4 may 2012

“EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO”



Miguel Molina Díaz

Refiriéndose a la práctica del periodismo, en un discurso frente a la 52ª Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, Gabriel García Márquez expresaba: “Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo...” Nada más que la conclusión de uno de los grandes genios de América, sobre el oficio que –en el momento crucial de su vida- lo obligó a dejar el derecho para dedicarse, como reportero raso, a buscar noticias. Oportuno, por decir lo menos, resulta pensar en Gabo y su experiencia, sobre todo en este ocaso periodístico en que vivimos.

A lo largo de su discurso el Nobel de Literatura se queja. Le preocupa el estado del oficio que catapultó y consagró su vocación narrativa. Crítica la “reacción escolástica” que ha conllevado a la creación de escuelas en las que se llama al periodismo “ciencias de la comunicación o comunicación social.” Recuerda sus orígenes y los de los mejores periodistas del siglo XX: el resultado de un proceso, ante todo, empírico. Pero sobre todo, resalta la vocación ética y el compromiso social que debe primar en el periodista. Principios y nociones de responsabilidad que difícilmente se podrían aprender, en su totalidad práctica, al interior de las aulas de clase.

Pienso en García Márquez, precisamente ahora, cuando el periodismo enfrenta amenazas inconcebibles en una América moderna y democrática.  Desoladores fueron los días en que jueces –traidores del derecho- condenaron, en dos casos controversiales, a medios de comunicación y periodistas (accediendo, así, a las funestas pretensiones del poder enceguecido por la búsqueda del honor y la gloria). Entonces pienso en Hemingway, los días en que fue corresponsal de guerra, los textos que nacieron de sus coberturas en Europa, testificando el horror, la devastación, la decadencia… Pienso en Truman Capote, el surgimiento de su estética pura y metódica, concebida y lograda en largos años de redacción periodística hasta fundar con su novela A sangre fría el nuevo periodismo, considerado ahora un género literario.

Y, sobre todo, pienso en Juan Montalvo. Pienso mucho en Montalvo. Pionero en abordar los hechos importantes del país con vocación científica. Pionero en combatir al poder, mediocre y abusivo, desde la búsqueda de la veracidad. Certero, además, en concebir la libertad de escribir e informar. Y es triste vivir en ese mismo país en que nació Montalvo hace 180 años y comprobar que la mentalidad –y vocación ¿no?- de los políticos obsesionados por el poder y enceguecidos por las canonjías, sigue siendo la misma: consagran artimañas para aprobar leyes contra la libertad de prensa, información y expresión. Decretan que solo aquellos que obtienen el título de comunicadores podrán ejercer el periodismo: ¡Que falta les hace a los gestores de la falsa revolución leer al gran García Márquez! Piensan que, controlando los medios, más tiempo podrán enmarañarse al poder ridículo del que gozan, más tiempo podrán seguir viviendo y comiendo del poder absurdo que los enceguece. Piensan, los ahora poderosos, que el poder les durará toda la vida y con él podrán acallar las voces de los críticos. Pero desconocen lo fundamental: el periodismo no es simplemente una profesión. Es mucho más: un oficio, una vocación, una obsesión irrenunciable.

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