Miguel Molina Díaz
Esta
semana apareció una entrevista al presidente de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana en la que, por fin, rompió el silencio. Aunque sus palabras hayan
sido suaves, expresó su dolor frente al hecho de que Rafael Correa no responda
a su carta. Una carta que explicaba y pedía auxilio al presidente porque la
casa se cae en pedazos por falta de dinero.
De
hecho, Raúl Pérez Torres aseguraba que no tienen para pagar luz, agua o
teléfono y que los bomberos están por cerrar el Teatro Nacional por falta de
condiciones de seguridad. Su dolor, sin embargo, parecería ser producto del
engaño y la utilización maniquea que hizo y hace la Revolución Ciudadana de
todos ellos. Y entonces es muy comprensible ese dolor, un dolor que nace del
arrepentimiento, supongo.
Pero
no es un dolor coherente. Si Benjamín Carrión estuviese vivo su dolor sería por
descubrir la decadencia económica y, sobre todo, moral de la Casa de la Cultura.
A Pérez Torres le duele que quién dijo ser su amigo, no le responda una carta,
después de que en el pasado febrero él y los demás escritores revolucionarios
firmaron un mediocre manifiesto de artistas e intelectuales en respaldo a la
reelección de Rafael Correa.
Creo
que un deber fundamental del intelectual y del artista es mantener y fomentar
el sentido crítico. Su responsabilidad con la sociedad, si la asumen, es
propiciar una inteligencia que permita analizar los trasfondos de las cosas,
leer entre líneas, ver más allá de las verdades oficiales, incentivar la duda y
la curiosidad. Ser, ante todo tipo de ejercicio autoritario del poder,
disidentes.
El
arte no puede perder su sentido de irreverencia e, incluso, de cuestionamiento
al orden establecido. La Casa de la Cultura agoniza. Se acabó su monopolio
sobre la cultura.
Raúl
Pérez Torres cosecha lo que todos ellos han sembrado: un papel del intelectual
sometido al poder, cercenados por los reglamentos de sus cargos en la
burocracia estéril, limitados en su palabra por la lealtad al partido y
cooptados por una prensa oficial que sólo hace propaganda y cortesía.
*Publicado originalmente en La Hora
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