19 mar 2012

ENTRE LA HISTORIA Y LA DIATRIBA

Miguel Molina Díaz

Mucho se ha escrito sobre la falsificación de la historia y sus consecuencias. Borges, preocupado por el asunto, ya se quejaba en su cuento Tema del Traidor y del Héroe: “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible...” Nada, sin embargo, es más oportuno que el caso de Martín Guerre para dilucidar alguna certeza en lo fenomenal de esta discusión.

En 1539 Martín Guerre, de 15 años, contrajo matrimonio con Bertrande de Rols, en la población francesa de Artigat. Después de 9 años de convivencia matrimonial y de engendrar un hijo, Guerre desapareció sin dejar rastro. En 1556, 8 años más tarde, se produjo el presunto retorno de Martín Guerre y fue recibido por sus familiares y amigos. Ninguna duda surgió, en un principio, sobre la identidad de Guerre pues conocía a profundidad todos los detalles de su vida en Artigat y su similitud física, con quién había sido antes de partir del pueblo, era irrefutable. Al cabo de dos años Guerre concibió dos hijas con Bertrande y exigió a su tío la devolución de la herencia que le había legado su padre, fallecido durante su ausencia. Probablemente con el propósito de no perder el dominio patrimonial el tío, Pierre Guerre, basándose en ciertas especulaciones acusó a quién decía ser su sobrino de ser un impostor.

El proceso judicial se llevó a cabo en Rieux y tuvo como resultado la absolución de Martín Guerre quién, junto a su esposa Bertrande, se defendió ante el Tribunal magistralmente. Tres años más tarde, ante la insistencia de Pierre, el caso se abría nuevamente en Toulouse y el escritor Michel Montaige asumió la defensa del presunto impostor. La aparición del verdadero Martín Guerre ante el Tribunal, con una pierna de palo al haber perdido la suya en la batalla de San Quintín, conllevó a establecer que el impostor respondía al nombre de Pansette y que había conocido al verdadero Guerre durante los combates de la campaña de Flandes, en donde, como resultado de largas conversaciones, se había enterado de su vida.

Guerre arremetió contra su esposa acusándola de haber sido cómplice y encubridora, porque a su razón lo único infalsificable es la relación carnal. Después de haber sido declarado impostor Pansette fue colgado frente a la casa del verdadero Martín Guerre y los ojos llorosos de Bertrande. Pienso en Bertrande cuando leo las afirmaciones de un prestigioso historiador documentalista que escribió en una columna llamada La Historia Secuestrada: “Lo malo es que su propio saber está mediatizado por la memoria social moldeada por quienes han querido ocultarle al Ecuador ciertas verdades desde hace un siglo”. Por supuesto, esas “ciertas verdades” a las que hace mención no deben tener referencia a la relación carnal, por tanto, responden a su propia y subjetiva visión -¿falsificación?- de los hechos. Ese es, básicamente, el problema de los historiadores clásicos: el documento es su Dios. Jamás comprenderán que para Bertrande de Rols hubo un solo Martín Guerre y un solo esposo en su vida: aquel que fue colgado frente a su casa y con quién tuvo dos hijas.

Aula Magna - Publicación Mensual USFQ

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