9 oct 2013

Arde Quito




Miguel Molina Díaz

Esta por caer la noche. Por miles los manifestantes exclaman sus consignas y se adentran en las estrechas calles del centro histórico capitalino. La ciudad arde. Arden las pupilas de los jóvenes. Arden sus voces. Sus manos ardientes se encuentran y resisten los toletazos. Los feroces golpes de la policía, profundamente salvaje y latinoamericana, caen sobre sus espaldas. Resisten a las balas de caucho y al gas lacrimógeno. Las barreras policiales impiden el acceso a la plaza libertaria que nos pertenece a todos los ecuatorianos.

Unos pocos privilegiados vestidos con camisetas verdes, que se pueden contar con los dedos, se encuentran sentados en los asientos que durante el día utilizan los jubilados. Comen sánduches y bebidas refrescantes, pagadas por el partido de gobierno. A pocas cuadras hay heridos, los ecologistas corren y gritan. Los gendarmes, armados hasta los dientes, detienen a los manifestantes más aguerridos, entre ellos al Vicepresidente de la Ecuarunari.

Por segundos son incontables las expresiones de indignación y protesta en las redes sociales. La juventud ecuatoriana hace que sus palabras ardan en sus twits y en el Facebook. En el Palacio de Carondelet no toleran más estos pronunciamientos categóricos de los ‘ecologistas infantiles’.  El Secretario Jurídico de la Presidencia encuentra una solución brillante: un mecanismo para que esas ‘injurias y calumnias’ no queden impunes.

A los que se atreven a criticar el presidente responde: ¿cuánto aportó al Yasuní ITT? Y claro, él puede hacer esa pregunta porque, precisamente, a la iniciativa pretendió donar los 40 millones que su función judicial le hubiera proporcionado por medio de la sentencia del caso El Universo. En estos momentos le estarían devolviendo todo ese dinero si su altruista corazón (y la CIDH) no le hubieran disuadido para que concediera el perdón.

Parecería que la única forma de apagar las llamas de la indignación en Quito, para que vuelva a ser el paraíso revolucionario de silencio e indiferencia, es aplicar la fórmula que Marcela Aguiñaga encontró: si los no contactados van al Coca y, por eso, habría que evacuar el Coca: ¡traigámoslos a Quito! Al evacuar Quito, la ciudad dejaría de arder tan estruendosamente.

Pero no dejarían de arder los ojos de los jóvenes que creen en la vida y en la conservación de la naturaleza. No se imaginaba Gabriela Rivadeneira que su sueño de utopías se cumpliría tan pronto. Y por eso, asustada, pide que no se le quite la bandera ecológica que nunca tuvo. Quito arderá, Gabriela, porque ustedes han traicionado sus propios discursos y los principios que decían defender. Y Quito arderá y las llamas encendidas en la conciencia no tendrán fin...