4 mar 2012

EL PERDÓN DEL MAGNÁNIMO

Por Miguel Molina Díaz

Todos acudieron al Palacio para escuchar lo que el Presidente de la República tenía que decir. Los ministros y secretarios de Estado, los medios oficiales, los medios no oficiales, las cadenas internacionales. En primera fila se encontraba el titular del legislativo y, junto a él, el flamante presidente de la Corte Nacional de Justicia, máximos representantes del Estado y la (anti)independencia de los poderes. En los hogares y trabajos los televisores, las radios y las páginas web que retransmitían la cadena estaban como nunca antes encendidas a la espera de lo que el Jefe de Estado anunciaría. A las 9 de la mañana del lunes 27 de febrero el país se encontraba paralizado a la espera de las palabras que cambiarían la historia. Incluso traducción simultanea al inglés y al francés contrataron para retransmitir su mensaje al mundo. De hecho y sin exagerar, los ojos del mundo estaban sobre el Palacio de Carondelet a la espera de la lectura presidencial.

Después de una introducción casi-frenética y cargada de ataques a los medios de comunicación y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Presidente de la República, confesó que su corazón –desde mucho antes de que el Sistema Interamericano solicitara la aplicación de medidas cautelares al Ecuador por el caso El Universo- había decidido perdonar a Emilio Palacio y a los directivos del periódico. El destello de nobles sentimientos presidenciales fue en exceso generoso: incluso decidió desistir del juicio por daño moral interpuesto a Juan Pablo Calderón y Christian Zurita.

Sin embargo, detrás de la actitud magnánima del Primer Mandatario, sospecho que se esconden razones que poco o nada tienen que ver con el perdón. Por ejemplo, el temor a una condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por ejemplo, la deplorable imagen que a nivel internacional generó el gobierno de la Revolución Ciudadana. Cortas se quedaron las palabras de la carta de Jimmy Carter y del artículo de Vargas Llosa en su intento por descifrar lo que vive el Ecuador: la crisis de una revolución que poco a poco se cava su propia tumba.

El perdón del Presidente nos hace concluir que asistimos a la evidencia de un cúmulo preocupante de fracasos. El fracaso rotundo e indefectible del periodismo oficial que, obnubilado por sus verdades absolutas y partidistas, han mermado la posibilidad de medios de comunicación públicos, independientes y democráticos. El fracaso vergonzoso y lamentable de la diplomacia ecuatoriana que, encabezada por un Canciller a la medida de un gobierno sin principios, defendió en todos los espacios posibles las acciones legales del Primer Mandatario en desmedro de la libertad de expresión alegando la construcción de carreteras de ensueño (a lo que debemos sumar el apoyo a las dictaduras de Libia y Siria). El fracaso inaceptable (y predicho durante la Consulta Popular) del proceso de restructuración de la Justicia que –hay que decirlo hasta el cansancio- prostituyó el derecho penal, el principio de legalidad y, sobre todo, la independencia judicial. Asistimos, además, al fracaso de la palabra del Presidente de la República que, obsesionado con el monopolio de la verdad, cayó en el más triste show de tener que perdonar a sus enemigos, desde su corazón, después de haber expresado de las maneras más enérgicas y violentas, con los pretextos más funestos, que iría hasta el final en su lucha por reparar su honor desvencijado.

Es el epilogo –ojala- de dos de los procesos judiciales más arbitrarios y nefastos que jamás nos hubiéramos podido imaginar cuando los revolucionarios hacían su campaña prometiendo que la patria iba a volver. Algo de razón tiene el líder a pesar de todo: perdón pero no olvido. Perdón a todos los jueces que actuaron en base al miedo y los chantajes del poder y aceptaron que el honor de un revolucionario valga 40 veces más que la vida de Santiago y Andrés Restrepo. Perdón a los simpatizantes gobiernistas que, enceguecidos por la demagogia y el populismo, acudían a las audiencias en las cortes para ofender y agredir a los acusados. Perdón al Presidente por los insultos que continuamente dividen al país en bandos antagónicos, incluso contra quienes fueron en algún momento sus compañeros y aliados. Perdón para los abogados que intentaron imponer los precedentes judiciales más absurdos para lograr sus fines, haciendo pedazos la ética de la abogacía. Perdón para todos ellos pero nunca olvido. La noche es fría, no se percibe un olor a perdón, solo se ve pasar la sombra de un honor vacío y devastado que corre, grita y sufre por las calles solitarias.

Diario La República

http://www.larepublica.ec/blog/opinion/2012/03/03/el-perdon-del-magnanimo/

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