18 feb 2013

Por un Voto en Plancha



Miguel Molina Díaz

Hace algunos años oí la explicación del asambleísta Virgilio Hernández sobre la importancia de dejar atrás el Método D’Hondt y avanzar hacía uno más democrático, uno más proporcional. Muchos otros líderes de Alianza País en esa época celebraban con los rostros llenos de orgullo el fin de ese método de repartición de escaños con el cual la partidocracia no sólo se había repartido el país, sino que sirvió para prolongar, por más de 20 años, una dictadura de partidos políticos que impidió a las minorías de todo tipo ser representadas en los viejos congresos. Fue la era de la partidocracia en todo el sentido del término, una era que se sostenía en el Método D’Hondt.

Virgilio fue uno de los más fervientes opositores a ese método matemático y uno de los más emocionados el día que se adoptó el método llamado Webster Modificado, el cual, según entendí, consistía en que si un partido logra el 30 por ciento de los votos, le corresponde el 30 por ciento de las curules en la Asamblea.  Lo triste es que Virgilio y los demás refundadores de la patria traicionaron sus propias palabras y su propio festejo cuando se dieron cuenta de que Alianza País perdía paulatinamente la magnitud colosal del respaldo de la gente (supongo que la Consulta Popular del 2011 fue un factor decisivo) y, sin explicaciones válidas, desenterraron al abominable Método D’Hondt criollo.

En la actualidad se eligen 137 asambleístas, de los cuales 15 serán elegidos nacionalmente y 122 por las provincias. Para los 15 asambleístas nacionales se mantendrá el método proporcionalidad al momento de repartir esos escaños. No así para los 122 provinciales que serán elegidos al puro estilo de la vieja partidocracia, (paradójicamente tan criticada por el régimen). Una de las consecuencias de este complicado método es que la votación unipersonal que se da a ciertos candidatos conocidos se dividirá para el número de candidatos que integren la lista.

En este punto debemos recordar que cada uno de nosotros tiene derecho a un voto. Cuando el Ecuador retornó a la democracia cada persona podía votar por una lista de diputados. Con el tiempo, a pretexto  de escoger a las mejores personas, se permitió fraccionar el voto y escoger candidatos entre listas. Es decir, en el distrito 1 de Pichincha, en virtud de que se eligen 4 asambleístas, la gente puede darle un ¼ de voto a 4 candidatos de entre cualquier lista. Pero, ¿qué pasa con el Método D’Hondt? Pues simplemente que en virtud de la fórmula matemática que se utiliza para repartir los escaños, el ¼ de voto a un candidato se divide para los 4 candidatos de la lista. ¿Cual es el mensaje detrás de eso? ¡El voto en plancha!

El Método D’Hondt, sin embargo, es mucho más complejo que eso. La votación total de una lista (haciendo la división de los votos unipersonales) se dividirá por los números enteros desde 1 hasta el número de escaños, es decir 4 en el Distrito 1. El resultado se ordenará de mayor a menor y se asignará cada escaño en razón de los cocientes más altos de esta división practicada a todas las listas. Entonces si una lista tuviera una alta votación en plancha (por toda lista), sin importar el altísimo voto unipersonal de candidatos de otras organizaciones, se llevará la mayoría de los escaños. La formula matemática es difícil de entender, la conclusión es fácil: el voto unipersonal no pesa.

Si en la elección de la Asamblea del 2009 se hubiese aplicado el Método D’Hondt, Alianza País –nada más por poner un ejemplo– habría obtenido 12 curules adicionales a las 54 que tuvo (sin tener un solo voto más!). En otras palabras (si las encuestas no se equivocan), estamos a las puertas de una elección en la cual el partido de gobierno tendrá la mayoría legislativa con la votación comparativamente más baja que haya obtenido desde que existe como organización política.

Con toda esta explicación sobre el Método D’Hondt lo que quiero decir es que el voto –para todas las organizaciones políticas, independientemente de cualquier ideología– valdrá más si es en plancha. Y no sólo es una cuestión de conveniencia, como lo he demostrado en este texto, sino de principios. Hoy por hoy –bajo este nefasto método– nos conviene. Pero personalmente considero que en general es mejor. El Ecuador se ha caracterizado por ser un país proclive a los personalismos y, por tanto, a los caudillismos. La votación en plancha debería significar la confianza a la propuesta y visión de un partido, es decir, a sus ideas. No tanto a las personas. Creo que la única solución para evitar más caudillos de opereta es fortaleciendo a los partidos y movimientos políticos del país, no a las personas que son candidatos y que, al final del día, son pasajeras.

Ese es el contexto en el que se puede decir: ¡el voto en plancha defiende la democracia!

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