7 jun 2011

LOS INDIGNADOS DEL MAYO ESPAÑOL





Por Miguel Molina Díaz

Milagrosamente la indignación apareció en las calles. No la habíamos visto durante largo tiempo. Años de estabilidad. Gobiernos estables llenos de razonabilidad. Izquierdas y derechas razonables capaces de todo tipo de justificaciones, discursos, fotos, abrazos fraternos y sonrisas postizas. En definitiva: ¡un sistema realmente estable!

Pero la especulada “estabilidad” llegó a su fin ineludible cuando la Puerta del Sol se abrió en Madrid en el estallido feroz de una sociedad indignada, harta del aburrimiento sistemático y la reposada política de partidos ancianos. Pronto la plaza de Cataluña en Barcelona estaría también abarrotada de jóvenes universitarios, jóvenes adultos y jóvenes viejos, que contagiaron su fiebre a todas las plazas de España. Esa gente, bajo un espíritu de inconformidad total, es el más verás y contundente recordatorio, después de años de aturdimiento, de que seguimos siendo humanos.

La sociedad española, a pesar de las explicaciones oficiales y las mesuradas políticas económicas, se dio cuenta que el mundo en que vivimos no nos permite realizar nuestros proyectos de vida plenamente. Las protestas surgen ante la dificultad de alcanzar requerimientos básicos: un piso para hacer el amor decentemente, un empleo digno en el que se pueda ejercer la profesión y un salario apropiado para comprar la comida. Zapatero había prometido “humanizar al capitalismo”, pero en 7 años de gobierno, la desilusión, sobre todo en materia económica, es tan grande, que su partido, el PSOE, perdió ampliamente las últimas elecciones locales.

Y sin embargo, las jornadas de indignación no son por la izquierda y su administración exclusivamente –ni por soberbia de la derecha española que agradece a todas las deidades no haber estado en el gobierno este año. Quién está en terapia intensiva es, indiscutiblemente, la democracia liberal. Se agotó el sistema, no dio abasto, se pudrió por causa de un manejo político bipartidista sostenido en la falsa idea que pregona: “Ciudadano, limítate a votar”. Y en respuesta a la prepotencia de esa clase política los carteles categóricos del 15-M exclamaban con furia: “¡Yo valgo más que un voto!”

Llegó la hora de que, a nivel mundial, quienes administran los Estados y participan en política entiendan que la democracia real requiere mucho más que acuerdos entre partidos y negociaciones con organismos internacionales. Aquellos que representan al sistema están llamados a escuchar a la ciudadanía y reconocer que, alrededor del planeta, los modelos de producción y poder deben replantearse para afrontar un siglo XXI que estará repleto de indignados pisándole los talones al orden establecido.

Mucho se ha discutido sobre la fugacidad y fragilidad de las rebeliones basadas en la inconformidad, como el Mayo del 68 en Paris y el Abril de los Forajidos en Quito. En todo caso, lo urgente es comprender la complejidad del momento y el contexto en el que estos eventos han acontecido. Entonces podremos reconocer que las sociedades racionales o racionalizadas, también pueden caer en el aburrimiento y perder la cabeza, recobrar la capacidad de sentir, de sentirse y de afirmarse en sus aspiraciones y propósitos más íntimos. Por eso, que nadie tenga la menor duda de que Eduardo Galeano estuvo en lo cierto cuando, refiriéndose al Mayo Español, dijo: “es el testimonio de que vivir vale la pena.”



*Aula Magna - Publicación Mensual de la Universidad San Francisco de Quito

No hay comentarios: