Miguel Molina Díaz
Lo imagino feliz, fumando y
lanzando el humo del cigarrillo mientras sonríe con la simple y llana certeza
de haber tenido la razón. Me refiero a Roberto Bolaño, el escritor más
importante de la literatura latinoamericana contemporánea, cuya monumental obra
ha sido traducida ya a casi todos los idiomas posibles. Desde la estrella distante en donde habita,
Bolaño debe estar complacido. “Todo se lo debo a Parra” había dicho muchos años
atrás cuando sus libros comenzaron a relucir en el sombrío panorama literario del
Post-boom.
En la última entrevista que
ofreció antes de su muerte, Roberto Bolaño, al ser preguntado sobre las cosas
que le conmueven respondió: “Me conmueven los jóvenes de hierro
que leen a Cortázar y a Parra, tal como los leí yo y como intento seguir
leyéndolos.” Su admiración por Parra fue obsesiva, tanto es así que la
antipoesía fue un referente decisivo en los poemas del autor de los Detectives
Salvajes. En uno de esos versos y una vez llegada la madurez, Bolaño intenta
redescubrir quién había sido cuando tenía la edad de veinte y concluye: “Un
lector de Cardenal y de Nicanor Parra”.
Bolaño debe estar
contento: después de haber afirmado hasta el cansancio que Parra era el más
grande poeta chileno “por encima de todos, incluidos Pablo Neruda y Vicente
Huidobro y Gabriela Mistral” se le concedió, en este año, el Premio Cervantes,
considerado el de mayor prestigio en lengua española. “Bolaño me puso en orbita
de nuevo” confesó hace poco el creador de la antipoesía, quién no pudo asistir
a la entrega de su premio debido a su avanzada edad de antipoeta (97
años).
Bolaño debe estar muy
satisfecho con este año 2012. No solo Parra fue homenajeado sino que Ernesto
Cardenal, otro de los maestros que él amó, se convirtió hace pocos días en el
ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En su libro de poemas,
Los Perros Románticos, Bolaño
describe un encuentro con su maestro Ernesto Cardenal: “Padre, en el
Reino de los Cielos/ que es el comunismo,/ ¿tienen un sitio los homosexuales?/
Sí, dijo él./ ¿Y los masturbadores impenitentes?/ ¿Los esclavos del sexo?/ ¿Los
bromistas del sexo?/ ¿Los sadomasoquistas, las putas, los fanáticos/ de los
enemas,/ los que ya no pueden más, los que de verdad/ ya no pueden más?/ Y
Cardenal dijo sí”.
Lo cierto es que poca falta les
hacía a Parra y a Cardenal los premios en reconocimiento a la limpieza y
genialidad de sus obras. Era América la que requería –¡con una urgencia
desesperante!- desenterrar los nombres de dos de los más grandes poetas e
intelectuales que parieron Chile y Nicaragua. Y fue Bolaño quién nos desafió a
hacerlo, por ejemplo, cuando escribió “a caminar, entonces, latinoamericanos/ a
caminar a caminar/ a buscar las pisadas extraviadas/de los poetas perdidos/ en
el fango inmóvil/ a perdemos en la nada/ o en la rosa de la nada/ allí donde
sólo se oyen las pisadas/ de Parra”. Al final volvimos a encontrar las pisadas
de los poetas perdidos, que tanta falta nos hacían en las horas fastuosas y
desoladas. Podremos volver a oír su voz (ojalá en su magnitud real) y ver
brillar su luz. Las luces de Parra y Cardenal iluminando nuestro continente.
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