Miguel Molina Díaz
Con el paso de los años la magia de la navidad se me fue extinguiendo. De entre mis navidades pasadas recuerdo, como uno de los más fascinantes regalos que he recibido, la bicicleta que cuando era niño me obsequió mi abuelo. Aquellos eran días diferentes: mi país estaba bajo la sombra podrida de una “partidocracia” sin escrúpulos.
Ahora, tantos años después, viviendo a plenitud esta nueva brisa revolucionaria, me pregunto ¿cuál podría ser el obsequio más conveniente para nuestro Presidente? Nací y crecí en un país de leyendas, paisajes afrodisiacos y prejuicios enfermizos. No recuerdo su nombre y menos su ubicación en los mapas. Hace poco, después de un enfrentamiento entre lobos y zombis (aconteció el día XXX de Zeptiembre), el presidente Scrooge, guiado por su ministro Goebbels Jr., consolidó su modelo de poder y, a pesar de los traidores, nos brinda una patria altiva y soberana en la cual vivimos extasiados de felicidad. ¡Se merece un gran regalo!
Pienso en un diario de distribución nacional solo para él, un departamento en Europa para sus años de descanso y reflexión, o tal vez, El Gran Libro de los Insultos de Pancracio Celdrán. Pero concluyo, ojala a causa de un destello de lucidez, que el regalo apropiado para nuestro líder es una biografía de Salvador Allende.
Candidato a la Presidencia de Chile por cuatro ocasiones. Médico de profesión y político de pasión. El estadista más integro de América Latina. “Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.” Decía el Presidente Allende en su último discurso pronunciado minutos antes su muerte.
Frente a las “verdades absolutas” de la izquierda ortodoxa y la campaña de miedos de la derecha parricida, Salvador Allende, planteaba su “vía chilena” al socialismo: la paz. Desde el Palacio de la Moneda defendió la constitución y las leyes desde el primero hasta el último día de su mandato; murió defendiendo la institucionalidad e independencia de un Congreso y de una Corte Suprema que lo desconocieron. Jamás interpuso juicio por injurias a periodista alguno, menos se le hubiese ocurrido despedir ilegalmente a médicos sacándoles de los hospitales públicos con carabineros y milicos. Su gobierno era el de los trabajadores y desposeídos.
Cada vez que pienso en Salvador Allende un peso abrumador me aborda y deja sin aliento. Escucho el estallido de los disparos que hace casi cuarenta años inauguraron una de las dictaduras más feroces y criminales del continente. Me digo para mis adentros: ¡que valiente era ese hombre que era un pueblo! Por lo demás, los regalos de navidad han perdido interés para mí, tal vez desearía el Cementerio de Praga de Humberto Eco o una nueva bicicleta para pasear. Allende me enseñó cómo es un hombre de verdad y cómo se es de izquierda en verdad. Hasta que Scrooge lea la biografía de Allende: ¡Que no se atreva a hablar de izquierda!
* Aula Magna - Publicación Mensual USFQ
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