Miguel Molina Díaz
Hace
algunos años oí la explicación del asambleísta Virgilio Hernández sobre la
importancia de dejar atrás el Método D’Hondt y avanzar hacía uno más
democrático, uno más proporcional. Muchos otros líderes de Alianza País en esa
época celebraban con los rostros llenos de orgullo el fin de ese método de
repartición de escaños con el cual la partidocracia no sólo se había repartido
el país, sino que sirvió para prolongar, por más de 20 años, una dictadura de
partidos políticos que impidió a las minorías de todo tipo ser representadas en
los viejos congresos. Fue la era de la partidocracia en todo el sentido del
término, una era que se sostenía en el Método D’Hondt.
Virgilio
fue uno de los más fervientes opositores a ese método matemático y uno de los
más emocionados el día que se adoptó el método llamado Webster Modificado, el
cual, según entendí, consistía en que si un partido logra el 30 por ciento de
los votos, le corresponde el 30 por ciento de las curules en la Asamblea. Lo triste es que Virgilio y los demás
refundadores de la patria traicionaron sus propias palabras y su propio festejo
cuando se dieron cuenta de que Alianza País perdía paulatinamente la magnitud
colosal del respaldo de la gente (supongo que la Consulta Popular del 2011 fue
un factor decisivo) y, sin explicaciones válidas, desenterraron al abominable
Método D’Hondt criollo.
En
la actualidad se eligen 137 asambleístas, de los cuales 15 serán elegidos
nacionalmente y 122 por las provincias. Para los 15 asambleístas nacionales se
mantendrá el método proporcionalidad al momento de repartir esos escaños. No
así para los 122 provinciales que serán elegidos al puro estilo de la vieja
partidocracia, (paradójicamente tan criticada por el régimen). Una de las
consecuencias de este complicado método es que la votación unipersonal que se
da a ciertos candidatos conocidos se dividirá para el número de candidatos que
integren la lista.
En
este punto debemos recordar que cada uno de nosotros tiene derecho a un voto.
Cuando el Ecuador retornó a la democracia cada persona podía votar por una
lista de diputados. Con el tiempo, a pretexto de escoger a las mejores personas, se permitió
fraccionar el voto y escoger candidatos entre listas. Es decir, en el distrito
1 de Pichincha, en virtud de que se eligen 4 asambleístas, la gente puede darle
un ¼ de voto a 4 candidatos de entre cualquier lista. Pero, ¿qué pasa con el
Método D’Hondt? Pues simplemente que en virtud de la fórmula matemática que se
utiliza para repartir los escaños, el ¼ de voto a un candidato se divide para
los 4 candidatos de la lista. ¿Cual es el mensaje detrás de eso? ¡El voto en
plancha!
El
Método D’Hondt, sin embargo, es mucho más complejo que eso. La votación total
de una lista (haciendo la división de los votos unipersonales) se dividirá por
los números enteros desde 1 hasta el número de escaños, es decir 4 en el
Distrito 1. El resultado se ordenará de mayor a menor y se asignará cada escaño
en razón de los cocientes más altos de esta división practicada a todas las
listas. Entonces si una lista tuviera una alta votación en plancha (por toda
lista), sin importar el altísimo voto unipersonal de candidatos de otras
organizaciones, se llevará la mayoría de los escaños. La formula matemática es
difícil de entender, la conclusión es fácil: el voto unipersonal no pesa.
Si
en la elección de la Asamblea del 2009 se hubiese aplicado el Método D’Hondt,
Alianza País –nada más por poner un ejemplo– habría obtenido 12 curules
adicionales a las 54 que tuvo (sin tener un solo voto más!). En otras palabras
(si las encuestas no se equivocan), estamos a las puertas de una elección en la
cual el partido de gobierno tendrá la mayoría legislativa con la votación
comparativamente más baja que haya obtenido desde que existe como organización
política.
Con
toda esta explicación sobre el Método D’Hondt lo que quiero decir es que el
voto –para todas las organizaciones políticas, independientemente de cualquier
ideología– valdrá más si es en plancha. Y no sólo es una cuestión de
conveniencia, como lo he demostrado en este texto, sino de principios. Hoy por
hoy –bajo este nefasto método– nos conviene. Pero personalmente considero que
en general es mejor. El Ecuador se ha caracterizado por ser un país proclive a
los personalismos y, por tanto, a los caudillismos. La votación en plancha debería
significar la confianza a la propuesta y visión de un partido, es decir, a sus
ideas. No tanto a las personas. Creo que la única solución para evitar más
caudillos de opereta es fortaleciendo a los partidos y movimientos políticos
del país, no a las personas que son candidatos y que, al final del día, son
pasajeras.
Ese
es el contexto en el que se puede decir: ¡el voto en plancha defiende la
democracia!
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