Por Miguel Molina Díaz
Sin
la intención de caer en el lugar común de usar frases y pensamientos de
políticos del pasado para explicar el presente debo confesar que hace algunos
años, cuando ingresé por primera vez al Salón Plenario del Palacio Legislativo
de Quito, la frase de Juan Montalvo que se encuentra en el mural me removió la
sangre: “Desgraciado del pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano,
donde los estudiantes no hacen temblar al mundo”. Esas palabras, en lo alto de
‘La imagen de la patria’, una de las obras más grandiosas de Guayasamín, ese
día me hicieron cobrar conciencia de mi papel de joven y estudiante. Una
conciencia profundamente ligada con el Ecuador y su realidad.
Las
protestas que estas semanas han encendido al país a causa de la explotación del
Yasuní son la más diáfana corroboración de que la sangre de Montalvo corre por
nuestras venas. Pretender que las manifestaciones se acaben ante la amenaza de
negar el cupo a los estudiantes que salgan a protestar no es solo una negación
del pensamiento montalvino sino una muestra de debilidad y desesperación. El
gran insultador nacional, como nunca, se encuentra contra la pared y tiembla.
Debe
ser muy difícil estar en sus zapatos. Lo comprendo. Desafiar a un músico a una
pelea ‘hombre a hombre’ y luego, cobardemente, ordenar la intervención de los
gendarmes no provoca indignación sino pena. La cobardía tiene mil caras y una
de ellas es la mentira. Confiar en que nos comamos el cuento de que Jaime
Guevara estaba ebrio, cuando por décadas ha mantenido una abstinencia radical al
alcohol, provoca lástima. Y es que la cobardía debe guarnecerse a los juicios
de la opinión pública. Por eso Jaime Guevara se convirtió, por decreto, en
“borracho marihuanero”.
La
única vez que hablé con Jaime Guevara fue por teléfono. Le realicé una
entrevista para un reportaje sobre el legendario ‘Poeta de las Llecas’, Héctor
Cisneros, que publiqué en un diario capitalino. Su voz, de sinceridad profunda
y melancólica, me impactó al punto de que puedo decir: a Guevara le creo, al
poder no. Admiro su lucha. Le he visto personalmente en actos en los que nos
hemos propuesto mantener viva la llama del recuerdo de Santiago y Andrés
Restrepo. Con su música Jaime Guevara se enfrentó, en nombre de Santiago y
Andrés, a esa misma policía que hoy usa contra los estudiantes balas de goma,
toletes y gases lacrimógenos. Guevara lleva haciendo la revolución, la de
verdad, desde mucho antes de que el gran insultador nacional aprenda a leer,
escribir o cantar.
Y
sí, ser estudiante es una cuestión de conciencia. Y esa conciencia es como una
lumbre. La misma lumbre que ilumina a Jaime Guevara y a los estudiantes que
luchan por el Yasuní y por la vida. Gracias a la frase de Montalvo comencé a
escribir mis artículos de opinión siendo estudiante de colegio. Hace poco, un
penoso correista preguntó a un diario quiteño en donde apareció un artículo mío
cómo así se publicaba a estudiantes. No hace falta responderle a su pregunta,
pero la misma constituye prueba irrefutable de la distancia que nos separa a
los que creemos en Juan Montalvo y los que creen en Rafael Correa. Solamente le aclaro a ese correista que cada vez somos más y más los estudiantes que
escribimos y publicamos. Como cada vez son más los estudiantes que salen a las
calles a defender lo que piensan, incluso a riesgo de las brutales represiones
policiales. Eso es así porque nunca nos hemos sentido más fuertes. Y porque los estudiantes hacemos temblar al
mundo.
* Publicado originalmente en La República.
* Publicado originalmente en La República.
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