Miguel Molina Díaz
Eran
alrededor de las 8h30pm del miércoles 20 de febrero cuando L recibió
una llamada de Milton del Pozo en la que le preguntaba si sabía donde estaba su
hermana Karina. L, A y Karina fueron mejores amigas más o menos desde que
las tres tenían trece años. Eran siempre las tres. Desde entonces son
innumerables las experiencias que vivieron juntas. Momentos duros, durísimos.
Momentos de indescriptible alegría. Y sobre todo momentos de confidencia. Además
de la familia de Karina fueron precisamente L y A las que con más
dedicación se entregaron a su búsqueda en los días posteriores a su
desaparición.
Para
L, Karina era una persona a quién los fuertes golpes de la vida le habían enseñado
a madurar y a ser fuerte. “Ella no se dejaba ver la cara”, comenta. “Nos
gustaba bastante salir”, dice L al evocar los momentos agradables que
compartió con Karina. El circulo cercano de ambas eran “los amigos del barrio”,
que desde pequeños se encontraban para jugar básquet. Además, cuenta que Karina
“era muy guapa, nunca tuvo problema para conseguir trabajo de modelo”. Su amiga la recuerda como una chica absolutamente normal. Es su intento por armar con
sus recuerdos la vida de su mejor amiga, como un rompecabezas.
En
la Roldós, en Calderón, en las universidades de Quito. En todos los lugares
posibles pusieron la foto de Karina durante los largos días de su búsqueda.
“Mucha gente le quería a Kari” comenta L al reflexionar sobre todas las
personas que contribuyeron a buscarla. “Supongo que esos imbéciles pensaron que
porque es huérfana nadie iba a hacer nada y se equivocaron”, dice con una
mezcla de orgullo y dolor L. “Si no la hubiéramos encontrado, seguiría
buscándola” y rememora la ocasión en que años atrás se dijeron que como amigas estarían
juntas hasta la muerte y piensa: “hasta mucho después de eso, Kari, porque no
voy a parar”.
Muchos
de los periódicos sacaron que Cecilia R. era su mejor amiga, pero a penas la
conocía desde un mes atrás del día fatal. Fue Cecilia la que le pidió a
Karina, alrededor de las 7pm del 19 de febrero, que le acompañará al
departamento de JP. Allí ya estaba N. En este punto las versiones se confunden
pero en algún momento llegaron S, P y S. La última vez que vieron a P, recuerda
L, fue cuando tenían 13 años. A S lo conocían por amigos comunes. “P siempre
le tuvo ganas a la Kari”, recuerda L. A la hora de regresar a la casa S,
dueño del vehículo, se ofreció a llevarlas. Se supone que en el camino dejaron
o a Cecilia y a N primer. P afirmó que Karina estaba drogada. “Kari no
consumía drogas” dice enfáticamente su mejor amiga. Entre ellas habían hablado
muchas veces de eso.
Cuando
se llamó a quienes fueron en el carro de S para que dieran sus versiones
prefirieron inventar una coartada: Karina subió a un taxi en la Brasil, un
Nissan color amarillo. Un taxi que nunca existió sino solo en las conciencias
de quienes pretendían lavarse las manos. Sin imaginar si quiera, los cobardes,
que con esa versión solo ahondarían la enfermedad social del machismo. “Vivimos
en una sociedad que nos enseña a las mujeres a no salir tarde o vestirnos de
una forma determinada, en lugar de enseñan a los hombres a respetarnos, a no
violar”, dice L, después de todo.
De
las versiones rendidas ante el Ministerio Público se concluye que P le
proporciona el golpe en la cabeza que termina con la vida de Karina. “De alguien que mata se puede esperar que sea capaz de cometer una
violación”, eso es lo que piensa L en voz alta, mientras mira al vacío.
La experiencia ha resultado en restricciones para L; ya no sale como
salía antes y procura no estar sola. Por ahora son razones de seguridad. Pero
profundamente cree que en el futuro no detendrá su vida. Hace poco Li participó en un coloquio sobre femicidios a propósito del caso de su amiga. Le
sorprendió la conclusión de un chico que dijo: “ella se expuso”. “Si sales con
una amiga –piensa L– y llegan amigos no vas a pensar que son
violadores o asesinos, simplemente que son chicos y ellos eran chicos
universitarios”.
A
L, cuando acudió a declarar, le preguntaron si ella o Karina eran chicas
prepago. Para ella fue indignante contestar esa pregunta porque –aparte de que
ni Karina ni ella habían sido chicas prepago– eso no tenía por qué ser parte en
la investigación. “Así haya sido una prepago no se merecía lo que le hicieron”,
piensa L mientras recuerda que además le preguntaron el tipo de ropa que
usaba Karina y su conducta habitual. “Si Karina hubiera sido hombre no me
hubieran hecho esas preguntas”, opina con razón L. “Mucha gente estigmatizó a
Karina”, recuerda indignada. Incluso hubo un video en youtube (que ya fue
retirado) en que decían que ella no era ninguna santa, que se busco lo que le
pasó y ponían una foto en que estaba con vestido en compañía de un amigo.
La
madre de Karina, cuando sintió que su salud no estaba bien, le pidió a la madre
de L que cuidara también de su hija. Ellas eran como hermanas. L, hasta el último
minuto, pensaba que era posible que Karina siguiera con vida. Hizo de todo.
“Hasta fui a hablar con un brujo”, recuerda al evocar lo desesperada que estaba
por saber de Karina, por intuir su paradero y recuperarla viva. Esos días no dejó
de escribirle en Facebook, pensando que Karina la podía leer. Lo primero que
hizo al enterarse de que hallaron el cadáver de Karina fue llamar a Aleja y
ninguna de las dos pudo hablar.
El
caso de Karina del Pozo ha servido para que salgan a la luz muchos otros que
han sido relegados. Así se ha comenzado a evidenciar lo crítico de los
femicidios en el Ecuador. Una realidad que ni siquiera nos imaginábamos que
fuera posible en nuestro entorno. Para Karina, al parecer, se esta haciendo
justicia no por el sistema sino por la presión que ejercieron sus familiares y
amigos. Pero, ¿quién era ella? Alguien que pagó un precio muy alto por ser
mujer. Por ser guapa. Por cuidar de su cuerpo. Por salir de noche y sola. Por
ser independiente y autónoma. Por ser, sin haber querido serlo, una luz que nos
ha permitido entender los alcances del machismo en está sociedad.
Y
no, Karina, no has muerto en vano.