Miguel Molina Díaz
Probablemente
el comandante Hugo Chávez Frías recibirá el año nuevo en el mayor estado de
inconciencia en que se haya encontrado desde que asumió la Jefatura de Estado.
De nada le ha servido todo el poder del que goza cuando su cuerpo no responde
ni siquiera a los tratamientos de la medicina cubana.
Controlar
todas las funciones del Estado, ser –en palabras del General de las Fuerzas
Armadas– el marido del Ejercito, administrar la justicia desde sus enlaces “Aló
presidente”, dirigir al órgano legislativo como si fuera uno de sus
ministerios, todo, absolutamente todo, ha sido inútil para afrontar un cáncer
que tiene a Venezuela bajo las riendas de Maduro.
Lo
más destacable, paradójicamente, es la
irresponsabilidad de los revolucionarios bolivarianos de haber impulsado la
candidatura presidencial de un hombre con alto riesgo de quedar físicamente
impedido de gobernar –en el mejor de los casos, pues también existe el riesgo
de su muerte. Ahora, a pesar de que las normas son explícitas en cuanto a los
procedimientos, los revolucionarios no saben qué hacer para que el comandante asuma
la presidencia el día previsto.
Todo
esto, a las luces de la geopolítica latinoamericana, no hace sino preguntarnos:
¿quién será el sucesor de Chávez? Y no me refiero a Maduro, por supuesto que
no. Sino a quién tome la posta para liderar el “Eje del Mal”, más conocido como
ALBA, cuya línea en relaciones internacionales ha despertado, incluso, la
confianza del dictador Sirio para solicitar a algunos de estos países asilo
político en caso de ser derrocado.
Acaso
podrán ser: ¿Morales? ¿el violador Ortega? ¿Cristina Fernández y su populismo
feroz? ¿acaso será Raúl Castro para regresar a las raíces? ¿Zelaya, a pesar de
todo? ¿o definitivamente el liderazgo regional quedará en las manos limpias,
mente lúcida y corazón ardiente de Rafael Correa?
El
2013 nos dará las respuestas, pero lo cierto es que la presencia de Chávez en
nuestro continente es a tal punto absolutista, que es difícil imaginarnos la
política latinoamericana sin sus monstruosos excesos.
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