Miguel Molina Díaz
Hoy
cumplo cinco meses en el extranjero y presiento a Quito como un silencio muy
pesado que atraviesa recuerdos de luz. Creo, sin embargo, que pese a su belleza
y a ciertos hechos puntuales que la han enaltecido, hoy vive uno de los
momentos más amargos de su devenir histórico. Quito sufre una ausencia de
liderazgo que se parece mucho a la orfandad y, sobre todo, a la soledad. No le
demos más vueltas al asunto. Quito carece de líderes. Carece de una voz que
represente y defienda las aspiraciones de la ciudad.
Dos
son los pozos que han caracterizado al actual alcalde Barrera: un silencio hasta
el extremo complaciente con el partido de gobierno y la conversión del
municipio capitalino en una dependencia de la Presidencia.
La
ciudad de las revueltas y la irreverencia ahora es una que toleró la prisión de
los 10 de Luluncoto y de los 12 del Central Técnico. Esto debe repetirse
permanentemente porque es terrible y, sin embargo, se lo toleró. ¿Todo esto es
fortuito? No. Es parte del desmantelamiento de la identidad de la ciudad para
mantenerla domada y callada. De tal modo que no sea obstáculo a los supremos
intereses de la revolución.
No
es coincidencia que la exposición de años viejos del 31 de diciembre haya sido
exiliada de la Avenida Amazonas. Es parte, en mi opinión, de las estrategias de
silenciamiento. Hay un cambio en la visión municipal sobre Quito respecto de su
identidad. De hecho, pienso que se busca desmantelarla. Algunos de los puentes
vacacionales de los últimos 4 años han sido esclarecedores en ese sentido:
Quito de fiesta y la ciudad vacía.
Quito
está sola y callada. Es el precio que se paga para que el alcalde sea bien
recibido en Carondelet.
Históricamente,
los alcaldes de la capital han ocupado un sitio de importancia en la política
nacional. La voz de Barrera carece de fuerza incluso al interior de Quito. No importa.
No impacta. No existe. Cumple los designios del líder de Alianza País y evita
hacer ruido para no incomodar al jefe. Guarda silencio. Así se aseguró su
candidatura a la reelección. En Quito, hoy por hoy, manda Correa.
Es
por eso tan alta la responsabilidad que tiene la oposición y tan grande su
incapacidad para asumirla. Rodas es una voz que nace y se orienta en base a los
cálculos y las estrategias. Dice que la suya es una candidatura de
‘proposición’. Eso, creo, se podría traducir en una tibia ambivalencia. ¿Dónde
está su trayectoria de lucha por Quito? No existe. Su discurso, en ese sentido,
ha sido débil. Y así es como todos, de alguna forma, dejan sola a Quito. Han
puesto por sobre el interés de la ciudad su ambición política y su resignación.
Por
el amor que le tengo a Quito su soledad es también mi soledad. Es una soledad
que perturba. Así sea desde lejos. El Quito irreverente y defensor de los
valores democráticos ha caído, de la mano de Barrera, en el cómodo letargo de
la impavidez y la desgana.
* Publicado originalmente en La República.