1 oct 2010

30 DE SEMTIEMBRE


Por Miguel Molina Díaz

Profundamente divididos y polarizados, no atinamos en nuestros intentos de comprender al 30 de septiembre pasado en su magnitud real. Tal vez seguimos aturdidos por nuestras pasiones políticas, buscamos culpables, nos cargamos de furia, terminamos la reflexión emitiendo comentarios mordaces, y sin embargo, no nos hemos respondido, ¿qué le pasó al país? Las imágenes que recorren los noticieros y periódicos del mundo son implacables, casi espeluznantes, dejan mucho que desear en cuanto al funcionamiento de nuestro sistema, nos hacen dudar de nuestra institucionalidad, nos decepcionan. Pero lejos de la desilusión lo importante es reconocer que el Ecuador en donde desarrollamos nuestros diversos proyectos políticos ya no es el país de las continuas destituciones presidenciales.

El abominable escenario creado por las fuerzas del orden no es justificable, y es que no es entendible que la Policía Nacional, cobardemente feroz, agreda a su Jefe de Estado con bombas lacrimógenas, le impida abandonar el Hospital de la Policía y reprima a los ciudadanos que acuden a respaldar a su presidente. ¡El dialogo democrático les quedó corto! Tampoco es pensable que la Policía Nacional haya dejado desprotegidos a los ciudadanos frente a la delincuencia, dando paso a saqueos e inseguridad general. De todos modos, lo realmente preocupante fue el peligro que corrió el Estado de Derecho y la Democracia en el país. La oposición debe existir porque es saludable, pero las protervas intenciones golpistas que utilizaron a las fuerzas del orden para fraguar un intento de Golpe de Estado estaban en la Av. De los Shyris, manifestándose a favor de la ruptura del orden constitucional y pidiendo la destitución por vía policial del gobierno legítimamente constituido. ¡Por favor! ¿Dónde quedaron sus discursos feroces sobre la institucionalidad y la seguridad jurídica? No se molestaron en ocultar sus deseos desesperados para que el presidente democráticamente electo sea defenestrado por uniformados, en el día que la institucionalidad les importó un comino, y por eso no dudaron en pedir amnistías para los policías que causaron todo el caos, que prepotentemente se tomaron el palacio legislativo y que pusieron en riesgo las garantías constitucionales de los ciudadanos.

No puedo más que sentirme orgulloso por los cientos de hombres y mujeres, de todas las edades y condiciones sociales, que libres y por autodeterminación propia acudieron a las afueras del Hospital donde se mantenía secuestrado al Presidente de la República para defender la democracia y el orden constitucional, no fue la defensa únicamente de un gobierno, fue la lucha por el mantenimiento de los derechos y libertades públicas de todos los ecuatorianos, por eso acudieron pacíficamente, sin portar armas, sin escudos, sin mascaras anti gas lacrimógeno, solo con la convicción profunda de ser ecuatorianos. Fueron recibidos con brutalidad y violencia, pero resistieron durante horas la inaudita represión de una policía que había dejado de representar los intereses del país, y con ellos, resintió la democracia ecuatoriana.
Sin lugar a dudas, el 30 de septiembre ingresará a nuestra historia como uno de los días más peligrosos, tal vez no tanto como fue para Chile el 11 de septiembre de 1973, día en que el presidente Allende y sus colaboradores murieron defendiendo la constitución y la democracia chilena, sin embargo nos queda la certeza de que los procesos democráticos se construyen día a día, y por tanto, su mantenimiento es un reto diario para los ciudadanos. Más allá de las pasiones políticas y de las imágenes de horror que aparecen en los medios, este 30 de septiembre volvimos a sentir al Ecuador en la piel, en la ilusión del ideal democrático y de los derechos humanos, en las calles, en la posibilidad de defenderse y luchar por su destino. También aprendimos que defender la constitución tiene sus riesgos, nada justificará jamás las pérdidas humanas que dejó esta amarga jornada de irresponsabilidad histórica, hoy vale la pena llorar y está bien si el país entero esta triste, tenemos razones para estarlo.

"No vayas a llorar junto a mi tumba.
No estoy allí. No duermo.
Soy fulgor diamantino entre la nieve.
Soy el agua que corre cuando llueve.
Los mil vientos de otoño y, en verano,
rayo de sol sobre maduro grano.
En el silencio de las alboradas
Soy el rumor de alas que alzan vuelo.
Y, por la noche, el cielo
con todas sus estrellas desveladas.
No vayas a llorar junto a mi tumba
No estoy allí. No duermo..."

Anónimo.

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