Estimado Carlos
Para comenzar, quisiera manifestarle mi
agradecimiento, en primer lugar por las puntualizaciones que realizara a mi
columna “El Robo de la Hoguera Bárbara” publicada en Aula Magna en su No. 46
del 29 de enero y, en segundo lugar, a su posterior réplica con motivo de mi
respuesta publicada en mi columna “Entre la Historia y la Diatriba” del No. 48
del 27 de Marzo. Considero que el agradecimiento, en este caso, no solo es oportuno
sino justo por la atención inédita que por primera vez reciben mis columnas de
parte de un catedrático de su autoridad académica.
Frente a su réplica, llamada Carta Abierta a la
Comunidad USFQ, es mí deber confesar públicamente la sorpresa que me provocan
sus líneas y el tono agresivo de su reacción. Quisiera que quede absolutamente
claro que jamás fue mi intensión lesionar su “honor personal” y su “honradez
como historiador”, como usted percibió equivocadamente. Tampoco encuentro –por más
que he buscado en mis líneas- una imputación de mi parte de una “conducta inmoral”
a su obra histórica, cuestión que me ha preocupado altamente pues lo último que
podría hacer un estudiante de jurisprudencia como yo es emitir acusaciones sin
ninguna fundamentación sobre la respetable obra de un historiador que enaltece
con su trabajo el nombre de mi universidad. Si usted lo entendió de esa manera,
siento mucho que haya sido así y le ofrezco disculpas publicas.
Por otro lado, en lo referente al contenido de mi análisis
en la columna “Entre la Historia y la Diatriba” mantengo y defiendo cada una de
las conclusiones que en ese espacio postulo. Bajo mi criterio, profesor Freile,
la historia y sobre todo su interpretación constituye –como la mayoría de las
ciencias sociales, a mucha honra- una construcción subjetiva a la que
permanentemente nos aventuramos los humanos en nuestro afán por entender la
realidad en que vivimos y el fenómeno de nuestra civilización (esa civilización
que, como nos recuerda Vargas Llosa, nació cuando los homo sapiens decidieron
contarse historias en las cavernas, desarrollando así el leguaje y dando vida a
nuestra más fascinante creación: la ficción). En ese sentido, la crítica que
realicé sobre su interpretación de los eventos que se inscriben dentro de la
llamada Revolución Liberal Radical Ecuatoriana, cuyo máximo exponente es Alfaro
Delgado, responden –así como a mi subjetividad- a mi convicción sobre los sucesos
fundamentales que se llevaron a cabo en el país, integralmente y al rigor de políticas
publicas primordiales, como resultado del alfarismo. De esos sucesos destaco,
sobre todas las cosas, el establecimiento del Estado Laico que –nuevamente en
base a mi pensamiento subjetivo- deja muy por detrás las obras de los gobiernos
de Rocafuerte y sobre todo de García Moreno.
Mal podría yo pensar que mis afirmaciones
constituyen verdades absolutas. De la misma manera me reservo el derecho a la duda
sobre sus validas y legitimas afirmaciones, seguramente sustentadas en documentos, en las puntualizaciones que usted
realizó sobre mi análisis (jamás me imaginé que la calificación de “historiador
documentalista” pudiera ser ofensiva y sigo sin entender cómo podría darse esto,
sin embargo, si esa taxonomía le ofende también le ofrezco disculpas). Cabe, en
este punto, aclarar que como estudiante no tengo nada en contra de los
documentos históricos. Creo, eso sí y con convicción profunda, que la validez
de narrar hechos históricos sustentándolos únicamente en documentos se enfrenta
a la posibilidad e incertidumbre de otros documentos en que las afirmaciones históricas
se podrían contradecir (es por eso que considero que más allá de las verdades
absolutas en las que muchos historiadores creen, lo de fondo es la interpretación
analítica de los hechos y las
construcciones teóricas -y sus
conclusiones- que a nivel intelectual pueden surgir de dichos análisis).
No fue mi intensión tampoco, en mi análisis sobre
el centenario de la Hoguera Bárbara, negar los abusos y violaciones al derecho
que pudieron darse en el gobierno de Alfaro y durante sus campañas (¡por favor,
cómo podría defender lo indefendible!). Mi intensión concreta fue y es
denunciar la expropiación de la figura de Alfaro –ahora, cien años después, indescifrable-
por parte de la Revolución Ciudadana que la ha tomado como logotipo comercial
de su marca, para vendernos su populismo, para justificar los abusos que
cometen día a día y la desmedida corrupción de su administración. Si mi postura
sirvió para mantener con usted un debate intelectual y –si es posible decirlo- académico,
me siento muy orgulloso y considero saludable, no solo para la universidad,
sino para la sociedad en general, la posibilidad de escarbar en los acontecimientos
del pasado para entender el presente y asumir posiciones políticas orientadoras
en la nación, por medio de discusiones y debates, eso le hace bien a la
democracia, la creencia en verdades absolutas, por el contrario, la lesiona.
No pienso, profesor Freile, referirme a los ataques
específicos que me hace en su Carta Abierta (el honor para mi, a diferencia de
lo que el presidente de la República cree, no es algo que se adquiera exigiéndolo
con vehemencia y pasión. La verdad, en mi caso particular, es un tema que no me
interesa en lo más mínimo: ojalá nunca lo tenga, no en un país en que se lo
exige con millonarias sentencias judiciales). Desde que decidí compartir mis
escritos la crítica no es algo que me moleste, por el contrario, me anima y
emociona. Sin embargo, lamento la mención a mis “mentores” hecha reiteradamente
por usted en su carta, no porque no los tenga (la lista es infinita comenzando
en el grandísimo Homero hasta llegar al más cosmológico de todos: Roberto
Bolaño) sino porque una suposición de esa naturaleza constituye un no
entendimiento –tal vez de todos nosotros- de las artes liberales como sistema metodológico
de una universidad. Si un estudiante no puede emitir criticas y discrepar con
un profesor, el espacio en donde eso acontezca es cualquier cosa, menos una
universidad. En todo caso profesor Freile, liberó a mis profesores o “mentores”
de cualquier responsabilidad en el marco de las lesiones que usted percibió de
mi parte.
Más allá de todo le reitero mi agradecimiento por
la atención que le dio a mis opiniones y aprovecho para recordar, a fin de no
quedarme corto frente a su mención sobre la sentencia de Cicerón, las palabras
de los gladiadores romanos antes de comenzar el combate: “Ave, Cesar, morituri
te salutant”.
Saludos,
Miguel Molina Díaz
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