26 feb 2013

Brundibár ganó las elecciones


Por Miguel Molina Díaz
La jornada electoral del domingo, por una diversidad de razones, despertó en mi el recuerdo de la vieja ópera infantil Brundibár. Era 1942 y el compositor checo Hans Krása había sido trasladado al Campo de Concentración de Terezín. No pudo llevar consigo la partitura de su más reciente trabajo, Brundibár, por cuanto tuvo que rehacerlo dentro de las paredes del campo de concentración nazi. Después reunió a todos los niños que permanecían en Terezín y comenzó las prácticas. Se dice que la ópera fue representada alrededor de 55 veces. Las primeras, obviamente, se realizaron en la clandestinidad. Al poco tiempo fueron descubiertos por los nazis y a ellos la ópera les cayó como anillo al dedo. El régimen alemán obligó a Krása a que presentara Brundibár como demostración de la “vida cultural” que supuestamente se vivía dentro de los campos de concentración. Incluso ciegos delegados de la Cruz Roja la llegaron a ver y se comieron el cuento inventado por los nazis. La ópera infantil salió incluso en una de las mentirosas películas del Ministro Goebbels para engañar al mundo con su proterva propaganda.
Lo que nunca supieron los nazis es que Brundibár era la más contundente de las críticas en contra de su régimen. El argumento –que es lo que nos interesa– es muy simple. Los hermanitos Aninka y Pepíček tienen a su madre muy enferma. El médico les dice que necesitan conseguir leche para que su madre se recupere. El lechero del mercado se niega a regalarles. Ellos no tienen plata para comprarla. Así es como se encuentran con Brundibár, un organillero que por medio de su música deslumbra al público que acude al mercado. A Pepíček y Aninka se les ocurre que tal vez cantando podrían conseguir dinero. Nadie les hace caso porque el organillero concentra toda la atención. Después el mismo Brundibár se da cuenta de la intención de los niños y se enfurece porque piensa que sólo él puede tener el dominio del público. Entonces decide amenazarlos y perseguirlos, incluso pide a la policía que los arreste. Los niños se encuentran desamparados y la desesperación por la salud de su madre crece. Brundibár, por medio de su música, controla a toda la gente del mercado. Es un tirano. Las multitudes lo aclaman. Es quién posee el poder. A nadie le interesó el canto de los niños.
El presidente del Ecuador ha sido contundentemente reelecto para un nuevo periodo de 4 años. Su música ha llegado a todos los rincones del país y ha deleitado a la población con su palabra. Es mi criterio que en el periodo presidencial que está a punto de terminar no faltaron abusos: el control de la función judicial y las leyes, la indiferencia ante las acusaciones de corrupción, así como la satanización y persecución contra los críticos y opositores. Sin embargo, su triunfo ha sido estruendoso. ¿Acaso su discurso y sus obras son como la música de Brundibár? Muchos otros factores tienen que ver con su victoria: sobre todo la incapacidad de los partidos de oposición para presentarse como una alternativa al organillero. Sobre eso ya reflexionarán los sensatos analistas del mundo. Lo único cierto aquí es que Rafael Correa ganó. Usando sus palabras: nos dio una paliza.
En su primera declaración, tras conocer su triunfo, el presidente anunció que por medio de la tan esperada Ley de Comunicación logrará una prensa “más decente”. ¿Acaso su idea de decencia tiene que ver con silencio? ¿Espera que los periodistas sean cortesanos del poder? Nada dijo en su discurso de la campaña desigual, sólo festejó. Correa no fue humilde al conocer su victoria. Me recuerda a Brundibár. Y no tiene que preocuparse por la Ley de Comunicación ni de ninguna otra: ganaron el control absoluto de la Asamblea. En verdad, presidente Correa, confío que esté a la altura de la histórica confianza que los habitantes de este país le han concedido. Tiene 4 años más. No olvide que no existe democracia sin libertad de crítica, por más que le moleste. Sea el presidente de todos los ecuatorianos. Ganar las elecciones no le autoriza a aniquilar a quienes no piensan como usted. Caso contrario, sus pies calzaran perfectamente en los zapatos de Brundibár.
Y casi se me olvidaba. El final de la ópera es obvio: Aninka y Pepíček esperaron. Al poco tiempo los animalitos y los demás niños del barrio se unieron a su causa. Montaron en medio del mercado una hermosa presentación musical. Cuando llegó Brundibár intentó retomar el mando del show. Pero era tarde. La gente conoció algo mejor, algo mucho mejor. Los niños consiguieron dinero para salvar a su madre y, de paso, devolvieron la libertad al mercado. La música del organillero dejó de ser un instrumento de obnubilación. Y Brundibár… Brundibár –que nunca había perdido– se retiró en la desolación más grande por el peso de su ego. Quedó en la más triste soledad. Nunca nadie más volvió a pedirle su música.

18 feb 2013

Por un Voto en Plancha



Miguel Molina Díaz

Hace algunos años oí la explicación del asambleísta Virgilio Hernández sobre la importancia de dejar atrás el Método D’Hondt y avanzar hacía uno más democrático, uno más proporcional. Muchos otros líderes de Alianza País en esa época celebraban con los rostros llenos de orgullo el fin de ese método de repartición de escaños con el cual la partidocracia no sólo se había repartido el país, sino que sirvió para prolongar, por más de 20 años, una dictadura de partidos políticos que impidió a las minorías de todo tipo ser representadas en los viejos congresos. Fue la era de la partidocracia en todo el sentido del término, una era que se sostenía en el Método D’Hondt.

Virgilio fue uno de los más fervientes opositores a ese método matemático y uno de los más emocionados el día que se adoptó el método llamado Webster Modificado, el cual, según entendí, consistía en que si un partido logra el 30 por ciento de los votos, le corresponde el 30 por ciento de las curules en la Asamblea.  Lo triste es que Virgilio y los demás refundadores de la patria traicionaron sus propias palabras y su propio festejo cuando se dieron cuenta de que Alianza País perdía paulatinamente la magnitud colosal del respaldo de la gente (supongo que la Consulta Popular del 2011 fue un factor decisivo) y, sin explicaciones válidas, desenterraron al abominable Método D’Hondt criollo.

En la actualidad se eligen 137 asambleístas, de los cuales 15 serán elegidos nacionalmente y 122 por las provincias. Para los 15 asambleístas nacionales se mantendrá el método proporcionalidad al momento de repartir esos escaños. No así para los 122 provinciales que serán elegidos al puro estilo de la vieja partidocracia, (paradójicamente tan criticada por el régimen). Una de las consecuencias de este complicado método es que la votación unipersonal que se da a ciertos candidatos conocidos se dividirá para el número de candidatos que integren la lista.

En este punto debemos recordar que cada uno de nosotros tiene derecho a un voto. Cuando el Ecuador retornó a la democracia cada persona podía votar por una lista de diputados. Con el tiempo, a pretexto  de escoger a las mejores personas, se permitió fraccionar el voto y escoger candidatos entre listas. Es decir, en el distrito 1 de Pichincha, en virtud de que se eligen 4 asambleístas, la gente puede darle un ¼ de voto a 4 candidatos de entre cualquier lista. Pero, ¿qué pasa con el Método D’Hondt? Pues simplemente que en virtud de la fórmula matemática que se utiliza para repartir los escaños, el ¼ de voto a un candidato se divide para los 4 candidatos de la lista. ¿Cual es el mensaje detrás de eso? ¡El voto en plancha!

El Método D’Hondt, sin embargo, es mucho más complejo que eso. La votación total de una lista (haciendo la división de los votos unipersonales) se dividirá por los números enteros desde 1 hasta el número de escaños, es decir 4 en el Distrito 1. El resultado se ordenará de mayor a menor y se asignará cada escaño en razón de los cocientes más altos de esta división practicada a todas las listas. Entonces si una lista tuviera una alta votación en plancha (por toda lista), sin importar el altísimo voto unipersonal de candidatos de otras organizaciones, se llevará la mayoría de los escaños. La formula matemática es difícil de entender, la conclusión es fácil: el voto unipersonal no pesa.

Si en la elección de la Asamblea del 2009 se hubiese aplicado el Método D’Hondt, Alianza País –nada más por poner un ejemplo– habría obtenido 12 curules adicionales a las 54 que tuvo (sin tener un solo voto más!). En otras palabras (si las encuestas no se equivocan), estamos a las puertas de una elección en la cual el partido de gobierno tendrá la mayoría legislativa con la votación comparativamente más baja que haya obtenido desde que existe como organización política.

Con toda esta explicación sobre el Método D’Hondt lo que quiero decir es que el voto –para todas las organizaciones políticas, independientemente de cualquier ideología– valdrá más si es en plancha. Y no sólo es una cuestión de conveniencia, como lo he demostrado en este texto, sino de principios. Hoy por hoy –bajo este nefasto método– nos conviene. Pero personalmente considero que en general es mejor. El Ecuador se ha caracterizado por ser un país proclive a los personalismos y, por tanto, a los caudillismos. La votación en plancha debería significar la confianza a la propuesta y visión de un partido, es decir, a sus ideas. No tanto a las personas. Creo que la única solución para evitar más caudillos de opereta es fortaleciendo a los partidos y movimientos políticos del país, no a las personas que son candidatos y que, al final del día, son pasajeras.

Ese es el contexto en el que se puede decir: ¡el voto en plancha defiende la democracia!

9 feb 2013

¿Por qué mi voto será para Norman Wray?




Miguel Molina Díaz

Recuerdo que los pitos de los autos y los cacerolazos nos anunciaban que esa noche no íbamos a dormir. Era el 19 de abril del 2005 y la ciudad, después de semanas de tensión, estaba desbordada. Al mando de mi abuelo concurrimos a la Cruz del Papa en el Parque La Carolina y nos unimos a esa turba enardecida, la de Los Forajidos, que se había propuesto ponerle un punto final a las desvergüenzas del nefasto Coronel Gutiérrez. Éramos miles. Estábamos emocionados y muchos como yo sentíamos por vez primera al país en la piel. Caminábamos a lo largo de la Avenida Amazonas. Entre las multitudes –lo supe después– iba Norman Wray.

Probablemente la primera vez que vi a Norman ocurrió meses después, cuando todavía bajo la efervescencia de ese abril inolvidable acudí a una reunión convocada por la Ruptura de los 25 en el auditorio de un hotel de la capital. Una vez depuesta la “dictocracia” de Gutiérrez y frente al fracaso del Presidente Palacio para iniciar reformas políticas profundas, nos preguntábamos: ¿cuál era el camino a seguir? Así fue como me acerqué a Ruptura. Intentando darle a esa pregunta una respuesta válida. Así supe que cuando las instituciones del Estado festejaban los 25 años del retorno a la democracia, un grupo de jóvenes rompía la línea del tiempo de nuestra historia. Pretendían recomenzar desde cero el minutero del reloj y reescribir nuestra política. Así supe también de su campaña: “¿quién jodió al país?”

Siete años después la realidad nacional es completamente distinta. En ese tiempo apareció en el país un nuevo líder cuyo carisma y poder demolería las viejas estructuras a las que estábamos acostumbrados. Una nueva constitución se escribiría en el pueblo en donde nació Alfaro. La Ruptura se subiría al transatlántico de la Revolución Ciudadana. Pero también en esos siete años la joven constitución fue violada salvajemente por sus progenitores. Se hipotecó el petróleo del país a la China. La Función Judicial cayó en las manos del gobierno y –prostituyendo el derecho– periodistas, disidentes y simples jóvenes como los 10 de Luluncoto encontraron sobre sus cabezas el peso de vergonzosas sentencias judiciales. Y Ruptura así como se subió al barco, se bajó. Era el 28 de enero del 2011, meses antes de la traicionera Consulta Popular.

De entre las virtudes que considero deben tener los políticos, la coherencia es la principal. Sobre la Ruptura y su salida del gobierno, Norman Wray solía evocar al político colombiano Jaime Bateman: “la gente nos puede perdonar que nos equivoquemos pero no que seamos incoherentes”. Pienso que en las acciones de Norman y Ruptura hubo coherencia. En el 2006 era una obligación moral de quién se consideraba progresista respaldar a Correa sobre el multimillonario bananero. Era coherente, a su vez, estar en el proceso constituyente, porque no bastaba con criticar a quienes habían jodido al país, había que reemplazarlos. Romo fue coherente como legisladora, sobre todo cuando en su lucha para fiscalizar al ex Fiscal Pesántez y en sus críticas al Proyecto de Ley de Comunicación, se enfrentó al gobierno.

Y la salida fue coherente. Ruptura, que comenzó a hacer política desde que  el gobierno de Gutiérrez instaló a la Pichi Corte, no podía guardar silencio cuando el correísmo asaltó el poder judicial. Desde entonces la falsa revolución ha cometido todo tipo de abusos e incoherencias! Para los profesores universitarios exigen títulos de PhD, pero se quemaron las manos por el primo del presidente falsificador de su título de economista y aceptaron como compañero de formula de Correa a quién plagió para su tesis párrafos enteros del Rincón del Vago. Para justificar el estado crítico de la libertad de expresión en el país el Canciller explica: “construimos carreteras”. Nos decimos progresistas y defensores de los Derechos Humanos pero el Ecuador ha respaldado a Gadafi, Ahmadineyad, al último dictador de Europa y, recientemente, al tirano de Siria.

Duele ver a muchos de los intelectuales y artistas del país vendiendo sus conciencias a un gobierno autoritario, firmando manifiestos y consignas mal llamadas revolucionarias en apoyo al correísmo, todo por una mínima tajada de poder. Piensan, inmersos en su bucólico sueño, que ganar elecciones les autoriza a todo y que esto no tendrá fin. Pero terminará algún día porque nada es para siempre, menos el poder. Y, además, perdieron el horizonte ideológico que una vez tuvieron. La solución revolucionaria para ponerle fin a la delincuencia fue presentar el proyecto de Código Penal Integral más socialcristiano de la historia. La derecha, desde hace tiempo, esta escondida en Carondelet y desde allí dirige el país. Aunque no lo queramos ver, está allí. Ciegos somos si no nos damos cuenta.

Muchos de quienes estuvimos en las calles de Quito la noche del 19 de abril votarán por Lasso o Gutiérrez o quién sea que este, hasta el último minuto, segundo en las encuestas. Creímos, hace 7 años, que el Ecuador se hallaba en un despertar histórico y latinoamericano. La realidad es distinta: los correítas votan por el odio visceral a los enemigos del caudillo y la oposición usará su voto para alimentar el odio y la provocación a Correa. Fue su culpa: Correa ha dividido al país.  Y logró su objetivo: es ahora el centro de todo.

Yo votaré por Norman Wray en rechazo a esa división que sufrimos y que nos desquicia. Mi voto no será por el odio a ningún bando ni en contra de alguien. Votaré por Wray porque creo profundamente en lo que piensa, predica y practica.  Porque creo que es posible hacer política desde el respeto y no desde la violencia y el espectáculo. Pero mi voto no se dará en razón de una persona. Votaré por Ruptura porque concuerdo con su programa de gobierno, sus propuestas, los principios que los unen. También porque creo en la necesidad de fortalecer a los partidos y movimientos políticos del Ecuador y pienso que esa es la única forma en que un sistema democrático puede ser posible. No alimentando los personalismos y caudillismos que tanto daño le han hecho al país sino votando por el partido en que uno cree. Y Ruptura defiende lo que yo pienso y creo. Y eso para mi es coherencia.

Sé que las elecciones que se avecinan son difíciles, tal vez de las más complejas de nuestra historia. Parecería que el triunfo es posible para un solo candidato. Uno que cuenta con ilimitados recursos públicos. Y Ruptura no cuenta ni con el erario público, ni con banca privada, ni con bananera, ni sobras de un gobierno corrupto anterior, ni diezmos evangelios. Ruptura nació y se convirtió en movimiento político por el simple compromiso de hacer política en el país entendiendo a la política como ese instrumento por el cual se puede reconocer a los desconocidos, impulsar a los desposeídos, unir a los divididos. Y eso para mi es la nueva izquierda. Una radical y profundamente democrática.

Voten por el odio los que quieran, yo votaré por Norman Wray. Quienes somos coherentes con nuestros principios no perdemos ni podemos perder. La democracia se construye con coherencia.

A pocos días de las elecciones, el sonido de una armónica me hace pensar que cuando las puertas de la percepción se abran, todo nos parecerá infinito.   

8 feb 2013

El Humor vs. Correa




Miguel Molina Díaz

De los casos que me han llamado la atención, probablemente el que les relataré a continuación es uno de los más fascinantes: el reverendo evangélico Jerry Falwell, uno de los íconos principales del pensamiento conservador en los Estados Unidos, fue objeto en 1983 de una controversial caricatura en la revista pornográfica Hustler, perteneciente al magnate Larry Flynt (a quién lo recordarán por la fenomenal película The People vs. Flynt).

En el marco de entrevistas sobre “la primera vez” de algunos personajes públicos, la revista publicó una caricatura en la cual el reverendo Falwell aparecía en estado de ebriedad y teniendo relaciones incestuosas con su madre en una letrina. Esa publicación lo motivó a interponer una acción en contra de la revista Hustler por reparación de daños derivados de la invasión a la privacidad, calumnia y causación intencional de daño emocional.

Falwell ganó las primeras instancias y en ellas se le concedió el derecho a una indemnización millonaria. El caso, sin embargo, no se resolvió a su favor cuando lo conoció la Corte Suprema. El más alto tribunal de justicia de ese país, al analizar los hechos, concluyó que “las figuras públicas no pueden percibir indemnización por causación intencional de daño emocional por razón de publicaciones tales como la que aquí constituye el tema discutido, puesto que la misma no puede ser razonablemente entendida como describiendo hechos actuales (o reales)”.

La semana pasada, el binomio que con su candidatura pretende perpetuar el autoritarismo en el Ecuador, protestó por la publicación en Diario El Universo de una caricatura de Bonil, en la que se hace parodia del copy/paste en la tesis de Jorge Glas (Rincón del Vago), de los grados simultaneas de la familia Alvarado y se ironiza al respecto del plagio que el “30 de Septiembre” denunció Correa. Esa es, precisamente, la labor del caricaturista, molestar al poder por medio del humor y la ironía. Así ha sido siempre y así se lo reconoció en el caso Hustler Magazine vs. Falwell, pues bajo ningún concepto se puede pensar que una caricatura constituye una acusación objetiva.

Eso es –el animos jocandi (la broma) – lo que no logran comprender los poderosos, paranoicos hasta la ceguera. Se han vuelto incapaces de entender que pretender limitar la capacidad de crítica es aniquilar la autonomía y libertad de pensamiento. Prostituyen el nombre de Juan Montalvo, ignorando que era él quién en este país combatió las dictaduras por medio de la ironía y la sátira. Justamente vale la pena pensar en Montalvo y sus escritos porque, muy probablemente, si estuviera vivo el gobierno intolerante de Correa le hubiese dedicado vergonzosas cadenas televisivas y, ¿quién sabe?, lo perseguiría con ordenes de prisión por injurias y pedidos de millonarias indemnizaciones.

Lo más grave, paradójicamente, no es su miedo a la crítica. Hay algo que para ellos es más fuerte. Algo que desestabiliza la mediocridad de su inventado y medieval honor. Algo que sobrepasa su paciencia. ¡Y es el humor! Ese es el motivo de todas sus pesadillas. No soportan que nadie se burle de ellos, de sus equivocaciones, de sus plagios, de sus primos falsificadores de títulos y todos los exabruptos de su gobierno. Y lo que es peor y mucho, muchísimo más triste: no pueden reírse de ellos mismos.

Es el poder o la obsesión por el poder (ellos, que nunca gobernaron nada) lo que les ha vuelto enemigos del humor. Hace mucho que dejaron su humanidad para creerse semidioses. A tal punto les da terror la risa que persiguen a los caricaturistas porque hacen ver a los poderosos como lo que al final del día son: seres comunes y corrientes, que no podrán llevarse su adorado poder a la tumba, ni los guardaespaldas, ni los medios incautados. Temen que la gente los vea como mortales. Y muy en el fondo, su miedo es a la verdad, a que se descubra que su gobierno, sus patrañas, sus privilegios: no van a durar para siempre!