Miguel Molina Díaz
La obra del cineasta inglés, Alfred Hitchcock, constituye, sin lugar a dudas, uno de los pilares fundamentales sobre los cuales la humanidad ha construido su cine. Su huella esta presente a lo largo del siglo XX, por ejemplo, desde “El Inquilino”, que es una película muda de 1927, hasta “Psycho”, su más popular y exitoso rodaje, estrenado en 1960. Un tema trascendental para el llamado maestro del suspenso, a lo largo de su obra, fue la mujer.
Sus argumentos son irruptores: cuestionamientos al sistema jurídico, al orden político internacional y, sobre todo, al establishment de la sociedad, por decirlo de algún modo, occidental. Sin embargo, pese a la complejidad intelectual, estructural y argumentativa de sus historias, Hitchcock logra dominar las técnicas del cine comercial y por eso su éxito. Sus películas eran altamente consumidas por la audiencia y, además, elogiadas.
Vértigo, su obra maestra, aparecida en 1958 y protagonizada por James Steward y Kim Novak, probablemente es una de las películas más maravillosas del siglo XX. Scottie Ferguson (Steward), un detective retirado que padece acrofobia, es contratado por un antiguo conocido para vigilar a su esposa Madeleine (Novak), quién al parecer esta bajo la posesión de su bisabuela, Carlota Valdés, que la pretende conducir a un suicidio inminente. Después de seguirla por museos de arte y cementerios, Scottie salva la vida de Madeleine al intentar matarse cuando salta a la bahía de San Francisco. Al poco tiempo se enamoran, pero Scottie, a causa de su vértigo, no puede evitar el suicidio de Madeleine, que tiene lugar cuando salta de la cúspide de la torre en la Iglesia San Juan Bautista.
Después de recuperarse del trauma en un sanatorio, Scottie encuentra, caminando por la calle, a una mujer radicalmente similar a Madeleine. Al seguirla y abordarla, la extraña afirma llamarse Judy Barton y niega conocerlo. Tal vez motivado por la desesperación Scottie la invita a cenar e inician una relación afectiva, en la cual, su obsesión no superada le hará pedir a Judy que se vista y sea como fue Madeleine. Pero Madeleine y Judy eran la misma persona. El antiguo conocido que contrató a Scottie para que vigilara a Madeleine la había matado y utilizó a Judy, que tenía un gran parecido con su esposa, para que simule un suicidio.
La transferencia de la culpabilidad es, básicamente, el argumento de Vértigo. Hitchcock frecuentemente hace que sus películas sean para su audiencia una cuerda floja entre la culpabilidad y la inocencia. La pregunta clave es: ¿quién mató a Madeleine? O más bien dicho: ¿quién mata todos los días a las mujeres? La verdad, por cruda que sea, es que nosotros somos los asesinos. La sociedad que retrata Hitchcock –y la nuestra ¿no?- es una en la que el deseo falocéntrico ha construido las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas. Estamos frente a un proceso de siglos en que la mujer ha sido enajenada para cumplir el deseo del hombre, en cuanto a su apariencia, en cuanto a su forma de ser y expresarse, sus hábitos, sus aspiraciones. El deseo masculino (es decir el de la sociedad patriarcal) ha limitado a lo largo de la historia el dinamismo de la mujer, ¡hemos vetado sus aspiraciones profesionales y sociales!
Hitchcock propone la liberación de la mujer. Demuestra lo aberrante que es para Judy, tener que vestirse y comportarse como Madeleine, a fin de complacer a Sctottie y merecer su amor. Las mujeres han fabricado su identidad en función de la presión de la sociedad patriarcal, ebria por sus prejuicios y enceguecida en la absurda certeza de sus dogmas. Repudiable, como los abusos denunciados por Hitchcock, es la inadmisión de la Acción de Protección por parte del Juzgado Cuarto de Garantías Penales, en el caso Satya. Deplorable es la decisión de un juez que aduciendo la existencia de “otras vías”, rehúsa la protección de un derecho constitucional. ¡Que falta les hace ver las películas de Hitchcock a los funcionarios del Registro Civil, a los administradores de justicia y, sobre todo, a los fanáticos religiosos que pretenden imponer su modelo arcaico de familia a toda la sociedad! El caso Satya nos recuerda la vigencia y actualidad de los argumentos hitchconianos, así como la necesidad de continuar la lucha por la liberación y la autonomía de la mujer. La lucha por conquistar en la esfera pública su derecho a la autodeterminación familiar y sexual, todavía no garantizada. De los abusos cometidos en el Caso Satya (como luz de muchos otros): ¡somos culpables todos!