Miguel Molina Díaz
Recuerdo
que los pitos de los autos y los cacerolazos nos anunciaban que esa noche no
íbamos a dormir. Era el 19 de abril del 2005 y la ciudad, después de semanas de
tensión, estaba desbordada. Al mando de mi abuelo concurrimos a la Cruz del
Papa en el Parque La Carolina y nos unimos a esa turba enardecida, la de Los
Forajidos, que se había propuesto ponerle un punto final a las desvergüenzas
del nefasto Coronel Gutiérrez. Éramos miles. Estábamos emocionados y muchos
como yo sentíamos por vez primera al país en la piel. Caminábamos a lo largo de
la Avenida Amazonas. Entre las multitudes –lo supe después– iba Norman Wray.
Probablemente
la primera vez que vi a Norman ocurrió meses después, cuando todavía bajo la
efervescencia de ese abril inolvidable acudí a una reunión convocada por la
Ruptura de los 25 en el auditorio de un hotel de la capital. Una vez depuesta
la “dictocracia” de Gutiérrez y frente al fracaso del Presidente Palacio para
iniciar reformas políticas profundas, nos preguntábamos: ¿cuál era el camino a
seguir? Así fue como me acerqué a Ruptura. Intentando darle a esa pregunta una
respuesta válida. Así supe que cuando las instituciones del Estado festejaban
los 25 años del retorno a la democracia, un grupo de jóvenes rompía la línea
del tiempo de nuestra historia. Pretendían recomenzar desde cero el minutero
del reloj y reescribir nuestra política. Así supe también de su campaña: “¿quién
jodió al país?”
Siete
años después la realidad nacional es completamente distinta. En ese tiempo
apareció en el país un nuevo líder cuyo carisma y poder demolería las viejas
estructuras a las que estábamos acostumbrados. Una nueva constitución se
escribiría en el pueblo en donde nació Alfaro. La Ruptura se subiría al
transatlántico de la Revolución Ciudadana. Pero también en esos siete años la
joven constitución fue violada salvajemente por sus progenitores. Se hipotecó
el petróleo del país a la China. La Función Judicial cayó en las manos del
gobierno y –prostituyendo el derecho– periodistas, disidentes y simples jóvenes
como los 10 de Luluncoto encontraron sobre sus cabezas el peso de vergonzosas
sentencias judiciales. Y Ruptura así como se subió al barco, se bajó. Era el 28
de enero del 2011, meses antes de la traicionera Consulta Popular.
De
entre las virtudes que considero deben tener los políticos, la coherencia es la
principal. Sobre la Ruptura y su salida del gobierno, Norman Wray solía evocar
al político colombiano Jaime Bateman: “la gente nos puede perdonar que nos
equivoquemos pero no que seamos incoherentes”. Pienso que en las acciones de
Norman y Ruptura hubo coherencia. En el 2006 era una obligación moral de quién
se consideraba progresista respaldar a Correa sobre el multimillonario
bananero. Era coherente, a su vez, estar en el proceso constituyente, porque no
bastaba con criticar a quienes habían jodido al país, había que reemplazarlos.
Romo fue coherente como legisladora, sobre todo cuando en su lucha para
fiscalizar al ex Fiscal Pesántez y en sus críticas al Proyecto de Ley de
Comunicación, se enfrentó al gobierno.
Y la
salida fue coherente. Ruptura, que comenzó a hacer política desde que el gobierno de Gutiérrez instaló a la Pichi
Corte, no podía guardar silencio cuando el correísmo asaltó el poder judicial.
Desde entonces la falsa revolución ha cometido todo tipo de abusos e
incoherencias! Para los profesores universitarios exigen títulos de PhD, pero
se quemaron las manos por el primo del presidente falsificador de su título de
economista y aceptaron como compañero de formula de Correa a quién plagió para
su tesis párrafos enteros del Rincón del Vago. Para justificar el estado crítico
de la libertad de expresión en el país el Canciller explica: “construimos
carreteras”. Nos decimos progresistas y defensores de los Derechos Humanos pero
el Ecuador ha respaldado a Gadafi, Ahmadineyad, al último dictador de Europa y,
recientemente, al tirano de Siria.
Duele
ver a muchos de los intelectuales y artistas del país vendiendo sus conciencias
a un gobierno autoritario, firmando manifiestos y consignas mal llamadas
revolucionarias en apoyo al correísmo, todo por una mínima tajada de poder.
Piensan, inmersos en su bucólico sueño, que ganar elecciones les autoriza a
todo y que esto no tendrá fin. Pero terminará algún día porque nada es para
siempre, menos el poder. Y, además, perdieron el horizonte ideológico que una
vez tuvieron. La solución revolucionaria para ponerle fin a la delincuencia fue
presentar el proyecto de Código Penal Integral más socialcristiano de la
historia. La derecha, desde hace tiempo, esta escondida en Carondelet y desde
allí dirige el país. Aunque no lo queramos ver, está allí. Ciegos somos si no
nos damos cuenta.
Muchos
de quienes estuvimos en las calles de Quito la noche del 19 de abril votarán
por Lasso o Gutiérrez o quién sea que este, hasta el último minuto, segundo en
las encuestas. Creímos, hace 7 años, que el Ecuador se hallaba en un despertar
histórico y latinoamericano. La realidad es distinta: los correítas votan por
el odio visceral a los enemigos del caudillo y la oposición usará su voto para
alimentar el odio y la provocación a Correa. Fue su culpa: Correa ha dividido
al país. Y logró su objetivo: es ahora el
centro de todo.
Yo
votaré por Norman Wray en rechazo a esa división que sufrimos y que nos
desquicia. Mi voto no será por el odio a ningún bando ni en contra de alguien.
Votaré por Wray porque creo profundamente en lo que piensa, predica y
practica. Porque creo que es posible
hacer política desde el respeto y no desde la violencia y el espectáculo. Pero
mi voto no se dará en razón de una persona. Votaré por Ruptura porque concuerdo
con su programa de gobierno, sus propuestas, los principios que los unen.
También porque creo en la necesidad de fortalecer a los partidos y movimientos
políticos del Ecuador y pienso que esa es la única forma en que un sistema
democrático puede ser posible. No alimentando los personalismos y caudillismos
que tanto daño le han hecho al país sino votando por el partido en que uno
cree. Y Ruptura defiende lo que yo pienso y creo. Y eso para mi es coherencia.
Sé
que las elecciones que se avecinan son difíciles, tal vez de las más complejas
de nuestra historia. Parecería que el triunfo es posible para un solo
candidato. Uno que cuenta con ilimitados recursos públicos. Y Ruptura no cuenta
ni con el erario público, ni con banca privada, ni con bananera, ni sobras de
un gobierno corrupto anterior, ni diezmos evangelios. Ruptura nació y se
convirtió en movimiento político por el simple compromiso de hacer política en
el país entendiendo a la política como ese instrumento por el cual se puede
reconocer a los desconocidos, impulsar a los desposeídos, unir a los divididos.
Y eso para mi es la nueva izquierda. Una radical y profundamente democrática.
Voten
por el odio los que quieran, yo votaré por Norman Wray. Quienes somos
coherentes con nuestros principios no perdemos ni podemos perder. La democracia
se construye con coherencia.
A
pocos días de las elecciones, el sonido de una armónica me hace pensar que
cuando las puertas de la percepción se abran, todo nos parecerá infinito.
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