Miguel Molina Díaz
Si
un día alguien se propusiera descuartizar a la ciudad capital del Ecuador y
servirla en pedacitos de sushi y con jengibre, ese ‘alguien’ sería Huilo Ruales
Hualca. De hecho ya lo hizo. Sólo que su delicioso sushi está envenenado. Es un
veneno colosal. Desgarrador. Brutal. Provoca el dolor más grande del mundo. Un
dolor que arde y que nace del simple hecho de pronunciar la palabra ‘Quito’ o
‘Kito’, que es lo mismo. Y ese sushi envenenado tiene por nombre ‘Edén y Eva’,
la primera entrega de su trilogía ‘Los Kitos Infiernos’.
Huilo
Ruales, que desciende indirectamente de la estirpe maldita de Roberto Bolaño,
retorna al anfiteatro de la literatura nacional con su prosa descarnada,
genuina, de temperamento fuerte y explosivo, pero también depresivo. Una prosa
de grafitero sobrio y solo. Un lenguaje que se nutre de la poesía y del humor y
del horror. Y ese coloquialismo infernal que caracteriza a las calles más
salvajes de la aldea quiteña, es el artífice de una novela de elaboración
rigurosa como una catedral gótica.
Sólo
que se trata de una catedral absolutamente pagana. Una catedral de monstruos en
donde lo peor del ser humano sale a flote y espanta. Monstruos de la talla de
Murielle, la poderosa Madama, y su hermano depravado Keifer, alias el Dog. En
medio de ese mundo de ambición y mentiras, lo único que vale la pena es la
bella Eva, como lo comprueba Milo el Grafitero: “te juro y te juro que no cejaré en mi plan de levantar el cemento de
este kitodemierda hasta encontrarte. hasta estamparte en mí, como un tatuaje.”
Y es
que ese, el de Milo, es el papel que Ruales ha reservado para los lectores de
su novela pues, al cerrar el libro, no es posible dejar de pensar en Eva, dejar
de sufrir por Eva, dejar desear la compañía de Eva. Y no se trata, en mi
opinión, de la búsqueda por un personaje que pueda torear a la señora muerte.
Lo que Eva logra es indagar en lo más profundo del humano para desempolvar
nuestra capacidad de compasión e indignación por el sufrimiento ajeno.
Con
esta novela Huilo Ruales ingresa en la lista de los más interesantes narradores
hispanoamericanos de la actualidad. Sus méritos demuestran un trabajo de
inclemente auto-exigencia: personajes sólidos y de fácil visualización,
situaciones de altísima tensión dramática, una trama catedralicia y pulida
minuciosamente. Y también ‘Edén y Eva’ demuestra el valor de su autor para
asumir un riesgo sin precedentes en lo que hasta hoy ha sido su obra: la
tragedia humana trabajada con sutileza quirúrgica, un lenguaje de profunda
honestidad y un contexto cultural que bien podría ser aplicado al nuestro.
Y
esto último no lo desarrolla a fondo ‘Edén y Eva’, que es más una novela sobre
los estadios del poder, la maldad y la soledad. Probablemente, en las siguientes
dos entregas que conforman esta trilogía se desnude más afondo la dinámica
cultural del Kito andino: “los cocteles
socioliterarios que en su mayoría eran generosos como mezquinas las obras
bautizadas con el festejo”. Esta enclenque troncha de seudo artistas que,
de La Floresta a La Mariscal, vienen inventando el agua tibia de la poesía, el
ego y las revoluciones detrás de las cuales está Saturno comiéndose a sus
hijos.
En
todo caso, esta bella novela logra la desacralización puntual del Edén que parecería
ser la capital de todos los ecuatorianos y nos abre la puerta a sus oscuridades
y fantasmas familiares. Después de leerla se vuelve imposible pensar que Quito
no es Kito. Al igual que pensar a la ciudad sin Eva, la pecadora, la desterrada
del Edén, el único personaje puro de esta novela que es lo más parecido a un
grito de pánico y horror en las alturas del Itchimbía.
* Publicado originalmente en La República.
* Publicado originalmente en La República.