Miguel Molina Díaz
Sin haber conocido en persona a la familia Restrepo siento que los conozco. Crecí en la década de los 90s en un país donde el apellido Restrepo sonaba, desde que yo era niño, como tragedia o consigna. Y con los años, los nombres de Santiago y Andrés, se volvieron símbolo.
Al cabo de algo más de dos décadas de su asesinato, mi vínculo con mi país, se resquebraja. Voy al cine, compro entradas para ver “Con mi corazón en Yambo” y no me cabe duda: la experiencia será desgarradora. Nunca conocí a los hermanos Restrepo pero, al ver el documental, siento que su historia es mi historia. Las crónicas de mi país y su brutalidad salvaje. Me comienza a doler mi nacionalidad.
Siento asco. Me repugna el poder abusivo y encubridor que los siguió matando a lo largo de estos años. Me indigna la traición de ex presidentes que no movieron un dedo, especialmente, aquel que prefería oír música clásica: siento pena por él. Y tengo la certeza de que el gran culpable, a pesar de su entierro de héroe, debe estar en algún lugar, despotricando contra María Fernanda Restrepo por hacernos recuperar la memoria. Su violencia, la prepotencia de sus palabras, la inseguridad encubierta por esa ferocidad animal y su complicidad con el asesinato, harán del ex dueño del país, un monstruo inolvidable.
En medio de la oscuridad, que es como concibo y denomino hoy al Ecuador, aparece Luz Helena Arizmendi. La veo golpear y ser empujada por las fuerzas del orden que mataron innumerables veces a sus hijos. La veo gritar contra el poder y combatir a los torturadores como una fiera. Deseo volver a sentirme ecuatoriano solo para estar orgulloso de ella, para tratar de ser como ella, para soñar en un país en el que todos somos como ella. Y como Pedro Restrepo. Ambos colombianos.
Quiero volver a sentirme ecuatoriano y recordar, como María Fernanda Restrepo, lo que con el asesinato de sus hermanos nos hicieron a todos. Y es como si el corazón del Ecuador también estuviese en el fondo del Yambo y no lo pudiéramos encontrar porque nos lo esconden. Santiago y Andrés son la conciencia de lo que ha sido y debe dejar de ser este país.
Y frente a esta revelación del horror policiaco me pregunto si ¿todavía somos humanos? ¿Si de alguna manera todos somos cómplices por no haber hecho nada? ¿Si es humano el que, en medio de su prepotencia irrespetuosa, pretende que su honor valga cuarenta veces más que la indemnización pagada por los desaparecidos? (No llore Sr. Presidente al ver el documental: resulta demasiado hipócrita.)
He visto el documental “Con mi corazón en Yambo”. Me propongo ir a la Plaza de la Independencia el próximo miércoles, tengo la esperanza de encontrar entre el poder, los transeúntes y los jubilados, algún rastro de mi país, de Yambo, de Luz Helena Arizmendi, de esta memoria sin conciencia.