Miguel Molina Díaz
La última vez que fue visto
ocurrió en los (seudo)minimalistas e improvisados pasillos de Ciudad Alfaro. Se
había despertado con furia para evitar que los constituyentes, ebrios por todo
el poder pleno del que gozaban, cedan a las presiones del maligno y legalicen
el aborto. Con algo de objetividad se podría decir que el fantasma regresó
tranquilo a su cripta en las iglesias y en las mentes retorcidas, pues en
Montecristi, lógicamente, no se abordó el tema del aborto. Pero al parecer ha
regresado. Lo han hecho despertar. Está echando chispas.
Entre las (muy pocas) innovaciones
del proyecto de Código Penal Integral (que casi íntegramente reproduce la
retrograda tipicidad del Código Penal vigente) se encuentra la posibilidad de,
entre las dos causales que ya existen para realizar el aborto, incluir la
violación. Es decir, además del aborto terapéutico (para evitar peligro en la vida o
salud de la madre) y del aborto eugenésico (de una violación o estupro cometido
a una mujer idiota o demente), la violación en general entraría a ser una de
las causales para que el aborto no sea punible en el Ecuador.
Poco importan los temas que
desarrollan el populismo penal del gobierno de la Revolución Ciudadana, menos
aún que se mantengan tipos penales absurdos por obsoletos y anacrónicos –acaso jocosos– como
aquel del artículo 447.2: “Las personas que públicamente ofendieren el pudor, con acciones o dichos
indecentes”. ¡No! Lo que se discute no es la integridad del proyecto de Código
Penal Integral ni su espíritu, sino el aborto. Así de simple. Entonces entremos
a discutir el aborto.
Tenía toda la intensión de
dedicar la columna de esta semana a realizar una crítica cinematográfica a la
última película de Almodóvar, La Piel que habito, que me horrorizó por su
calidad y la aproximación del director, ahora sí, a una obra maestra. Pero el horror
por la altísima calidad cinematográfica (y la crítica que quisiera realizar a
una parte de su argumento), no es comparable al horror de presenciar el retorno
de los funestos fantasmas del aborto.
Ya salieron todos. Las señoras de
ProVida, de las que nunca he oído campañas de educación sexual o uso de
anticonceptivos, ya comenzaron a defender con vehemencia la vida en todas sus
manifestaciones, alcances, ilusiones, alucinaciones, ficciones y situaciones.
Ya salió la Iglesia, esa misma institución cuyo Papa rechazó el uso de condones
en ¡Africa!, ha imponer cómo tienen que ser las leyes civiles para adaptarse a
la doctrina divina (parece que se olvidaron de las denuncias de pederastia). Ya
salieron las sectas y sus profetas, porque todos tienen que estar juntos, esta
vez sí, extremadamente juntos, para defender los intereses sagrados.
Ya se les cayeron la mascaras del
progresismo a los asambleístas de Alianza País (de los otros, por suerte, ya
nos lo esperábamos), lucieron por fin sus verdaderos trajes curuchupas porque
esto es de vida o muerte, o se está con la vida o se está con la muerte (¿qué
diría de esto Edgar Allan Poe? ¿Él, a quién le fascinaba la muerte como
argumento? ¿Hubiera encontrado el pretexto para un nuevo cuento o un poema de
terror?). Incluso, ya se murió de pánico el presidente, cómo pocas veces, no se
lo ve despotricar y dar razones absolutas (por absurdas) en sus cadenas
sabatinas, todo lo contrario, ha evitado el tema en todos los espacios.
¡Este es el escenario del terror
en su máxima expresión! ¡No es posible que las mujeres violadas quieran
abortar¡ ¡Eso sería contradecir el designio divino que les puso en el camino de
sus vidas al violador como prueba de fe! ¡Basta de tanta herejía! ¡Cómo fue que
le hicieron caso a Eloy Alfaro cuando propuso semejante disparate de separar la
iglesia del Estado! ¡Estas son las consecuencias de tamaña novelería! ¡La moral
social hecha pedazos!
En todo caso, a pesar de las
gigantescas perversiones que tiene el proyecto de Código Penal Integral en su
estructura, el tema del aborto, que no debió ser el núcleo de la discusión, ha
servido para medir el nivel de influencia que los diversos fantasmas del aborto
ejercen, todavía, en la sociedad de nuestros días (por suerte, menos que
antes). Por mi parte soy partidario de que la mujer decida, no el Estado, no la
Iglesia y todos sus pecados, no las vacas sagradas de la moral social, sino la
mujer que ha sido víctima de violación, esa mujer a la que el apoyo espiritual
de la Iglesia no le sirve en el momento de velar por la manutención del hijo de
quien la violó. Que decida esa mujer a quién las señoras de ProVida no le
pueden devolver los años de la juventud, el sueño de una carrera, la ilusión de
emprender un negocio, o por lo menos un viaje. Que nadie decida por ella, que
nadie le obligué a ser héroe en una sociedad sin heroísmo. Que nadie, menos las
mujeres, se atrevan a tenerle miedo a los putrefactos fantasmas del aborto.
*La República