20 ene 2013

El Coronel Gutiérrez no tiene quien le escriba



Miguel Molina Díaz

Era el 20 de abril del 2005 y los habitantes de Quito teníamos la certeza de que ese día pasaría a la historia. En la noche anterior la clase media se congregó en la Cruz del Papa del Parque de la Carolina y desde allí, miles de quiteños, nos propusimos ir al palacio y deponer a quién se había proclamado, en su ignorancia, “Dictocrata”. La represión policial fue feroz y, con el paso de las horas, el pretexto que necesitaban las elites de los partidos políticos estaba llegando. Aunque pretextos habían de sobra: el 8 de diciembre del 2004 Gutiérrez convocó a una sesión especial del Congreso que, entre gallos y media noche, defenestró a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y dio vida a la abominable “Pichi Corte”; esa que no se demoró en absolver a Bucaram. No mucho tiempo después el líder del PRE llegaba a Guayaquil, como dice María Paula Romo, “al estilo Pasión de Gavilanes”.

No lo he visto en persona sino dos veces. La primera en la velación del asambleísta Logroño, de su partido, a la que asistí en el salón del pleno de la Asamblea Nacional la época en que realizaba una pasantía en la función legislativa. Lo vi de lejos, no quise acercarme ni siquiera para ofrecerle el pésame pues siempre he creído innecesaria la hipocresía de última hora. La segunda fue hace muy poco, en el marco de unos conversatorios que el Gobierno Estudiantil de la Universidad San Francisco de Quito está organizando con cada uno de los candidatos presidenciales.

Gutiérrez simplemente no cambia. O tal vez sí: cada vez es peor. Los puntos relevantes de su exposición fueron, por ejemplo, cuando refiriéndose al gobierno nefasto y corrupto que presidió dijo que, como Alan García, había aprendido de sus equivocaciones y que precisamente por eso pedía una nueva oportunidad, asegurando que en su segunda administración no cometería esos errores garrafales del pasado.

Insultando la memoria de quienes lo escuchábamos el Coronel procedió a criticar con vehemencia los casos de nepotismo en la revolución (eran los días en que Pedro Delgado estaba de moda). ¡Como si en su gobierno nunca hubiese estado Napoleón Villa! Después, pretendiendo presentarse como estadista, criticó la falta de independencia judicial. Al parecer a Gutiérrez se le borró la memoria y olvidó la repugnante metida de mano que hizo a la Función Judicial a través de la Pichi Corte y las fatales consecuencias posteriores.

Y sigo preguntándome si el presidente de ese gobierno, cuyo Subsecretario de Bienestar Social ordenó disparar desde las ventanas de Ministerio, ¿puede recuperar tan fácil la autoridad moral y ética para dar lección de administración pública?

No había comentario del Coronel que no produjera en mi mente asco y la revelación de una paradoja: cuando mencionó a Patiño inmediatamente después recordé los escándalos de Zuquilanda y al embajador Molina sacando a pasear a un dictador argentino.

El momento más lamentable (y debo confesarlo, jocoso) llegó cuando Gutiérrez aseguró que Hugo Chávez había financiado a quienes le botaron, precisamente frente a los hijos de las familias que la noche del 19 y madrugada del 20 de abril del 2005 salieron a las calles de Quito a terminar con la “dictocracia” y cuyas relaciones con la plutocracia chavista son, por decir lo menos, nulas. A Gutiérrez no le botó Chávez, tampoco las organizaciones de izquierda tradicional del país. ¡No! Lo botó la clase media y media alta de Quito, los autodenominados forajidos que en las calles capitalinas exigían “¡que se vayan todos!”. Lo botaron los partidos de la vieja y podrida partidocracia que, para salvarse del hundimiento del barco (que pese a sus esfuerzos se hundiría), unieron sus fuerzas en el Congreso instalado en Ciespal y declararon el abandono del cargo del Presidente de la República.

La Rebelión de los Forajidos nos marcó políticamente a muchos de los que participamos de esas jornadas que no pretendían sino rescatar la dignidad del país. Siete años después el Coronel demagogo y cobarde que pactó con los viejos caudillos vuelve a ser candidato presidencial y se pasea en Quito como si no hubiera tenido que huir en helicóptero de esta ciudad el día de su destitución. Y muchos de quienes en esa época se digieran forajidos no han tenido reparos en declarar que si Gutiérrez estuviera segundo o si pasara a segunda vuelta él sería el depositario de su voto y, con tal de ganarle a Correa, no importaría comernos una vez más sus mentiras añejadas en sus botas militares.

Así es la política en el país de la mitad del mundo, porque aquí es muchas veces el odio el precio de la conciencia, la coherencia y la integridad. 

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