8 may 2012

CARTA ABIERTA AL PROFESOR CARLOS FREILE


Estimado Carlos

Para comenzar, quisiera manifestarle mi agradecimiento, en primer lugar por las puntualizaciones que realizara a mi columna “El Robo de la Hoguera Bárbara” publicada en Aula Magna en su No. 46 del 29 de enero y, en segundo lugar, a su posterior réplica con motivo de mi respuesta publicada en mi columna “Entre la Historia y la Diatriba” del No. 48 del 27 de Marzo. Considero que el agradecimiento, en este caso, no solo es oportuno sino justo por la atención inédita que por primera vez reciben mis columnas de parte de un catedrático de su autoridad académica.

Frente a su réplica, llamada Carta Abierta a la Comunidad USFQ, es mí deber confesar públicamente la sorpresa que me provocan sus líneas y el tono agresivo de su reacción. Quisiera que quede absolutamente claro que jamás fue mi intensión lesionar su “honor personal” y su “honradez como historiador”, como usted percibió equivocadamente. Tampoco encuentro –por más que he buscado en mis líneas- una imputación de mi parte de una “conducta inmoral” a su obra histórica, cuestión que me ha preocupado altamente pues lo último que podría hacer un estudiante de jurisprudencia como yo es emitir acusaciones sin ninguna fundamentación sobre la respetable obra de un historiador que enaltece con su trabajo el nombre de mi universidad. Si usted lo entendió de esa manera, siento mucho que haya sido así y le ofrezco disculpas publicas.

Por otro lado, en lo referente al contenido de mi análisis en la columna “Entre la Historia y la Diatriba” mantengo y defiendo cada una de las conclusiones que en ese espacio postulo. Bajo mi criterio, profesor Freile, la historia y sobre todo su interpretación constituye –como la mayoría de las ciencias sociales, a mucha honra- una construcción subjetiva a la que permanentemente nos aventuramos los humanos en nuestro afán por entender la realidad en que vivimos y el fenómeno de nuestra civilización (esa civilización que, como nos recuerda Vargas Llosa, nació cuando los homo sapiens decidieron contarse historias en las cavernas, desarrollando así el leguaje y dando vida a nuestra más fascinante creación: la ficción). En ese sentido, la crítica que realicé sobre su interpretación de los eventos que se inscriben dentro de la llamada Revolución Liberal Radical Ecuatoriana, cuyo máximo exponente es Alfaro Delgado, responden –así como a mi subjetividad- a mi convicción sobre los sucesos fundamentales que se llevaron a cabo en el país, integralmente y al rigor de políticas publicas primordiales, como resultado del alfarismo. De esos sucesos destaco, sobre todas las cosas, el establecimiento del Estado Laico que –nuevamente en base a mi pensamiento subjetivo- deja muy por detrás las obras de los gobiernos de Rocafuerte y sobre todo de García Moreno.

Mal podría yo pensar que mis afirmaciones constituyen verdades absolutas. De la misma manera me reservo el derecho a la duda sobre sus validas y legitimas afirmaciones, seguramente sustentadas en  documentos, en las puntualizaciones que usted realizó sobre mi análisis (jamás me imaginé que la calificación de “historiador documentalista” pudiera ser ofensiva y sigo sin entender cómo podría darse esto, sin embargo, si esa taxonomía le ofende también le ofrezco disculpas). Cabe, en este punto, aclarar que como estudiante no tengo nada en contra de los documentos históricos. Creo, eso sí y con convicción profunda, que la validez de narrar hechos históricos sustentándolos únicamente en documentos se enfrenta a la posibilidad e incertidumbre de otros documentos en que las afirmaciones históricas se podrían contradecir (es por eso que considero que más allá de las verdades absolutas en las que muchos historiadores creen, lo de fondo es la interpretación analítica de los hechos  y las construcciones teóricas  -y sus conclusiones- que a nivel intelectual pueden surgir de dichos análisis).

No fue mi intensión tampoco, en mi análisis sobre el centenario de la Hoguera Bárbara, negar los abusos y violaciones al derecho que pudieron darse en el gobierno de Alfaro y durante sus campañas (¡por favor, cómo podría defender lo indefendible!). Mi intensión concreta fue y es denunciar la expropiación de la figura de Alfaro –ahora, cien años después, indescifrable- por parte de la Revolución Ciudadana que la ha tomado como logotipo comercial de su marca, para vendernos su populismo, para justificar los abusos que cometen día a día y la desmedida corrupción de su administración. Si mi postura sirvió para mantener con usted un debate intelectual y –si es posible decirlo- académico, me siento muy orgulloso y considero saludable, no solo para la universidad, sino para la sociedad en general, la posibilidad de escarbar en los acontecimientos del pasado para entender el presente y asumir posiciones políticas orientadoras en la nación, por medio de discusiones y debates, eso le hace bien a la democracia, la creencia en verdades absolutas, por el contrario, la lesiona.

No pienso, profesor Freile, referirme a los ataques específicos que me hace en su Carta Abierta (el honor para mi, a diferencia de lo que el presidente de la República cree, no es algo que se adquiera exigiéndolo con vehemencia y pasión. La verdad, en mi caso particular, es un tema que no me interesa en lo más mínimo: ojalá nunca lo tenga, no en un país en que se lo exige con millonarias sentencias judiciales). Desde que decidí compartir mis escritos la crítica no es algo que me moleste, por el contrario, me anima y emociona. Sin embargo, lamento la mención a mis “mentores” hecha reiteradamente por usted en su carta, no porque no los tenga (la lista es infinita comenzando en el grandísimo Homero hasta llegar al más cosmológico de todos: Roberto Bolaño) sino porque una suposición de esa naturaleza constituye un no entendimiento –tal vez de todos nosotros- de las artes liberales como sistema metodológico de una universidad. Si un estudiante no puede emitir criticas y discrepar con un profesor, el espacio en donde eso acontezca es cualquier cosa, menos una universidad. En todo caso profesor Freile, liberó a mis profesores o “mentores” de cualquier responsabilidad en el marco de las lesiones que usted percibió de mi parte.

Más allá de todo le reitero mi agradecimiento por la atención que le dio a mis opiniones y aprovecho para recordar, a fin de no quedarme corto frente a su mención sobre la sentencia de Cicerón, las palabras de los gladiadores romanos antes de comenzar el combate: “Ave, Cesar, morituri te salutant”.

Saludos,

Miguel Molina Díaz

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