Miguel Molina Díaz
Cuando
Carolina López me habló de un posible exterminio de los pueblos en aislamiento
voluntario, los Tagaeri y Taromenane, le reclamé porque me pareció una
afirmación irresponsable e improbable. Pensé que de llegar a ocurrir semejante
desgracia el Ecuador se vería en serios problemas con los organismos
internacionales y que lo que había ocurrido era la masacre de una casa taromenane
más no tenía que ver con un proceso de exterminio de ese conglomerado.
Comprobar mi ingenuidad y equivocación es desgarrador en la medida en que tanto
Tagaeris como Taromenanes probablemente están en la recta final de su ancestral
vida. Yo, inmerso en mi occidental realidad de ciudad y tecnología, me
equivoqué y Carolina tuvo toda la razón: están siendo exterminados.
Sin
embargo, ese es un proceso que comenzó muchos años atrás. Durante el siglo XX,
sobre todo en la primera mitad, ni siquiera estábamos seguros de quienes eran.
Los llamábamos ‘aucas’ y los considerábamos de un salvajismo al estilo de la
película Holocausto Caníbal. No fue sino hasta el descubrimiento del petróleo
que nació el interés de explorar la selva y entablar relación con ellos, así
descubrimos que su verdadero nombre era Huaoranis. El ingreso de las madereras
y petroleras, desde entonces, causó un estado de guerra interna entre los
clanes huaoranies que negociaban y recibían asistencia de las empresas.
Los
legendarios guerreros de la selva poco a poco fueron cambiando su vestimenta,
los materiales de construcción de sus casas, su forma de vida. También se
convirtieron en chantajistas de las petroleras que por una botella de cola o,
con suerte, por un costal de cemento entregan de pedazo en pedazo la selva
milenaria. Ese fue el origen de los tagaeris. Taga, primo del líder huaorani
Babe y uno de lo más valientes guerreros de la selva, abandonó su región para
internarse, con los suyos, en sectores más profundos de la Amazonía, en donde
podrían mantener sus tradiciones míticas y la paz con sus dioses. Se cree que
Taga fue asesinado durante una expedición de una empresa petrolera, supuestamente,
en complicidad con grupos huaoranis. Dos son las teorías sobre los tagaeris:
que se siguieron internando en la selva amazónica, más allá de las fronteras de
algo que otros salvajes llaman Ecuador. O que simplemente fueron exterminados.
Lo cierto es que por muchos años no se ha tenido noticias suyas ni se los ha
vuelto a ver.
La
historia de los pueblos en aislamiento voluntario es fascinante para la
literatura y los estudios antropológicos, pero para quienes con consciencia
habitamos el siglo XXI, es devastadora. Catorce fueron las lanzas tagaeris que
en 1987 se encontraron en el cuerpo de Monseñor Labaka. Su asesinato no hace
sino corroborar las décadas del estado de guerra en que esos pueblos viven. Las
masacres a los Taromenane, desde que inició el presente siglo, probablemente
los tienen al borde del abismo. Parecería que el exterminio es inminente. Y el
Estado brilla por su incapacidad. Los fiscales no acusan porque en el lugar de
los hechos no se encuentran las cédulas de las personas pertenecientes a
pueblos aislados que nunca han tenido contacto con la sociedad. La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos pide información sobre el cumplimiento de
las Medidas Cautelares emitidas en el 2006 para la protección de los pueblos
ocultos. Pero el Ecuador, país infinitamente soberano y de vientos nuevos, no
acata medidas cautelares de nadie, menos de la CIDH.
Y ésta es una historia que se escribe paralelamente
a nuestra vida occidental y materialista. Después iremos al cine, a las
fiestas, los asambleístas cambiarán el mundo, el presidente comulgará con el
Papa… todo mientras en la selva hay baños de sangre.
*Publicado originalmente en Aula Magna