Miguel Molina Díaz
Cuando
se abren las puertas, dos filas de académicos ingresan solemnemente al paraninfo
de la Universidad de Barcelona (UB). Visten togas coloridas y parece que sobre
sus cabezas se han caído las pantallas de elegantes lámparas. La escena evoca
la entrada del colegio cardenalicio a la Capilla Sixtina. Instalado el conclave,
el rector Dídac Ramírez encarga a los padrinos (los priostes de la fiesta) y a la
Década de Economía y Empresa, acompañar el ingreso del nuevo ungido. Las voces
del coro de la universidad recorren el salón.
Rafael
Correa Delgado, el presidente de todos los ecuatorianos, ingresa por la larga
alfombra roja y toma su asiento. Los académicos Joan Tugores y Joaquin Prats, que
son los priostes, toman la palabra y explican las razones por las cuales la UB
ha decidido incorporar al mandatario a su claustro. Tugores recuerda la
trayectoria de Correa como académico en la Universidad San Francisco de Quito
(no sabe que, a criterio del presidente, a dicha universidad solo se va a
buscar marido). Prats señala el cierre de las ‘universidades de garaje’, las
becas del Senescyt y la inauguración de Yachay, es decir, los avances en la
educación que la Revolución Ciudadana ha logrado.
El
primer mandatario se acerca a la mesa directiva. La perplejidad entre los
conmovidos académicos es incontenible. El rector le impone el gorrito en forma
de pantalla de lámpara, y procede a entregarle los guantes y el anillo acordes
a su nueva categoría académica. Todos aplauden.
Los
priostes acompañan al nuevo Doctor Honoris Causa en su glorioso camino al
púlpito (para que no se pierda, en un salón tan lleno de gente) y comienza la
intervención más esperada. Por fin esta ciudad de Barcelona, la de Gaudí y
Marsé, contempla con el alma en los labios, las palabras del líder natural de
la izquierda latinoamericana.
El
presidente no puede más de la emoción.
-
Ni en Ecuador –comenta, a propósito de los
discursos de sus priostes– he escuchado tanto conocimiento sobre la realidad
educativa del país.
Rafael
Correa está de buen humor. Bromea diciendo que aceptó rápido el doctorado para
no dar tiempo a que la UB se arrepienta. Luego, regido por una nívea serenidad,
comenta que cuando la política muestra su rostro pernicioso extraña la vida
académica.
Es
el 23 de abril. Cataluña celebra la diada de Sant Jordi en el cual,
tradicionalmente, los hombres regalan rosas y las mujeres libros (a propósito
del día del libro). El primer mandatario, al referirse a esa conmemoración,
confiesa que pertenece a una generación que ama el libro (¿el de Calderón y
Zurita?, ¿el de Jiménez?, ¿el de Cabodevilla?) y que todavía regala rosas. Todo
un amante a la antigua.
Describe,
con una sonrisa que le desborda, la fascinante geografía del Ecuador, los
climas y la belleza natural. Y va más allá, incluso habla del Yasuní, recuerda
que nuestro parque nacional tiene más biodiversidad que toda Norteamérica y que
allí habitan dos pueblos en aislamiento voluntario. Es muy interesante que tenga
tan claro este tema, lo cual indica que no le es tan difícil comprender que las
actividades extractivas en los territorios de los pueblos no contactados, según
el art. 57 de la Constitución, constituyen delito de etnocidio.
Volviendo
al discurso del mandatario, hubo otro momento para el humor y la anécdota:
Rafael Correa recuerda la pugna entre el orgullo argentino y la presidenta
Dilma Rousseff por el protagonismo teológico. Ésta es una cuestión que, según
comenta, ya la zanjó en sus conferencias en Harvard y Yale (en su perfecto
ingles): no importa que el Papa sea argentino y que Dios sea brasilero porque
el paraíso está en Ecuador. Jejeje. Todos aplauden.
La
mejor parte de su intervención, sin lugar a dudas, ocurre cuando dedica su
doctorado a los migrantes ecuatorianos y agradece la hospitalidad de Cataluña y
España por recibirlos. Afirma que el Ecuador de 1999 era el ejemplo de todo lo
malo y arremete contra la destrucción de la moneda por el poder político de los
banqueros. Indignado recuerda como las fuerzas políticas rompieron la Carta
Magna que ellos mismos hicieron en 1998 cuando les fue conveniente (cualquier
parecido con la Constitución de Montecristi es pura coincidencia).
Es
justa la mención presidencial a los migrantes. Y los datos que ofrece no dejan
dudas: después de la crisis las remesas de los ecuatorianos que migraron al
extranjero superaban con distancia la renta petrolera. La situación, según el
presidente, se ha invertido. Ahora el Ecuador es un país en transición al
desarrollo, mientras Europa intenta salir de la crisis económica con las
recetas neoliberales que no sirvieron en nuestro país durante la crisis de
finales de los 90s.
El presidente,
pese a que es católico practicante, no cree en ninguna visión que enlace la
teología y la economía, por ende desdeña de la austeridad. Es un campo en el
que no cree en milagros. Para él, la solución de la crisis es un problema
político que depende de quién toma las decisiones: las élites o las grandes
mayorías. No confía en los banqueros y, para definirlos, cita a Mark Twain: el
banquero es un tipo que te presta el paraguas cuando hace sol y te lo quita
cuando llueve. Por eso hoy en España hay gente sin casa y casas sin gente. El
triunfo del capital sobre el ser humano.
-
Hablemos de Derechos Humanos –dice luego.
El
Ecuador, según comenta, es uno de los 7 países de América Latina que han
firmado todos los instrumentos de DDHH. Así de simple. En una frase borró el
recuerdo de los casos El Universo, el Gran Hermano, el hostigamiento a
periodistas, la Ley de Comunicación, el Linchamiento Mediático, la creación de
la Superintendencia ultramoralista, la disolución de la Fundación Pachamama, la
sanción al caricaturista BONIL, la prisión al asambleísta Cléver Jiménez y los
procesos que judicializan la protesta y la política. Las supuestas violaciones
a la libertad de expresión, a su criterio, vienen de los que ya no pueden
someter al gobierno a sus caprichos e intereses. El auditorio escucha con
atención, deslumbramiento, admiración. Y nadie se sorprende al escuchar, de
labios presidenciales, que el Ecuador es una de las democracias más estables
del continente. Si esto fuera parte de una novela de García Márquez, sería el
instante en que Remedios la bella tendría que levitar.
Pero
las obras no se pueden negar. Hasta el 2017 habrá 500 instituciones con
bachillerato internacional en el país. Cinco mil colegios del milenio
reemplazarán 20 mil escuelitas paupérrimas. Y para todo eso se necesitan
recursos. Por eso, dice, los que exigen no extraer el petróleo del Yasuní
carecen de solvencia moral. Y eso se compagina con otras de sus frases: el orden
mundial no solo es injusto sino inmoral. O también: es inmoral no usar los
recursos. Hay que entenderlo –concluyo al escuchar al presidente–, la
revolución será moralizadora o no será.
La
solvencia intelectual de Rafael Correa nos tiene a todos cautivados. Me
pregunto: por qué sus sabatinas no son igual de educadas y académicamente
brillantes. ¿Acaso piensa que el pueblo no lo va a entender? ¿Por eso hace
burlas, insultos y denigraciones cuando no está ante académicos que lo nombran
doctor honoris causa? Y lo más grave: él pudo haber sido el gran transformador
de la realidad ecuatoriana. ¿Por qué esa obsesión por borrar con la mano
derecha lo que hace con la izquierda? ¿Cómo es posible que el académico
brillante sea el mismo presidente salvaje a la hora de atacar a sus críticos?
¿Cómo un mismo cuerpo resiste a la vez a un experto en desarrollo económico y a
un despilfarrador de recursos que ha profundizado la dependencia en la economía
extractivista?
Tiene
razón el presidente cuando dice que no basta la mano invisible sino que hace
falta una decisión política para que la economía logre mejorar las condiciones
de vida de un país. Lo suscribo. Pero dicho esto por su boca no deja de ser
preocupante e ingenuo porque supone que ese proceso político durará para
siempre y merece durar para siempre, es lo que Octavio Paz llamó la
“arrogancia” de la izquierda, esa ciega fe en su superioridad moral. Una visión
totalizadora que no comprende que todo proceso político se agota en el poder. Y
no aceptan que, además, las reglas de la democracia requieren de alternancia.
¿Cree Rafael Correa en la democracia?
Y en
este punto creo que hizo mal el Presidente de la República en apurarse a
aceptar el Doctorado Honoris Causa. Debió demorarse un poco para darse más
importancia, hacerse el ocupado, el que lo pensará, después de todo la Universidad
de Barcelona, bajo ningún concepto, se hubiera arrepentido de otorgárselo. Si
los vínculos son estrechos al extremo, tanto que esa mañana firmaron tres
acuerdos interinstitucionales entre la UB y el gobierno ecuatoriano. Y lo más
importante, el rector inaugural de Yachay, la Ciudad del Conocimiento, es
Fernando Albericio, un químico catalán que es profesor en la Universidad de
Barcelona. Todo queda entre amigos.
La
pontificia ceremonia termina con la lectura del poema ‘Canto de las trabajadoras.
Navidad’ de la poeta ecuatoriana Aurora Estrada y Ayala de Ramírez y un confuso
y surrealista discurso del rector de la UB en el cual, lo más entendible, fue
su elogio a la resistencia de Rafael Correa para soportar los embates del
camino (horas antes, cuando el presidente firmó el libro de honor de la UB, el
rector elogió su prosa y su grafología). En fin, una cucharadita previa a la
canonización de los papas Juan Pablo II y Juan XXIII.
En la tarde, cuando el presidente hizo su entrada a
la UB tuve oportunidad de darle la mano y decirle: “Miguel Molina Díaz, le
felicito por el doctorado”. Me agradeció y siguió su camino. No sé si me
reconoció. Justamente, en la sabatina que me dedicó meses atrás pidió al país
no olvidar mi nombre, mientras un video propagandístico de la ‘Secom’ me
atacaba. Lo cierto es que recordé la primera vez que saludé con él en el año
2007, cuando todavía creía en su palabra y pensaba que el país estaba siendo
reconstruido por un proyecto político transformador. Eran los días de la alucinación
correísta, cuando tantos creímos en la revolución y nos era esquivo el rostro
populista, contradictorio y peligrosamente autoritario del gobierno. En la UB
le di la mano pero como su crítico, con el respeto que su cargo merece pero con
el convencimiento de que estaba no frente a un estadista sino frente a un
impostor. Un gran actor de teatro melodramático. No pude evitar sentir si no
dolor, sí la soledad latinoamericana de la que hablaba García Márquez. En estos
7 años el Ecuador perdió la oportunidad de resurgir como país democrático, de
igualdad y libertad. Es el poder el que corrompe a hombres de hierro, forjados
en tantas batallas, que sueñan como simios.
* Publicado originalmente en La República.
* Foto de La Vanguardia.