Miguel Molina Díaz
En
su cuento “Tema del traidor y del héroe” Borges plantea la posibilidad de que
la historia de las revoluciones –y del mundo, ¿no?– sea el producto de una
perfecta falsificación de la realidad lograda por medio de los más sofisticados
recursos del teatro. Básicamente su cuento gira alrededor de Fergus Kilpatrick,
el héroe de la rebelión irlandesa que fue asesinado en 1824. Ante el rumor de
una traición Kilpatrick encomienda a James Nolan la tarea de descubrirla; tarea
que la asumió a cabalidad y anunció ante el conclave de los rebeldes que el
gran traidor era el mismo Kilpatrick, acusación que sostuvo con pruebas
irrefutables. Ante la evidencia de la verdad, Kilpatrick personalmente firmó su
sentencia de muerte pero “imploró que su castigo no perjudicara a la patria”.
Para
cumplir con la sentencia, pero a la vez, hacer de la ejecución del traidor un
instrumento para la emancipación de la patria, Nolan plagió escenas de las
obras Macbeth y de Julio Cesar al dramaturgo William
Shakespeare, y la ejecución se cumplió de tal modo que Kilpatrick fue, a los
ojos del pueblo, el más grande de los héroes víctima de un injusto y cobarde
asesinato. Borges al respecto escribió: “Kilpatrick,
arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una
vez enriqueció con actos y palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso
drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que
prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y
del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre,
algunas palabras previstas”.
He recordado
los pasajes del cuento de Borges precisamente con motivo de la renuncia y
salida del país de quién fuera el Presidente del Directorio del Banco Central
del Ecuador, titular del fideicomiso “No más impunidad” y, sobre todo, primo
del presidente Rafael Correa. Como al más digno de los prohombres
revolucionarios las cabezas de las funciones del Estado homenajearon hace
algunos meses a Pedro Delgado con efusivos discursos, lagrimas en los ojos,
abrazos y brindis con copas de champagne. Todos, incluso Domingo Paredes que es
quién desde la presidencia del Consejo Nacional Electoral va a contar los votos
en las próximas elecciones, acudió en sus mejores galas para homenajear a
Delgado, quién injustamente estaba siendo victima de un linchamiento mediático
sin ninguna razón válida a los ojos de la Revolución.
Pedro Delgado
siempre fue víctima: jamás fue un inconveniente que usara las haciendas
incautadas para fiestas privadas sino que el novillo retardatario y corrupto
que, no aprovechando la oportunidad de compartir unos segundos con ese
prohombre, decidió cornearlo. Su influencia para conceder el préstamo de 800
mil dólares a Gastón Duzac bajo ningún concepto fue irresponsable, todo lo
contrario, demostró la disposición revolucionaria para hacer negocios que
beneficien a la patria. Y por último, el tema de su titulo universitario fue la
peor de las patrañas de la oposición y la prensa mediocre y corrupta, pues,
como nos recordó el Presidente de la República: ¿quién dice que para ser
presidente del Banco Central hay que ser economista?
La
legisladora Pavón que llegó a las huestes del oficialismo después de perder las
elecciones encabezando una de las listas de la partidocracia fue la encomendada
a dar la posición de Alianza País sobre la renuncia de Delgado y, obviamente,
después de reconocer –por primera y única vez– el trabajo de la prensa dio su
apoyo al presidente Correa porque se ha “dañado” la confianza del mandatario. Y
fue, precisamente el mandatario, quién aseguró que Pedro –ese mismo Pedro
ProHombre a quién homenajearon– ha golpeado a la Revolución. Hasta que punto,
me pregunto, toda la suciedad a la que el país ha sido expuesto por la ciega
defensa al Bachiller Delgado no podría encasillarse en el cuento de Borges. ¿Quién
es entonces Pedro: el traidor o el héroe? Pronto el gobierno, pulcro y noble
como siempre ha sido, atacará con palabras lapidarias a al traidor Delgado, y
así, el ¿héroe? de Carondelet conservará su inocencia eterna y decretada. ¿Y
acaso eso también estaba ya previsto?
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