Por Miguel Molina Díaz
“¿Qué estrella cae sin que nadie
la mire?” se preguntaba William Faulkner, uno de los más grandes escritores que
la especie humana ha producido. Y es muy interesante el tema de las estrellas,
a pesar de la pregunta de Faulkner, porque los científicos –desde hace mucho
ya- lograron descubrir que gran parte de los astros que observamos en el
firmamento de la noche están simplemente muertos. Murieron hace millones de
años y las imágenes que tenían cuando existían han viajado un tiempo de
incontables años-luz para llegar a nuestros ojos. Son como si fuesen las
imágenes de la muerte, del pasado, de todo aquello perdido… Así son, a veces,
las imágenes de los políticos que vemos: algo como espejismos, como
ilusiones...
Nada más oportuno que una
analogía con las estrellas para entender el proceso de intoxicación que vive mi
país. Hace poco, el Presidente, nos hiso espectadores de dos de los procesos
judiciales más arbitrarios de la historia jurídica Latinoamericana en cuanto a
la libertad de expresión. En el caso particular del proceso contra Diario El
Universo, desde el principio pudimos percibir un sesgo inconcebible. Sin
embargo, muchos de nosotros no nos imaginamos los alcances de los abogados
defensores del Primer Mandatario. No al punto de manipular el proceso desde la
redacción de la sentencia. Sabíamos que hablar de “autoría coadyuvante” sin
lugar a dudas significaba la prostitución del derecho penal. Las asistencias
egolátricas del Presidente a las audiencias, sus declaraciones públicas, la
crudeza de su pretensión implacable por recuperar un ¿honor? devastado y los
millones de dólares exigidos nos hacían asistir, no solo a la negación del
compromiso con la libertad (sobre todo de crítica) de la revolución, sino al
fracaso institucional y estructural del principio de independencia judicial. Pero
hasta allí solamente…
Perdón, prensa corrupta, actores
políticos, el desgastado “ya nadie les cree” y muchas otras frases fueron
comunes en aquellos días. Muchos de nosotros –todavía- recordamos esa historia
(incluso algunos detalles). Pero con el pasar del tiempo, lo que sorprende es
que todo lo que tocamos referente a los juicios del Presidente contra los
medios expulsa pus por todos los orificios. El video de la jueza Encalada, en
ese sentido, constituye el pus (asqueroso) por excelencia en esta historia de
honores y chantajes.
El video –cuyo argumento está lejos
de acercarse al de las películas más espeluznantes de Hitchcock- es, desde el
punto de vista de la credibilidad gubernamental, devastador. “Yo vine a hacer
aquí el papel de payaso” dice el famoso actor (perdón, Juez) Juan Paredes en
medio de uno de los más interesantes diálogos de la trama. (No sabría decirle,
juez Paredes, si su papel fue el de payaso o si ese fue el rol de todos los que
creyeron en la limpieza judicial del proceso.) Y más allá de los diálogos: ¿En
que sitio quedan los jueces de una Corte Nacional de Justicia que
-¿presionada?- inauguran su jurisdicción negando la casación de una sentencia
redactada por el abogado de una de las partes (¡o sea ratificando un fallo nulo!)?
¿Dónde queda la honestidad política de jueces y autoridades? ¿Con qué nuevas
mentiras van a salir los asambleístas oficiales y ministros para defender lo
indefendible? ¿Para limpiar todo este pus?
Gracias, de todos modos,
Gutemberg Vera por –lejos de avergonzar a los estudiantes de derecho del país
de la profesión que han elegido- habernos explicado, de la manera más
ejemplificada, el porqué del desprestigio de la abogacía en el Ecuador. Así
como las razones detrás de la desconfianza de la gente en el nefasto sistema
judicial (aún más podrido a raíz de la revolución).
En cuanto a usted, Señor
Presidente, ¿cuánto honor queda en el Palacio después del video de la jueza
Encalada? Tal vez, en lugar de enviar cartas absurdas a la Asamblea Nacional
sobre la división de poderes, deberíamos enviarle, todos los ciudadanos, todos
los días, cartas desesperadas, furiosas, extensas, cartas en que le expresemos
nuestra pena, nuestra decepción, la devastación de nuestras esperanzas, cartas
tan largas para que lleguen a las estrellas. Cartas en que reflejemos el dolor
que causa un gobierno que nos prometió cambiar el mundo y que ahora repite –y
perfecciona- las más fétidas maniobras de la derecha. Cartas Presidente, muchas
cartas, cartas con lagrimas y asco, cartas no sobre el honor pero si sobre la
ética y la honestidad política. Porque me temo que si no comenzamos a
escribirle cientos de cartas todos los días se comprobaría que el Ecuador esta
condenado Sr. Presidente. Se comprobaría que el Ecuador esta ciego –pero no
como Borges- sino ciego, sin luz, sin orientación, sin indignación. Porque si
el video de la jueza Encalada no es capaz de indignar, Sr. Presidente, creería
que la revolución nos arrebató, de un solo plomazo, la cordura, la juventud, la
libertad de nuestro pensamiento. Por eso hay que escribirle cartas Presidente,
cartas sin fin, miles de cartas, porque su imagen es como la de esas estrellas
que vemos: no son lo que parecen: han dejado de ser: han perdido su luz.
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