Miguel Molina Díaz
De
los casos que me han llamado la atención, probablemente el que les relataré a
continuación es uno de los más fascinantes: el reverendo evangélico Jerry
Falwell, uno de los íconos principales del pensamiento conservador en los
Estados Unidos, fue objeto en 1983 de una controversial caricatura en la
revista pornográfica Hustler, perteneciente al magnate Larry Flynt (a quién lo
recordarán por la fenomenal película The People vs. Flynt).
En
el marco de entrevistas sobre “la primera vez” de algunos personajes públicos,
la revista publicó una caricatura en la cual el reverendo Falwell aparecía en
estado de ebriedad y teniendo relaciones incestuosas con su madre en una
letrina. Esa publicación lo motivó a interponer una acción en contra de la
revista Hustler por reparación de daños derivados de la invasión a la
privacidad, calumnia y causación intencional de daño emocional.
Falwell
ganó las primeras instancias y en ellas se le concedió el derecho a una
indemnización millonaria. El caso, sin embargo, no se resolvió a su favor
cuando lo conoció la Corte Suprema. El más alto tribunal de justicia de ese
país, al analizar los hechos, concluyó que “las figuras públicas no pueden
percibir indemnización por causación intencional de daño emocional por razón de
publicaciones tales como la que aquí constituye el tema discutido, puesto que
la misma no puede ser razonablemente entendida como describiendo hechos
actuales (o reales)”.
La
semana pasada, el binomio que con su candidatura pretende perpetuar el
autoritarismo en el Ecuador, protestó por la publicación en Diario El Universo
de una caricatura de Bonil, en la que se hace parodia del copy/paste en la
tesis de Jorge Glas (Rincón del Vago), de los grados simultaneas de la familia
Alvarado y se ironiza al respecto del plagio que el “30 de Septiembre” denunció
Correa. Esa es, precisamente, la labor del caricaturista, molestar al poder por
medio del humor y la ironía. Así ha sido siempre y así se lo reconoció en el
caso Hustler Magazine vs. Falwell, pues bajo ningún concepto se puede pensar
que una caricatura constituye una acusación objetiva.
Eso
es –el animos jocandi (la broma) – lo que no logran comprender los poderosos,
paranoicos hasta la ceguera. Se han vuelto incapaces de entender que pretender
limitar la capacidad de crítica es aniquilar la autonomía y libertad de
pensamiento. Prostituyen el nombre de Juan Montalvo, ignorando que era él quién
en este país combatió las dictaduras por medio de la ironía y la sátira.
Justamente vale la pena pensar en Montalvo y sus escritos porque, muy
probablemente, si estuviera vivo el gobierno intolerante de Correa le hubiese
dedicado vergonzosas cadenas televisivas y, ¿quién sabe?, lo perseguiría con
ordenes de prisión por injurias y pedidos de millonarias indemnizaciones.
Lo
más grave, paradójicamente, no es su miedo a la crítica. Hay algo que para
ellos es más fuerte. Algo que desestabiliza la mediocridad de su inventado y
medieval honor. Algo que sobrepasa su paciencia. ¡Y es el humor! Ese es el
motivo de todas sus pesadillas. No soportan que nadie se burle de ellos, de sus
equivocaciones, de sus plagios, de sus primos falsificadores de títulos y todos
los exabruptos de su gobierno. Y lo que es peor y mucho, muchísimo más triste:
no pueden reírse de ellos mismos.
Es el
poder o la obsesión por el poder (ellos, que nunca gobernaron nada) lo que les ha
vuelto enemigos del humor. Hace mucho que dejaron su humanidad para creerse
semidioses. A tal punto les da terror la risa que persiguen a los
caricaturistas porque hacen ver a los poderosos como lo que al final del día
son: seres comunes y corrientes, que no podrán llevarse su adorado poder a la
tumba, ni los guardaespaldas, ni los medios incautados. Temen que la gente los
vea como mortales. Y muy en el fondo, su miedo es a la verdad, a que se
descubra que su gobierno, sus patrañas, sus privilegios: no van a durar para
siempre!
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