Por Miguel Molina Díaz
La
mañana del 23 de agosto de 1968 Pigasus fue arrestado por la policía de Chicago
durante su primera conferencia de prensa como candidato a la presidencia de los
Estados Unidos. Nunca más se supo de su paradero y, con el paso del tiempo, fue
completamente olvidado. Su corta candidatura surgió como respuesta de la
juventud hippie a los estragos que acontecieron en la Convención Nacional del
Partido Demócrata de ese año. El presidente Lyndon Johnson había anunciado su
declinación a la reelección y el presidenciable favorito para los demócratas,
el senador Robert Kennedy, había sido asesinado el junio pasado. Pigasus era,
en ese momento, la única opción admisible.
El
Mayo Francés había iluminado a la juventud del mundo. Las letras de músicos
como Bob Dylan o los Beatles se convirtieron en manifiestos políticos. La
guerra de Vietnam no causaba a la juventud nada menos que asco y desdén de todo
lo que tenía que ver con la política. Así es como los líderes del movimiento
hippie, Abbie Hoffman y Jerry Rubin, nominaron al cerdo Pigasus como candidato
del Partido Internacional Joven para dirigir la primera potencia mundial.
“Ellos nominan a un presidente y él se come a la gente. Nosotros nominamos un
presidente y la gente se lo come a él.” Ese era, precisamente, el argumento
detrás de la candidatura del cerdo Pigasus.
Su
nombre, por cierto, provenía de Pegaso, el caballo alado de la Mitología
Griega. Además, guardaba similitud con la palabra “pig” que en inglés significa
cerdo. Sus seguidores, en los cortos días que duró su campaña, pidieron para él
la protección del Servicio Secreto tal como a los demás candidatos, así como
ser llevado a la Casa Blanca para la sesión informativa sobre la política
exterior. Lideró, dicen, un multitudinario desfile desde un camión de basura. Y
ciertamente Pigasus, en todos los sentidos posibles, era superior a quién al
final triunfó en los comicios: Richard Nixon.
Es
oportuno recordar a Pigasus precisamente con motivo de nuestras próximas
elecciones presidenciales y legislativas. De hecho, la mañana del jueves, un
grupo de más o menos 30 jóvenes intentaron inscribir la candidatura de “Don
Burro” a la Asamblea Nacional como representante por la provincia del Guayas.
Considero que la candidatura de Don Burro es acertada y, por lo menos, produce
cierta esperanza. “Don Burro”, al igual que Pigasus, no son más que símbolos de
respuesta a un ejercicio político que da asco.
Casi
todos, desde los partidos más repulsivos de la oposición, hasta el oportunista
partido de gobierno han decidido protagonizar un circo político que provoca vergüenza.
Durante años figuras como De la Cruz, Tin Delgado e Iván Hurtado han sido –y
con justicia- merecedores de toda la admiración y el respeto por su desempeño
como deportistas. Pero es penoso que se hayan prestado para hacerle juego al
correismo más irresponsable pues a Alianza País no le interesa su criterio o
aporte, sino los votos que pueden levantar.
Ni
hablar de los personajes de la farándula, reinas de belleza y cantantes que en
distintas listas aparecen como candidatos. ¡Esta es, en toda su magnitud, la
Revolución Ciudadana! ¡Y esta es, en
todo su alcance, la oposición que la combate! No me esperaba menos de los
partidos tradicionales: ciertamente las propuestas y argumentos de Gutiérrez y
los roldosistas son impresentables, por tanto sus candidatos deben guardar
similitud con esos perfiles. Pero en el caso de Alianza País no es igual porque
ellos prometieron ser diferentes. Han fracasado en su misión y decisión de
construir un verdadero y sólido partido político en el Ecuador. La deuda sigue
impaga. Prometieron acabar con la era de la partidocracia y sus viejas
prácticas. Tiempo después replican esas mismas prácticas y con mucha más
maestría. Durante 30 años vivimos una democracia de maquinarias electorales,
empresas publicitarias para potenciar a ciertos caudillos. Y sí hay un cambio
ahora: vemos una única maquinaria electoral que publicita la figura de un único
caudillo que con su poder amedranta y encacha a todos los demás partidos y
movimientos.
Es
por eso que en este momento la candidatura de Don Burro es ciertamente
providencial. Una bocanada de aire en medio de este tan asfixiante circo
político. En Pigasus y Don Burro encontramos irreverencia, consciencia, crítica
y responsabilidad con el país y la historia. Es decir, eso mismo de lo cual carecen
muchos de los candidatos actuales. Es una pena que no permitieron inscribir la
candidatura de Don Burro y que de Pigasus no se sepa nada; si tan sólo
estuviera vivo sería el personaje perfecto para gobernar al Ecuador. ¡Adiós
1968!
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