29 abr 2013

Desde la Marcha de las Putas




Miguel Molina Díaz

La lluvia, como la marcha, eran inevitables la tarde del sábado 20 de abril. El cielo se presentó nublado y en el ambiente una cierta predisposición a la oscuridad anunciaba que el clima sería adverso. A diferencia del año anterior, llegué con retraso. Decidí caminar por la Juan León Mera hacía el sur, en algún momento me vería frente a frente con la Marcha de las Putas. Fueron las proclamas y consignas las que me anunciaron que había llegado. Primero caminé contracorriente, en medio de las multitudes. Luego me estacioné en una esquina estratégica hasta lograr distinguir a las organizadoras. Parado en esa esquina pude darme cuenta de la magnitud de la marcha. Mi primera sorpresa fue encontrarme con Lina, a quién no había visto desde hace tiempo y de quién no sospechaba que asistiría.

Pocos minutos después se me plantó el Licenciado Fierro, terco y belicoso como él solo. Gritó que había sido mi compañero en el colegio y después de acabarme con todo tipo de calificativos, me dijo que como escritor no servía para nada. El Licenciado Fierro era María Belén Moncayo en su performance anti-machista. Ella fue una de las organizadoras. La conocí hace algunos años en extrañas circunstancias: queríamos cambiar el mundo. Con el tiempo descubrimos que hay muchas otras formas de lograrlo, además de las ortodoxas. Yo decidí escribir y ella se dedicó al activismo por la reivindicación de la mujer. Junto a la multitud  caminé hacía la Plaza Foch. Luego se nos unió Pietro Marsettí, quién a la hora de ser increpado por la televisión, declaró que su presencia en la marcha nada más pretendía enviar a las mujeres el mensaje de que no están solas en esta lucha.

Una vez en la plaza se nos fueron uniendo más y más amigos, como la concejala Beatriz León, que en mi opinión ha sido una de las autoridades más comprometidas con las luchas de género. Y es que el verdadero sentido de la marcha radica en desafiar a la sociedad para que todos, hombres y mujeres, de todas las edades, nos sentemos a reflexionar sobre los alcances inauditos de la violencia contra las mujeres, que pese a los procesos de las últimas décadas, sigue siendo una realidad en nuestra ciudad, en nuestro país y en América Latina.

Ese fue el momento en que el Licenciado Fierro, puso en escena la parte crucial de su performance: en medio de la plaza y de la gente, María Belén se desprendió de todos los símbolos machistas que configuraban al Licenciado Fierro y volvió a ser ella, a ser mujer, a ser una ciudadana liberada.

Como quiteño, creo que la Marcha de las Putas es la iniciativa que más orgullo me ha causado sobre mi ciudad. Es, además, la propuesta más transgresora que he visto en el ámbito de la protesta social. Una propuesta en la cual confluye no solo el sagrado derecho a la libertad de expresión sino los elementos más diversos del arte como el teatro performático y la música. La libertad estética, que pregonamos los asistentes a la marcha, es un derecho fundamental de los humanos. No puede volver a ocurrir que una mujer sea juzgada por su forma de vestir y menos por su conducta y apreciación de la vida. Peor aún que por tales motivos sean objeto de violencia física, psicológica o sexual. La Marcha de las Putas es el recordatorio de la sociedad que debemos llegar a ser.

Fue grato comprobar que un aguacero no pudo evitar la realización de una marcha pacifica y urgente. Así como fue esperanzador descubrir que Lina y Pietro han logrado concebir a esta ciudad de otra manera: como un espacio de resignificación permanente y propio. Y sobretodo, esta crónica es en homenaje a María Belén Moncayo y a las demás organizadoras de la Marcha de las Putas, porque con su valor nos han dado una gran lección, tal vez la mejor lección que Quito haya recibido desde hace mucho tiempo atrás.

*Publicado originalmente en La República

22 abr 2013

Alpiste para el Comandante




Miguel Molina Díaz

Recuerdo haber leído en el brillante ensayo de Jorge Volpi, “El Insomnio de Bolívar”, una referencia al fin del realismo mágico en América Latina. Me pregunto si cabe replantearse esa posibilidad después de los meses en que mantuvieron a Chávez como vegetal, su velación de pontífice y las declaraciones de Maduro

Y no, definitivamente el realismo mágico no ha llegado a su fin. Es evidente que ha dejado de interesar en la literatura porque tal vez los genios de antes, García Márquez a la cabeza, ya lo desarrollaron y agotaron con maestría. Pero el realismo mágico existe y es una realidad imperante en la política latinoamericana.

Para Maduro, la influencia de su mentor en el más allá fue determinante a la hora de elegir un Papa latinoamericano. Incluso piensa en la posibilidad de que Chávez convoque una constituyente en el cielo.

Esas no fueron, sin embargo, las más desfachatadas de sus declaraciones. Y es que Chávez volvió. Ha reencarnado. Volvió en forma de pajarito de colores y, gracias al dominio de Maduro del idioma de los pájaros, pudo comunicarse con su sucesor y darle ánimos sobre la victoria que se viene.

Debo confesar que yo también vi a Chávez. Era justamente un día de la semana pasada en que me dediqué a desvalorizar a Maduro. Escuché un sonido en mi ventana y cuando me acerqué un pajarito cantaba y golpeaba el vidrio con su piquito. Creo que me reclamó por incrédulo.

Cuando se lo comenté a un amigo me dijo: “No te preocupes, si fuera Chávez hubiese sido Gallinazo y no un pajarito de colores”. Pero yo pienso que era él. Fue la primera vez que lo vi en persona.

Eso es lo que esta en juego en las elecciones de Venezuela: deben escoger entre seguir escribiendo una novela de realismo mágico, al estilo de “El otoño del Patriarca” o “La fiesta del Chivo”, o, por el contrario, avanzar hacia la reconstrucción de su democracia, dejar a un lado el odio y la división de la sociedad, volver a ser país.

Lo primero que hice después de ver a Chávez en mi ventana, fue espantarlo con el periódico. No era bienvenido en mi casa.


16 abr 2013

¿Cuánto gastó Canciller?




Miguel Molina Díaz

El viernes 22 de marzo que pasó, el Ecuador protagonizó el bochorno diplomático más patético en la historia reciente de nuestras relaciones internacionales. Después de algo más de año y medio de cabildeo en contra del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH), las pretensiones ecuatorianas fracasaron.

Incluso la Argentina, Estado que por lo demás ha sido aliado del Ecuador, rechazó que se despoje a la Comisión Interamericana de la facultad de emitir medidas cautelares. Su argumento era muy simple y se fundamentaba en su realidad histórica: aceptar la propuesta ecuatoriana sería desconocer que esas medidas cautelares han salvado vidas humanas, por ejemplo, durante regímenes dictatoriales.

No hace falta irnos muy lejos: la sentencia de ejecución del ecuatoriano Nelson Serrano fue suspendida en E.E.U.U gracias a medidas cautelares que el Ministerio de Justicia del Ecuador le solicitó a la Comisión Interamericana. Y esto lo repetiré las veces que sea necesario porque parece que al gobierno se le olvidó.

Brasil, que por el caso de la represa hidroeléctrica Belo Monte cuestionó profundamente a la Comisión Interamericana, recuperó la cordura al ver la desfachatada presentación del Canciller ecuatoriano. Patiño dijo que si no se toman en cuenta sus propuestas el Ecuador seguirá los pasos de otros países y se saldrá del sistema. Es decir, los pasos de Fujimori, el gobierno más sanguinario del Perú de las últimas décadas.

El Ecuador proponía, además, que sólo los Estados que son parte del sistema lo puedan financiar. Pero el aporte del Ecuador el año pasado fue de $1500, mucho menos de lo que debieron haber costado los viajes de Patiño.

Después de semejante papelón internacional, quisiera preguntarle al Canciller: ¿cuanto gastó en los viajes y en toda la campaña de descrédito a la SIDH?

La posición del Ecuador fue impresentable y el fracaso de sus propuestas lo evidencian. Lo que procede, para recuperar la imagen del Ecuador es pedirle la disposición del cargo a Patiño.

Renuncie Canciller, hágalo por la dignidad del país.

8 abr 2013

La versión de Cecilia




Miguel Molina Díaz

La visité en el Centro de Rehabilitación Social Femenino de Quito, ubicado en El Inca. Llegué antes de las 12h00. Pregunté por ella. “¿La del caso de Karina del Pozo?”, me respondió la policía que se encontraba en la puerta del pabellón y luego me indicó por donde debía ir para encontrarla. Cecilia es bastante más baja de lo que me había imaginado. Su cabello negro es muy largo. Se le notaba cansada y, sin embargo, me recibió tranquila, intentó esbozar una sonrisa.

Su prima, Andrea, le explicó que yo había ido a escucharla. Y sí, fui a escucharla en medio de un contexto social en el cual casi nadie se ha dado el tiempo de escuchar lo que Cecilia tiene que decir. Oír su versión. Saber quién es, en definitiva, Cecilia. En el fondo de su mirada vi tristeza. Andrea me dijo que Cecilia ha enflaquecido mucho y, en efecto, la noté muy delgada.

En el tono de su voz pude comprobar su juventud. Tiene tan solo 19 años. ¿Qué es lo que le quisieras decir a la sociedad?, le dije para comenzar la conversación. “Hazme preguntas más exactas”, me respondió, “estoy con la cabeza  demasiado llena”. Pude notar su aflicción.

Le pregunté cómo fueron los sucesos de 19 de febrero, previos al asesinato de Karina del Pozo. Me contó que se encontraron alrededor de las 11h00 para ir juntas a dejar hojas de vida. Recuerda que lo hicieron en el Sports Planet y en Mundo Mac. De noche fueron al departamento de JP. Me aclaró algunos vacíos sobre los acontecimientos que se dieron en ese departamento, como que en efecto las dos habían tomado. Cecilia recuerda que Karina estuvo por algún tiempo a solas con S. Así como que ella, Cecilia, estuvo con su ex novio N.

Mira a los ojos cuando habla. Me pareció que en su mirada hay franqueza. No tiene miedo de regresar al pasado y escarbar en los detalles de esa noche de horror. Es valiente. O mejor dicho, creo que esta experiencia le ha enseñado a ser valiente. Me dice que le indigna y decepciona la posición de la familia de Karina puesto que fue ella quién comenzó a buscarla cuando no obtuvo respuesta a las llamadas ni a los mensajes enviados a su celular. Incluso, fue ella la que acompañó a Milton del Pozo a poner la denuncia por la desaparición de Karina. “A mí no me duele solo el hecho de estar aquí”, dice Cecilia, “sino también la pérdida de mi amiga”.

El lunes 25 de marzo el Juzgado Décimo Primero de Garantías Penales le negó su pedido de medidas sustitutivas a la prisión preventiva. Esto a pesar de que el informe GPS del vehículo en donde todos se trasladaron con Karina, determinó que el auto, en efecto, se detuvo en la casa de Cecilia. Además, los testimonios tanto de GS, JS y P, quienes llevaron a Karina hasta Llano Chico, coinciden en que Cecilia y su ex novio N, se bajaron antes de que ocurriera el homicidio.

Se había conocido con Karina más o menos hace un año. Sin embargo, no se habían caído bien. La amistad que tuvieron es mucho más reciente. Comenzó en una fiesta de hace pocos meses. Habían tomado. Al día siguiente Karina le escribió por Facebook y desde entonces comenzaron a entenderse. No era la mejor amiga de Karina pero en el corto tiempo que compartieron, “Karina se convirtió en alguien muy especial” para ella, dice Cecilia.

En este caso hay demasiada especulación sobre la conducta de Karina y Cecilia. Se trata de dos chicas normales. La vida de Karina no fue nada fácil. Y nada justifica lo que le pasó. Que nadie se crea con el derecho de justificarlo con absurdos argumentos como “que ella se expuso”. Karina era una mujer y eso basta y sobra para repudiar su femicidio y sancionar categóricamente a sus asesinos. Y tampoco, para defenderla, se debe levantar una falsa imagen de ella. “A ambas nos gustaba tomar cuando salíamos de fiesta”, comenta Cecilia. Como a la mayoría de gente en esta sociedad. Al referirse al tema, Cecilia resalta la mala imagen que se ha construido sobre su persona. Y después de escucharla pienso que el país no llegado a conocer a las reales Karina y Cecilia, que todo se ha diluido al punto simplista de catalogarlas como la buena y la mala, algo definitivamente injusto.

“Mentir es encubrir”, gritaba la familia de Karina del Pozo el día de la audiencia en las afueras de la Unidad de Vigilancia Carapungo. Esto, en referencia a la coartada inventada por GS, JS y P, de un supuesto taxi Nissan Sentra al que, aseguraron, se subió Karina. Cecilia, después de la desaparición de Karina, llamó a GS y éste le dijo lo del taxi. Ella lo creyó y, cuando habló con la policía, repitió esa falsa versión. Ese fue su error. “Nunca dije que yo vi a Karina subirse a un taxi”, comenta, “dije que GS me dijo eso”.

Según recoge la prensa, para la Fiscalía y la familia de Karina la responsabilidad de Cecilia podría ser, presumiblemente, en grado de encubrimiento, al igual que la de N. Los dos que primero se bajaron del carro. Nadie recuerda que Cecilia fue de las primeras en compartir la foto de Karina en las redes sociales para buscarla, ni que hizo imprimir volantes que repartió por la ciudad. Nadie escucha la voz de Cecilia porque hay otra voz, una colectiva y mucho más estruendosa, que exige justicia para Karina sin importar lo que se tenga que sacrificar para lograrlo.

Y debe haber justicia para Karina. Eso lo exigimos todos. Pero no a costa de cometer una terrible injusticia con Cecilia. “Yo tengo la conciencia tranquila”, me decía con la mirada firme. Durante nuestra conversación tuve la impresión de que en varias ocasiones su voz flaqueó y estuvo a punto de romperse. Pienso que se le debió haber concedido las medidas sustitutivas que solicitó. Puede ser que para Cecilia la prisión preventiva es un abuso.

El caso de Karina del Pozo no puede convertirse en un chivo expiatorio para que el sistema judicial imponga una percepción de eficacia y cumplimiento de la ley, en perjuicio del debido proceso. Desde mi columna fui enfático a la hora de exigir justicia para Karina. Y lo seguiré haciendo. Pero la Justicia debe ser absolutamente ciega e imparcial a la hora de dictar sentencia. Creo que todos debemos escuchar la versión de Cecilia. Devolverle su voz.

Después de hablar con Cecilia me dispongo a salir del Centro de Rehabilitación Social Femenino de Quito. “Enséñame tu artículo cuando lo publiques”, me dice al despedirse. Intenté darle palabras de ánimo pero no supe cuáles. Me fui sin decirle nada. A la salida se me acercaron un grupo de presas a ofrecerme galletas y chupetes. No llevé dinero así que no les compré nada. Cecilia se lleva bien con ellas, con sus compañeras. En sus ratos libres lee, asiste a clases de tejido, conversa. De repente ve noticias en la televisión sobre su caso. Por lo general, malas noticias.