuvo ganas a la Kari”, recuerda L. A la hora de regresar a la casa S, dueño del vehículo, se ofreció a llevarlas. Se supone que en el camino dejaron o a Cecilia y a N primer. P afirmó que Karina estaba drogada. “Kari no consumía drogas” dice enfáticamente su mejor amiga. Entre ellas habían hablado muchas veces de eso.

Cuando se llamó a quienes fueron en el carro de S para que dieran sus versiones prefirieron inventar una coartada: Karina subió a un taxi en la Brasil, un Nissan color amarillo. Un taxi que nunca existió sino solo en las conciencias de quienes pretendían lavarse las manos. Sin imaginar si quiera, los cobardes, que con esa versión solo ahondarían la enfermedad social del machismo. “Vivimos en una sociedad que nos enseña a las mujeres a no salir tarde o vestirnos de una forma determinada, en lugar de enseñan a los hombres a respetarnos, a no violar”, dice L, después de todo.

De las versiones rendidas ante el Ministerio Público se concluye que P le proporciona el golpe en la cabeza que termina con la vida de Karina. “De alguien que mata se puede esperar que sea capaz de cometer una violación”, eso es lo que piensa L en voz alta, mientras mira al vacío. La experiencia ha resultado en restricciones para L; ya no sale como salía antes y procura no estar sola. Por ahora son razones de seguridad. Pero profundamente cree que en el futuro no detendrá su vida. Hace poco Li participó en un coloquio sobre femicidios a propósito del caso de su amiga. Le sorprendió la conclusión de un chico que dijo: “ella se expuso”. “Si sales con una amiga –piensa L– y llegan amigos no vas a pensar que son violadores o asesinos, simplemente que son chicos y ellos eran chicos universitarios”.

A L, cuando acudió a declarar, le preguntaron si ella o Karina eran chicas prepago. Para ella fue indignante contestar esa pregunta porque –aparte de que ni Karina ni ella habían sido chicas prepago– eso no tenía por qué ser parte en la investigación. “Así haya sido una prepago no se merecía lo que le hicieron”, piensa L mientras recuerda que además le preguntaron el tipo de ropa que usaba Karina y su conducta habitual. “Si Karina hubiera sido hombre no me hubieran hecho esas preguntas”, opina con razón L. “Mucha gente estigmatizó a Karina”, recuerda indignada. Incluso hubo un video en youtube (que ya fue retirado) en que decían que ella no era ninguna santa, que se busco lo que le pasó y ponían una foto en que estaba con vestido en compañía de un amigo.

La madre de Karina, cuando sintió que su salud no estaba bien, le pidió a la madre de L que cuidara también de su hija. Ellas eran como hermanas. L, hasta el último minuto, pensaba que era posible que Karina siguiera con vida. Hizo de todo. “Hasta fui a hablar con un brujo”, recuerda al evocar lo desesperada que estaba por saber de Karina, por intuir su paradero y recuperarla viva. Esos días no dejó de escribirle en Facebook, pensando que Karina la podía leer. Lo primero que hizo al enterarse de que hallaron el cadáver de Karina fue llamar a Aleja y ninguna de las dos pudo hablar.

El caso de Karina del Pozo ha servido para que salgan a la luz muchos otros que han sido relegados. Así se ha comenzado a evidenciar lo crítico de los femicidios en el Ecuador. Una realidad que ni siquiera nos imaginábamos que fuera posible en nuestro entorno. Para Karina, al parecer, se esta haciendo justicia no por el sistema sino por la presión que ejercieron sus familiares y amigos. Pero, ¿quién era ella? Alguien que pagó un precio muy alto por ser mujer. Por ser guapa. Por cuidar de su cuerpo. Por salir de noche y sola. Por ser independiente y autónoma. Por ser, sin haber querido serlo, una luz que nos ha permitido entender los alcances del machismo en está sociedad.

Y no, Karina, no has muerto en vano.


21 mar 2013

EL SINDROME DE DOWN




Miguel Molina Díaz


Alex es mi mejor amigo en todo el mundo. Es, además, uno de mis primeros recuerdos de la infancia. En esa época me sorprendía que, siendo un niño igual a mí, fuera mucho más grande y más fuerte (me lleva con algunos años). Eso era una ventaja puesto que junto a él me sentía poderoso y nadie se atrevía a molestarme.

El 21 de Marzo se conmemoró el Día Mundial del Síndrome de Down. Muy temprano en la mañana le dije: ¡Alex, felicidades, hoy es tu día! Después de sonreírme me preguntó: ¿Por qué? Procedí a explicarle que era el día de todos los niños especiales como él y se alegró mucho. Me dijo que no quisiera que el Presidente lo llame a felicitar pero si le gustaría una llamada del Papa Francisco. Ninguno de los dos lo hizo.

Siempre fue una promesa deportiva. Cuando hacía atletismo participó en las Olimpiadas Especiales. Recuerdo una competencia en la que les llevaba larga ventaja a sus contrincantes. Cerca de llegar a la meta se paró. No quiso pasar hasta que sus amigos lo alcanzaran. Se conformó con un honroso 3er. lugar. Y no le importó perderse la ocasión de ser campeón porque para él siempre la amistad ha sido más importante. Ahora, precisamente, esta empeñado en preguntar cómo será su cumpleaños el próximo 19 de abril, quiere invitar a mucha gente.

Después de ese debut y despedida en el atletismo se dedicó a otras actividades. Llegó a ganar medallas panamericanas de natación en las categorías de 25 y 50 metros. Se graduó de agricultor con honores e incursionó en las manualidades. Una de sus más gratas experiencias fue formar parte de la Orquesta Sinamune del maestro Edgar Palacios. Siempre ha sido el orgullo de la familia.

Pienso en todos los chicos y chicas que tienen el Sindrome de Down y me pregunto si el mundo ha comprendido el privilegio que es tener a esos ángeles entre nosotros. No importa que pase el tiempo, mi tío Alex siempre será mi mejor amigo. Es muy duro pensar en el futuro de estos chicos. Requieren de muchos cuidados. Por lo menos en el caso de Alex sé que nada le hará falta. Nos tenemos mutuamente.

20 mar 2013

¿El fin de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos?




Miguel Molina Díaz

Era el 6 de septiembre de 1979 cuando una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, llegó por primea vez a la Argentina. Fue la primera visita in loco a ese Estado miembro de la OEA. Durante toda la visita, que duró hasta el 20 de septiembre, se recibió denuncias sobre violaciones de derechos humanos en el territorio argentino.

De hecho, fueron precisamente esas sanguinarias dictaduras del Cono Sur y Centro América las que motivaron el largo proceso de impulso y consolidación del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que llegó a su punto más alto con la entrada en vigencia del Pacto de San José y la creación de la Corte Interamericana. Pero el Pacto de San José no sería suscrito y ratificado por los 35 miembros de la OEA, por tanto la competencia de la Corte no tutelaría a todo el continente. Y ese es el sentido en el que vale la pena el análisis de la importancia de la Comisión que, como organismo principal de la OEA, es el único foro cuyo alcance para proteger los derechos humanos cubre a todos los habitantes de este continente.

Al gobierno ecuatoriano, del mismo modo que en el pasado ocurrió con Fujimori y Pinochet, le molesta la intromisión de la Comisión. Le molesta, sobre todo, las medidas cautelares que ese organismo emite en contra de los Estados ante una amenaza real de violación de los derechos humanos de ciudadanos en casos expresos. Esto a raíz de que la Comisión dictó ese tipo de medidas en contra del Ecuador por la medieval sentencia que condenó a Emilio Palacio y los directivos del Diario El Universo al pago de 40 millones de dólares y privación de la libertad por 2 años. Incapaz ha sido el Ecuador de comprender el Sistema Interamericano. Ni la libertad. Ni los derechos humanos. Arremete a esa misma Comisión Interamericana que dictó medidas cautelares en contra de los Estados Unidos por el caso de nuestro compatriota Nelson Serrano.

La política internación del Ecuador es una historia plagada de contradicciones y ridículos. De eso se dieron cuenta las Cancillerías del continente que, ante el irracional discurso del presidente Correa, decidieron en Guayaquil abandonar a la demagogia ecuatoriana y respaldar un proceso de reforma que apunte al fortalecimiento del sistema. Así es como las inauditas pretensiones Ecuatorianas quedaron aisladas. Tiene algo de razón el Ecuador, sin embargo, en pedir que la nueva sede de la Comisión salga de Estados Unidos, no para evitar la intromisión imperial (que es el peor de los pretextos que hasta ahora han utilizado), sino por un tema logístico pues es un problema para las victimas comparecer cuando existe el impedimento de la visa. Pero eso, tampoco entiende ni entenderá el Canciller Patiño, incapaz de comprender el fracaso de sus últimos viajes pidiendo apoyo y de la reunión de Guayaquil.

¿Por qué, Canciller Patiño, no le pregunta a la familia de nuestra compatriota Consuelo Benavides si es procedente debilitar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que condenó al Ecuador por haberla desaparecido? ¿Por qué también no le pregunta al poeta Juan Gelman, que perdió a sus hijos en manos de la dictadura de Videla? ¿A los torturados, a las violadas, a los huérfanos? ¿Incluso a todos a quienes las medidas cautelares (que se deben cumplir por el simple principio de Buena Fe) han salvado la vida?

La Comisión y la Corte del Sistema Interamericano son las únicas instancias jurisdiccionales en las que el gobierno de la Revolución Ciudadana no ha metido la mano. Son tiempos difíciles, evidentemente. Pero estoy convencido de que al final de esta fea y triste historia de payasos, esta batalla la ganará el Sistema de Derechos Humanos y no los gobiernos populistas y autoritarios (que por más que duren, tienen que terminarse algún día). Y sí, ese día llegará.