18 jun 2013

Habemus Ministro de Cultura



Miguel Molina Díaz

Su debut en la vida pública nacional aconteció en los días ya casi olvidados de la Rebelión de los Forajidos. Él no fue solamente una de las figuras más relevantes, de hecho fue quién encendió la llama de la protesta y la indignación. Así lo conocimos la mayoría de los quiteños. Sintonizando masivamente la Radio La Luna. Comenzamos a llamarlo y él nos permitía expresar lo que pensábamos sobre el gobierno del Coronel. Nos permitía carajear y exigir que la dictocracia de Gutiérrez llegara a un punto final. Era Paco Velasco, justamente, el que por medio de su radio posibilitó las convocatorias a los cacerolazos y a la multitudinaria manifestación que el 19 de abril partió de la Cruz del Papa del Parque de la Carolina hacia el Centro de Quito.

Pasaron los años y tuve la oportunidad de conocerlo en otros espacios. Por ejemplo en la campaña electoral y en sus gestiones como constituyente y legislador. Así fue, con el paso del tiempo, como deje de llamarlo Paco Velasco y lo apodé el Jean-Paul Marat de la Revolución Ciudadana. Marat fue el legendario periodista que durante la Revolución Francesa combatió desde sus periódicos al antiguo régimen. Sus palabras, punzantes y clamorosas, resquebrajaron el poder de la monarquía hasta en el último rincón de Francia e impulsaron la formación de una república por medio de una asamblea constituyente. Probablemente el diario L’Ami du peuple (El Amigo del Pueblo) fue el instrumento comunicacional con más influencia en el proceso revolucionario de aquel entonces y desde allí decidía quienes estaban en el camino correcto y quienes eran los enemigos del pueblo. Después, Marat dejó el periodismo para ser electo representante del pueblo francés a la Convención Nacional.

Volviendo a Velasco, de su paso por la Asamblea Nacional, lo único que rescato es su frontal impugnación al Ex Fiscal Washington Pesántez. Pero más allá de ese específico caso, su desempeño ha dejado mucho que desear. Recuerdo, por ejemplo, su fanática defensa de la Ley de Redistribución del Gasto Social que antes de las elecciones fue aprobada para incrementar el Bono de Desarrollo Humano. Su concepto de libertad de expresión, así como su postura sobre el proyecto de Ley de Comunicación, no ha hecho sino demostrar lo equivocados que estuvimos los quiteños al confiar en él durante el abril forajido. Como legislador contribuyó a la aprobación de leyes antojadizas y a la defensa del populismo penal que pregona este gobierno. Su intolerancia a quienes nos opusimos  a la Consulta Popular del 2011 demostró que su supuesta vocación democrática era simple palabrería. Insulta, aglutina en grupos despreciables y levanta prejuicios a quienes piensan diferente. Y está convencido, sin argumentos diferentes a la profesión de fe, que ellos tienen la razón y están en lo absolutamente correcto.

Confieso, entonces, mi preocupación al ver que la cartera de cultura recaerá en sus manos. Es una responsabilidad muy grande para hombros que han demostrado intolerancia con opiniones distintas a la suya. El Ministerio de Cultura, para justificar su existencia, debe dedicarse a la promoción de las expresiones artísticas en el Ecuador. Seguir entregando, como lo ha venido haciendo, recursos para los cineastas. Lograr que las obras literarias de escritores ecuatorianos alcancen éxito en el público nacional y en el extranjero. Incentivar y promover las creaciones de los artistas plásticos. Auspiciar investigaciones y publicaciones. Organizar foros y cursos a todo nivel en los que se pueda analizar los temas relacionados a las expresiones culturales. Ayudar a quienes han dedicado su vida a la música. Pero todo esto sólo es posible con políticas públicas que garanticen la libertad. El Buen Vivir es una cosmovisión que respeto y en la que encuentro conceptos interesantes. Pero no puede el Buen Vivir, ni ningún otro arquetipo ideológico, convertirse en la línea sobre la cual debe versar la expresión artística ni sus contenidos.

El arte, en principio, es disidente y libre, no nace de las programaciones burocráticas del Estado, tampoco es resultado de la inversión pública. Las expresiones artísticas ponen en jaque al poder, lo cuestionan y desestabilizan, no comulgan con él ni le rinden pleitesía. Los artistas no son cortesanos. El Ministerio de Cultura tiene la obligación de facilitar la labor de los artistas, más no servir como ente regulador y mucho menos institucionalizador de estas manifestaciones, cuya naturaleza es espontanea, porque el resultado sería promover la propaganda y no el arte. El Ministerio de Cultura debería promover la libertad de los artistas para crear y promocionarse en el país. Sin que importe las ideologías y las opiniones sobre el gobierno de turno. Ese es el sentido en el que exijo que el nuevo titular de la cultura sea, como ministro, lo que no fue como asambleísta: un defensor de las libertades.

Ah, y por cierto, la historia de Jean-Paul Marat no termina allí. Obnubilado por los ideales revolucionarios y la certeza de que la verdad la tenían ellos, apoyó las Masacres de Septiembre, en 1792, que consistieron en más de mil ejecuciones sumarias. Y fue, precisamente, su indetenible manera de propugnar el odio y la división de la sociedad lo que, con el ataque de Charlotte Corday, lo llevó a su fin.

* Texto originalmente publicado en La República 

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