Miguel Molina Díaz
La
visité en el Centro de Rehabilitación Social Femenino de Quito, ubicado en El
Inca. Llegué antes de las 12h00. Pregunté por ella. “¿La del caso de Karina del
Pozo?”, me respondió la policía que se encontraba en la puerta del pabellón y
luego me indicó por donde debía ir para encontrarla. Cecilia es bastante más
baja de lo que me había imaginado. Su cabello negro es muy largo. Se le notaba
cansada y, sin embargo, me recibió tranquila, intentó esbozar una sonrisa.
Su
prima, Andrea, le explicó que yo había ido a escucharla. Y sí, fui a escucharla
en medio de un contexto social en el cual casi nadie se ha dado el tiempo de
escuchar lo que Cecilia tiene que decir. Oír su versión. Saber quién es, en
definitiva, Cecilia. En el fondo de su mirada vi tristeza. Andrea me dijo que
Cecilia ha enflaquecido mucho y, en efecto, la noté muy delgada.
En
el tono de su voz pude comprobar su juventud. Tiene tan solo 19 años. ¿Qué es
lo que le quisieras decir a la sociedad?, le dije para comenzar la
conversación. “Hazme preguntas más exactas”, me respondió, “estoy con la
cabeza demasiado llena”. Pude notar su
aflicción.
Le
pregunté cómo fueron los sucesos de 19 de febrero, previos al asesinato de Karina
del Pozo. Me contó que se encontraron alrededor de las 11h00 para ir juntas a
dejar hojas de vida. Recuerda que lo hicieron en el Sports Planet y en Mundo
Mac. De noche fueron al departamento de JP. Me aclaró algunos vacíos sobre los
acontecimientos que se dieron en ese departamento, como que en efecto las dos
habían tomado. Cecilia recuerda que Karina estuvo por algún tiempo a solas con
S. Así como que ella, Cecilia, estuvo con su ex novio N.
Mira
a los ojos cuando habla. Me pareció que en su mirada hay franqueza. No tiene
miedo de regresar al pasado y escarbar en los detalles de esa noche de horror.
Es valiente. O mejor dicho, creo que esta experiencia le ha enseñado a ser
valiente. Me dice que le indigna y decepciona la posición de la familia de Karina
puesto que fue ella quién comenzó a buscarla cuando no obtuvo respuesta a las
llamadas ni a los mensajes enviados a su celular. Incluso, fue ella la que
acompañó a Milton del Pozo a poner la denuncia por la desaparición de Karina.
“A mí no me duele solo el hecho de estar aquí”, dice Cecilia, “sino también la
pérdida de mi amiga”.
El
lunes 25 de marzo el Juzgado Décimo Primero de Garantías Penales le negó su
pedido de medidas sustitutivas a la prisión preventiva. Esto a pesar de que el
informe GPS del vehículo en donde todos se trasladaron con Karina, determinó
que el auto, en efecto, se detuvo en la casa de Cecilia. Además, los
testimonios tanto de GS, JS y P, quienes llevaron a Karina hasta Llano Chico, coinciden
en que Cecilia y su ex novio N, se bajaron antes de que ocurriera el homicidio.
Se
había conocido con Karina más o menos hace un año. Sin embargo, no se habían
caído bien. La amistad que tuvieron es mucho más reciente. Comenzó en una
fiesta de hace pocos meses. Habían tomado. Al día siguiente Karina le escribió
por Facebook y desde entonces comenzaron a entenderse. No era la mejor amiga de
Karina pero en el corto tiempo que compartieron, “Karina se convirtió en
alguien muy especial” para ella, dice Cecilia.
En este caso hay demasiada
especulación sobre la conducta de Karina y Cecilia. Se trata de dos chicas
normales. La vida de Karina no fue nada fácil. Y nada justifica lo que le pasó.
Que nadie se crea con el derecho de justificarlo con absurdos argumentos como
“que ella se expuso”. Karina era una mujer y eso basta y sobra para repudiar su
femicidio y sancionar categóricamente a sus asesinos. Y tampoco, para
defenderla, se debe levantar una falsa imagen de ella. “A ambas nos gustaba
tomar cuando salíamos de fiesta”, comenta Cecilia. Como a la mayoría de gente
en esta sociedad. Al referirse al tema, Cecilia resalta la mala imagen que se
ha construido sobre su persona. Y después de escucharla pienso que el
país no llegado a conocer a las reales Karina y Cecilia, que todo se
ha diluido al punto simplista de catalogarlas como la buena y la
mala, algo definitivamente injusto.
“Mentir
es encubrir”, gritaba la familia de Karina del Pozo el día de la audiencia en
las afueras de la Unidad de Vigilancia Carapungo. Esto, en referencia a la
coartada inventada por GS, JS y P, de un supuesto taxi Nissan Sentra al que, aseguraron,
se subió Karina. Cecilia, después de la desaparición de Karina, llamó a GS y éste
le dijo lo del taxi. Ella lo creyó y, cuando habló con la policía, repitió esa
falsa versión. Ese fue su error. “Nunca dije que yo vi a Karina subirse a un
taxi”, comenta, “dije que GS me dijo eso”.
Según
recoge la prensa, para la Fiscalía y la familia de Karina la responsabilidad de
Cecilia podría ser, presumiblemente, en grado de encubrimiento, al igual que la
de N. Los dos que primero se bajaron del carro. Nadie recuerda que Cecilia fue
de las primeras en compartir la foto de Karina en las redes sociales para
buscarla, ni que hizo imprimir volantes que repartió por la ciudad. Nadie
escucha la voz de Cecilia porque hay otra voz, una colectiva y mucho más estruendosa,
que exige justicia para Karina sin importar lo que se tenga que sacrificar para
lograrlo.
Y
debe haber justicia para Karina. Eso lo exigimos todos. Pero no a costa de
cometer una terrible injusticia con Cecilia. “Yo tengo la conciencia
tranquila”, me decía con la mirada firme. Durante nuestra conversación tuve la
impresión de que en varias ocasiones su voz flaqueó y estuvo a punto de
romperse. Pienso que se le debió haber concedido las medidas sustitutivas que
solicitó. Puede ser que para Cecilia la prisión preventiva es un abuso.
El
caso de Karina del Pozo no puede convertirse en un chivo expiatorio para que el
sistema judicial imponga una percepción de eficacia y cumplimiento de la ley,
en perjuicio del debido proceso. Desde mi columna fui enfático a la hora de
exigir justicia para Karina. Y lo seguiré haciendo. Pero la Justicia debe ser
absolutamente ciega e imparcial a la hora de dictar sentencia. Creo que todos
debemos escuchar la versión de Cecilia. Devolverle su voz.
Después
de hablar con Cecilia me dispongo a salir del Centro de Rehabilitación Social
Femenino de Quito. “Enséñame tu artículo cuando lo publiques”, me dice al
despedirse. Intenté darle palabras de ánimo pero no supe cuáles. Me fui sin
decirle nada. A la salida se me acercaron un grupo de presas a ofrecerme
galletas y chupetes. No llevé dinero así que no les compré nada. Cecilia se
lleva bien con ellas, con sus compañeras. En sus ratos libres lee, asiste a
clases de tejido, conversa. De repente ve noticias en la televisión sobre su
caso. Por lo general, malas noticias.
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